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viernes, 16 de octubre de 2015

EL BAJO VÉRTICE DE BUENOS AIRES

EL BAJO VÉRTICE DE BUENOS AIRES




La zona de Buenos Aires que denominamos "El Bajo" es gráficamente un triángulo cuyo vértice que apunta al río se constituye en una articulación de la geografía porteña donde se operan singulares transformaciones y extrañas fusiones desde siempre. Allí, la Av. Leandro N. Alem se convierte en la Av. Del Libertador trazando un inequívoco punto de partida de acaudalado norte y el bullanguero sur de nuestra ciudad. Allí, desde la época de los virreyes se ha instalado una tierra de transición que fue cuna de las más aristocráticas pretensiones avecinándose con la celebración popular. En "El Bajo" se confunde la hidalguía sanmartiniana con los amores furtivos de los marineros de paso. El perfume de tales cócteles ha resultado a través de los siglos, de un atractivo irresistible para "cajetillas", escritores, pintores, lunáticos, mitómanos, y también empresarios que arrastran el cotidiano trajín de empleados y el consabido ejército de secretarias. La fauna que puebla "El Bajo" es gestora de un estado de cambio permanente al que la zona parece destinada desde que un conquistador español tuvo la ocurrencia de llamar Buenos Aires a nuestra ciudad. El Bajo es ese borde donde Buenos Aires intentó abrirse y darse a su río, donde su ritual cotidiano permanece a través de los años, donde sus sitios y personajes emergen y se muestran a aquellos que son sus verdaderos amantes. Aquí brilló el Parque Japonés que a su tiempo, cedió su lugar al Sheraton. Aquí nacen o mueren Florida y Santa Fe. En este lugar se concentraban las mareas inmigratorias que luego poblarían el norte del país a través del ferrocarril que mucho tiempo más tarde, como en un reflujo, traería a los bisnietos de aquellos inmigrantes atraídos por la industrialización del conurbano. La estación Retiro debe su nombre al gobernador Agustín Robles, un señor de capa y espada de los Reales Ejércitos Españoles que erigió su palacio en lo que hoy es el corazón de la Plaza San Martín. Hacia 1669 bautizó a la propiedad con el nombre de "El  Retiro", sin imaginar, seguramente lo que sucedería durante los 300 años siguientes. Luego de habitar por 14 años la residencia, Don Agustín vuelve a España y vende el palacio a la Compañía Francesa de Guinea que establece allí el centro de su actividad de tráfico de esclavos para América Latina. El deterioro y el alto grado de insalubridad que dicha actividad comportaba decidieron al Cabildo porteño a poner fin a la historia de los esclavos en la vida de El Retiro. En 1790 en Virrey Arredondo autorizó la construcción de una plaza de toros en lo que entonces eran las afueras de la población. En la intersección de las calles Marcelo T. de Alvear y Santa Fe, y en la pequeña manzana que hoy ocupa la Dirección de Parque Nacionales, se construyó la plaza, generando la apertura y empedrado de las calles Maipú y Florida. Tenía capacidad para albergar a 10.000 espectadores y había sido realizada en el más depurado estilo morisco y marcó el destino de lo que sería el área de los Bajos de Retiro. En 1820, el gobernador Díaz Vélez, alarmado por las trifulcas y los comercios non sanctos que se multiplicaban a su alrededor suprimió las corridas y ordenó la demolición del tendido. La zona grabada por su inmejorable geografía en la trama de la ciudad de Buenos Aires fue elegida para emplazar el Pabellón con el que la Argentina se hizo presente en la Expo Universal de París. En 1800 fue trasladado por barco y armado frente a la Plaza San Martín, en las calles Arenales entre Maipú y Florida. El mismo sirvió como sede de una gran exposición internacional de arte, complementada con diferentes demostraciones artísticas teatrales, zarzuelas y comedias. En 1856, en lo que se denominó el Bajo de Retiro, la municipalidad creó el paseo de la Guardia Nacional, que se unió luego con la