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miércoles, 22 de abril de 2015

La arquitectura jesuítica, ruinas y más

LA ARQUITECTURA JESUÍTICA



Ruinas de San Ignacio mini en Misiones

 La Compañía de Jesús, fue fundada en el año 1540 por el papa Pablo lll ésta fue la orden religiosa más importante para la Reforma Católica.
Su fundador y primer superior general, Ignacio de Loyola, no era un clásico religioso conventual, era esencialmente un militante y un militar. No iba a pensar en una orden reflexiva y contemplativa y solamente evangelizadora, sino una iglesia armada
En Perú misión jesuítica andina data año 1577

 Por eso no llama a su creación “Orden, sino “Sociedad” que se aproxima más a un objetivo comercial. Loyola no iba a mercar oro y especies. Iba a mercar almas. 
En esa época los indígenas pintaban imágenes con arcabuses
Necesitaba de un nuevo paradigma de religioso: un teólogo que defendiese la primacía de lo antológico contra lo empírico e interpretativo, según lo estatuido por el Concilio de Trento pero además, y como muy acertadamente lo define Lucia Gálvez: “Había entre los jesuitas científicos, artistas, arquitectos e intelectuales de todo tipo.
El misionero jesuita era, por necesidad un Proteo que se transformaba en mil figuras y hacia mil papeles diferentes. Era el arquitecto y el albañil, el carpintero y el tallista, el maestro de música y el que hacia y enseñaba hacer los instrumentos, tales como órganos, clavicordios, violines, etc.  Las “Cartas Armas” enviadas periódicamente por los provinciales de Tucumán, Chile y Paraguay al Superior de Roma, nos brindan testimonio no solo de su acción evangelizadora sobre españoles, tu Dios y negros, sino de sus acciones sociales, económicos y etiológicas (sobre todo los primeros años)
 Entre ellos y los “Papeles Eclesiástico de Tucumán” recopilados por Levillier, podemos tomarnos una idea de cómo fue el inicio de la influencia jesuítica”.
Completo en idea: además de dar misa y evangelizar, era maestro, médico, dentista, obstetra, sanitarista, cronista, albañiles y arquitectos.

arquitectura jesuitíca en Chiquitos Bolivia


Esa estrategia fue magistralmente  caracterizada por el General Ampe, en 1919, cuando dice: La evangelización debe vivificar a ese ser, personal y único, que es un hombre y es un hombre inserto en la cultura que el ha constituido a formar.  La evangelización, por lo tanto, ha de tener en cuenta el contexto especial y diferenciado que es propio en cada pueblo”
Pero para difundir la doctrina, acabar con la idolatría e instaurar una comunidad fehaciente, era preciso reunir al grupo aborigen, esto es, reducirlo a un estado de convivencia en el que  seria factible introducir lenta y escrupulosamente los principios deseados. La experiencia jesuita en Juli, a orillas del lago Titicaca, proveyó de suficientes ideas y estructuras  para poner en practica en Paraquaria: aislamiento mecanismos de coerción colonial (encomienda y un sistema “libre” de mercado, fatal para los indios) poblaciones exclusivamente habitadas por los aborígenes. Praxis artística, organización a ultranza de los labores. La catequesis se haría a partir de los niños, acompañada de incipientes enseñanzas: destrezas, bailes, música y en etapas posteriores, lecto-escritura. Esto conduciría a un ritmo lento de evangelización que a menudo amerito observaciones criticas sobre el proceso jesuita en el Guayra, no se trataba de las conversaciones multitudinarias que en principio eran juzgadas como exitosas.
Solo con esa filosofía de mancomunidad y hermandad se explica la serenidad con que va a la muerte. Roque González de Santa Cruz y sus compañeros o el perfecto encuadre militar de los guaraníes en   Mborore a las órdenes de Ignacio Abiaru. Para el buen desempeño de las tareas de evangelización y adoctrinamiento, eran necesarios espacios donde el sonido llegase con claridad.

De allí y siendo los jesuitas, por su regla, una orden predicadora, adopto para sus iglesias, el esquema de “iglesia aula” cuyo desarrollo conllevaría la creación de una diferenciada  “manera” de encarar la arquitectura.
Dice Giovanni Sale: “El Surgimiento de la arquitectura jesuita nace en Roma, dentro del modo de construir sintético, simplificado y despojado de los oratorios e iglesias romanas, surgidas en esa ciudad entre 1530 y 1570, vale decir bajo el Pontificado de Pablo III, y durante el desarrollo del Concilio de Trento. Sale definió a esta arquitectura como “pauperismo arquitectónico”.
 Ciertamente, la Reforma Católica se alejo del extremoso culto a la belleza como lo había concebido el Renacimiento, para volver a la espiritualidad, a la rigidez moral de los orígenes del cristianismo. La Reforma, exigiendo una renovación de la catequesis a través de la predicación, creo un nuevo “programa” de la Iglesia: Nave unida en forma de aula rectangular, no muy profunda y ancha en boca, enfatizando la exigencia de concentración de la comunidad eclesial en la predicación y la Eucaristía. Aula rectangular , cielo raso plano, altar al fondo y central. Todo para favorecer la visualización y una adecuada acústica.
Estas premisas, en especial la pobreza y la funcionalidad, fue considerado a partir de modelos paleocristianos, pero su reutilización fue promovida por Antonio de Sangallo.
El vasto espacio unitario rectangular (aula), poseía usualmente dos filas de capillas interconectadas en los lados largos y un área especializada para el altar mayor al fondo, a Titulo de Capilla mayor, a veces abovedada, con funciones de presbiterio. En realidad, se prefería el techo plano, porque se había descubierto  que la bóveda, con sus reflexiones acústicas, dispersaba la voz, lo que atentaba contra la predicación.

Las Congregaciones Generales marcaron una serie de normas de cómo se debía ser el modo “nuestro” de construir. La salubridad de la implantación, y una arquitectura útil, funcional, económica en construcción y mantenimiento, lejos de los tonos pomposos de la arquitectura anterior. Naciendo así la arquitectura colonial hispana

Pulpería “La Blanqueada”

Pulpería “La Blanqueada”


(De Alberto Octavio Córdoba)

“Después de pasar el arroyo Maldonado por un viejo puente de madera que soportaba el tránsito a fuerza de remiendos, a la altura de la entrada donde es Belgrano –entonces los Alfalfares de Rosas– estaba ‘La Blanqueada’, una de las pulperías más viejas del camino, parada de carretas y tropas de carros y que más tarde, cuando fue de Bellocq, se transformó en una buena casa de negocio” (1).
Aquel edificio se encontraba situado, como ya lo hemos señalado, en la esquina noroeste de Cabildo y Pampa. “En 1859, refiere don Luis Fonteynes, cuando Belgrano aún estaba en pañales, mi abuelo materno adquirió la propiedad 'La Blanqueada', que todavía subsiste en las calles Cabildo y Pampa, antes 25 de Mayo y Moreno, y que, según la leyenda, fue una de las primeras construcciones de la localidad" (2). Luego, más adelante, este antiguo vecino nos hace saber que después de la muerte de su abuelo, llamado Juan Luis Artigues, ocurrida en 1870, “la consiguiente testamentaría exigió la subasta pública judicial, para facilitar la repartición entre los herederos; 'La Blanqueada' fue adquirida por su actual poseedor,  don Alejandro Caride, en la suma de cuatrocientos mil pesos moneda corriente, entonces una fortuna y hoy tan solamente diez y seis mil pesos moneda nacional”.
Cuando en 1870 se realizó la tasación de los bienes dejados por el señor Artigues, la propiedad “llamada 'La Blanqueada' situada en el Partido de Belgrano", estaba compuesta por diez habitaciones de material, un cuarto con techo de madera, cocina, pesebres, jardín, arboledas y un terreno de118 metros de frente (sobre Cabildo), por 85 metros de fondo. En la repartición que se hizo de sus bienes, “La Blanqueada” le correspondió a una de sus hijas, doña Elena Artigues de Fonteynes (3).
Todas las habitaciones de la casa daban  al exterior y los balcones estaban protegidos por rejas. La tirantería era de quebracho y la entrada se hacía por dos puertas de dos hojas cada una. El cuerpo principal de la casa estaba compuesto de cinco cuartos y una sala; los restantes ambientes eran para el personal de servicio. Después del jardín se encontraba la quinta, bien poblada de árboles frutales. A ella se entraba por un camino arbolado por 22 paraísos. Allí había 250 durazneros y perales de buena clase, 6 nísperos, 5 damascos, 3 limoneros, 4 guallabas, 2 laureles, 4 tilos, 264 varas lineales de romero y alhucema, 85 pies de parra pequeña y 12 suspiros de Venus.
Fue en ese edificio llamado “La Blanqueada”, donde se instaló don Alejandro Caride, mientras terminábase de construir la hermosa casa que el nuevo propietario había  mandado levantar en el centro mismo de la manzana, recientemente adquirida por él (4). Muchos años más tarde, en 1919, ese edificio iría a ser ocupado por las Hermanas Dominicas, funcionando en él desde aquella época, el colegio “Nuestra Señora del Rosario”. En  cuanto al edificio de “La Blanqueada”, éste se mantuvo en pie largos años. Por 1890, en ese lugar vivía una familia de apellido Buttler. Hoy en esa esquina, antigua parada de carretas y viajeros, se levanta la sucursal de una institución bancaria.
______
(1) Manuel Bilbao, Tradiciones y recuerdos de Buenos Aires. pág. 444, Buenos Aires, 1944.
(2) Luis de Fonteynes, Belgrano: antaño y ogaño, en : La Prensa de Belgrano, año XL, Nº 1738 (Capital Federal), Belgrano, enero 5 de 1913.
(3) Archivo General de la Nación, Legajo Tribunales, Nº 3601. Sucesión de Juan Luis Artigues.
(4) Ahí en esa casa nací yo, nos refería doña María Angélica Caride de Calvo, y recuerdo, agregaba, que cuando éramos chicos, una de las diversiones que teníamos, era la de seguir con la vista, desde la esquina de Pampa y Cabildo, todo el recorrido de los trenes a vapor, desde que cruzaban las barreras de Cabildo y Dorrego, hasta que llegaban a la estación Belgrano R. Así era de despoblado Belgrano en aquellos años.