antigua Alameda, integrando el Paseo de Julio (hoy L.Alem). Paralela a éste paseo corría la calle conocida hoy como 25 de Mayo, área obligada para la diversión nocturna de la juventud andariega de todos los barrios porteños. En la esquina noroeste con Viamonte, Garay fijó el vértice noreste del ejido de la ciudad. Por la profundidad de las aguas el lugar fue ideal para instalar un desembarcadero de navíos. El malecón paralelo a la orilla se extendió en el río teniendo como eje la calle Charcas. Al llegar dentro del río en la prolongación de la calle Maipú doblada en escuadra hacia la costa. El atracadero se denominó Puerto San Martín y la implantación del mismo generó un borde que completaba La Alameda: primer paseo de la ciudad que albergaba comercios y bodegones en un sistema de recovas que los protegían de lluvias implacables y soles rigurosos y que servían de apoyo a las corrientes de inmigrantes que por entonces arribaban a la Reina del Plata. Por entonces el Ferrocarril Central Argentino procedió a construir una nueva gran estación, todos los materiales fueron traídos de Inglaterra. En 1915 se terminó de construir Retiro, como comenzó a llamarse desde entonces a todo el Barrio del Bajo, constituyéndose en el centro de comunicaciones más importante del país. Hacia 1910 la ciudad de Buenos Aires comenzó a experimentar un gran cambio, la aldea se transformó en una gran ciudad moderna. La ciudad fue avanzando hacia el norte y la plaza San Martín quedó rodeada de suntuosos edificios de gran envergadura y calidad arquitectónica. El palacio Ortíz Basualdo, actual edificio de la Cancillería (otrora propiedades de Mercedes Castellanos de Anchorena), la mansión de Don Ernesto Torquist, en la esquina opuesta de Florida y Charcas, propietario también del Plaza Hotel y la residencia de José Paz (actual Círculo Militar) completaban este nuevo paisaje urbano, sumando a la iniciativa de la Sra. Anchorena, quien mandó construir en los jardines de la quinta de Laprida la Iglesia del Santísimo Sacramento. Veinte años más tarde, y consolidando definitivamente el barrio se produjeron otras grandes transformaciones, el paisaje urbano de la plaza se extendió hasta el Bajo de Retiro. El pabellón Argentino fue desarmado en el año 1934. Dos años después el entorno de la plaza se completó con una nota de modernidad: la construcción del Kavanagh. A partir de ello el impulso del mismo generó la aparición de una innumerable cantidad de edificios, conviviendo con los viejos palacios en un ciclo de transformación urbana incesante que se alimentó con los grandes edificios de Catalinas Norte, entre muchos otros. La situación del Bajo como eje de una ciudad que no deja de crecer, reclama una transformación constante incentivada por una población inquieta, culta, creativa y desprejuiciada que aún deja oír los ecos de la caballería sanmartiniana mezclados con el delirio creativo del no menos legendario Instituto Di Tella en una zona que, por derecho propio se erige en caldo de cultivo del arte, el comercio y el amor. El Bajo rotula entre Norte y Sur, conjunción de clases y sectores, de magias y fantasías, de bohemia y formalismo. Sigue siendo ese segmento de la urbe conformado por una importante suma de épocas que contiene en sí mismo una enorme potencia en relación con el resto de la ciudad. Su ubicación estratégica en el ejido de Buenos Aires lo posiciona como un área de gran dinamismo por sus diversas actividades contrastando con otras que carecen de un buen soporte físico y de infraestructura de servicios. El Bajo es un sitio de imaginería, por sus personajes y rituales urbanos, por sus charlas de café, los encuentros en ámbitos mitológicos, sus itinerarios secretos que en conjunto forman su verdadera identidad sustentada a través del tiempo por sus diferentes escenarios artísticos, culturales, gastronómicos, comerciales y turísticos.

Arquitecto Jorge Sabato
(Miércoles 24 de abril de 1996) El Cronista Comercial