Imagen: Lo que quedaba de "La B1anqueada" en el año 1912.
Texto tomado del libro: El barrio de Belgrano. Hombres y cosas de su pasado histórico. Cuadernos de Buenos Aires; Bs. As., 1968.

El Castillo del Ombú de Barracas

El Castillo del Ombú de Barracas

"Castillo del Ombú" - Estación del Ferrocarril


El barrio de Barracas tiene sus rincones ocultos y una belleza arquitectónica muy particular que a pesar de los años aún conserva (en algunos casos en ruinosas condiciones) edificaciones de más de 180 años, que la desidia y poca importancia que le damos a nuestra historia, no ha mantenido.
Un caso es el “Castillo del Ombú” cuya construcción fue ordenada antes de las invasiones inglesas. Situado en la calle Brandsen al pie del terraplén del ferrocarril Roca, la leyenda dice que allí vivió el virrey Sobremonte y posteriormente en la época de Rosas fue cuartel de Cuitiño.
 Nos cuenta el historiador de Barracas Enrique Horacio Puccia en su libro “Barracas en la historia y en la tradición” que  la plaza Virrey Vértiz fue antiguamente quinta de verduras y el propietario de este predio, el señor Gregorini, integró la firma Gregorini- Crespo.
Esta empresa tuvo a su cargo la pavimentación de muchas calles de Barracas.
En el breve lapso que el señor Crespo ocupó la Intendencia municipal, fue secundado por dos vecinos de destacada actuación política: el coronel de intendencia don Antero Carrasco y el señor Eduardo P. Durán.
Parece ser que familiares del señor Crespo habitaron a fines de siglo “el castillo” con un enorme ombú al frente, al pie del puente del ferrocarril.
Algunas versiones expresan que tal mansión fue erigida como morada del virrey Sobremonte y su familia,  otros la ubican  como cuartel de Cuitiño durante el mandato de Rosas. Lo cierto es que la construcción fue ordenada por un acaudalado caballero de pura prosapia castellana, don Anselmo Sáenz Valiente en el año 1806, alcalde de segundo voto y miembro del Cabildo de Buenos Aires. Por aquel entonces Buenos Aires era la Capital del Virreinato del Río de la Plata y contaba con una población de 25.000 habitantes. En el año 1790 se había casado con Juana María de Pueyrredón Dogan, hermana del prócer del mismo apellido y una de las más admiradas mujeres de su época, no sólo por su belleza, sino por su distinción,  generosidad y patriotismo.
La mansión mostraba en sus muros el escudo de armas de la familia y poseía un lujoso moblaje, valiosas pinturas y delicadas ornamentaciones traídas de Francia. Fue escenario de brillantes reuniones sociales a las cuales asistían lo más destacado de la sociedad porteña (solamente se interrumpieron en la era rosista).
En los vastos terrenos de la propiedad, uno de los descendientes, el señor Bernardo Sáenz Valiente y Pueyrredón (su padre había fallecido en 1815) “guardaba sus potros chilenos de sangre árabe, los más hermosos y piafantes del Buenos Aires de un siglo atrás”, según lo expresa Adolfo Mitre.
Después de Caseros, las fiestas se reanudaron en la mansión con todo su brillo anterior.
Ya en la segunda década de este siglo, lejos de su pasado esplendoroso, “El Castillo del Ombú” como lo denominaban los vecinos, sirvió de morada a familias de humilde condición y luego a los peones del Ferrocarril del Sud, de cuya empresa pasó a ser propiedad hasta que fue demolido en abril de 1941. Pronto desapareció también el ombú,  testigo mudo de aquel brillante pasado. 
Hoy sólo queda en pie el muro que rodeaba el solar de la residencia, con una portada importante y dos puertas de rejas. Funcionaba allí la estación Sola del Ferrocarril Roca, que en el año 1880 adquirió los terrenos ubicados entre las actuales calles Suárez, Pinedo, Australia, Perdriel  hasta Vélez Sarsfield.
Se instaló una estación de cargas, compuestas de seis galpones y varios talleres destinados para pintura y reparación de vagones, que llevaba el nombre antiguo de la calle Sola. En 1886 fueron trasladadas a este lugar otras instalaciones que la empresa tenía en Avellaneda (Barracas al Sur). Cuando se construye el terraplén actual, la conexión entre el ramal principal y la estación se interrumpe y para mantener su utilidad se hace necesario el tendido de una vía que cruce el Riachuelo. Actualmente varios de los galpones son utilizados por empresas camioneras de transporte con depósito y espacio de carga y descarga. Envío y recibo de mercaderías y también almacenamiento de contenedores navieros. 
Gracias Mabel Alicia Crego
Fuentes:
Barracas en la historia y en la tradición  de Enrique Horacio Puccia  G.C.B.A.
Puentes y ferrocarriles de Barracas  de Luis O. Cortese.
La calle de los locos  de Enrique H. Puccia.