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lunes, 21 de octubre de 2019

Convento de Santo Domingo Una iglesia con historia


Convento de Santo Domingo

Convento de Santo Domingo Una iglesia con historia

Una iglesia con historia


Cuando Juan de Garay hizo el primer reparto de solares de la ciudad de Buenos Aires, donó a los dominicos la manzana limitada actualmente por las calles Reconquista, Sarmiento, 25 de Mayo y Cangallo. En esa época, el lugar era considerado distante del centro urbano, ubicado a comienzos del siglo XVI, en las proximidades del templo de San Francisco. Por medio de donaciones y compras, la Orden de Santo Domingo fue adquiriendo tierras en la manzana que hoy limitan las calles Defensa, Belgrano,Venezuela y Balcarce. Allí levantaron una ranchería para residencia, además de huerta y un pequeño cementerio.
La construcción de la primitiva capilla —iniciada hacia 1600— duró varios años debido a derrumbes y sucesivas mejoras, efectuadas en parte por el alarife Manuel Ferreira.
A fines del siglo XVII, los religiosos dispusieron levantar un nuevo edificio para iglesia, pues la calidad de los materiales empleados no aseguraba suficiente solidez. El 29 de junio de 1751 fue bendecida la piedra fundamental del actual templo de Santo Domingo. Pocos meses antes, ya había sido contratado el arquitecto Antonio Masella para dirigir las obras. Los trabajos se iniciaron con lentitud, de modo que a comienzos de 1762 los muros se levantaban apenas una vara del suelo. En esa época se hizo cargo de la administración de la obra don Juan de Lezica y Torrezuri, el cual si bien no era arquitecto, poseía talento y sentido práctico. Según constancias documentales, en el año 1770 intervino en la construcción el maestro mayor Francisco Álvarez, y en el altar principal trabajó el escultor José de Sosa. La iglesia fue consagrada en octubre de 1783, aunque faltaba terminar la fachada y la segunda torre.

Lezica y Torrezuri fue el más destacado benefactor de la iglesia de Santo Domingo. Se cuenta que cierta vez obsequió a su esposa, doña Elena Alquiza, un par de aros para lucirlos en una fiesta. Para asistir a la reunión, la señora se colocó un solo pendiente y al preguntarle su esposo el motivo, le contestó que usaría el par cuando la fachada de Santo Domingo tuviera la torre que faltaba.
El señor Lezica prometió cumplir con este deseo, que ambos no vieron, pues fallecieron antes de levantarse la segunda torre.

El edificio consta de tres naves —la central con bóveda en cañón seguido—, crucero y cúpula. En 1817, y según una acuarela del pintor costumbrista inglés Emeric Essex Vidal, la fachada era muy sobria y modesta. Una franja blanca a modo de zócalo en la parte inferior —probable banqueo—, un pórtico de cinco arcos y unas sencillas pilastras, que carecían de base y capitel. Luego una cornisa ondulada en toda la extensión de frente y una sola torre, situada al este, pues la otra fue construida en 1856.
En la torre primitiva se hallan incrustadas unas esferas de madera que remplazan a las balas de cañón disparadas desde la casa cercana de Francisco Tellechea, en junio de 1807, para combatir a los invasores ingleses que se habían atrincherado en el templo.
Cuando Rivadavia, en su carácter de ministro de Martín Rodríguez.impuso las reformas al clero, los dominicos fueron desalojados y el convento se utilizó como Museo de Historia Natural y en la torre de la iglesia se instaló un observatorio astronómico.
En octubre de 1835, Rosas dispuso el retorno de los mencionados sacerdotes.

Importantes reformas se efectuaron en la iglesia de Santo Domingo a principios de este siglo. En la actual fachada se destaca el frontón clásico que une ambas torres.
El 20 de junio de 1903 se inauguró en el atrio un mausoleo que contiene los restos del general Manuel Belgrano.

Varias figuras destacadas reposan bajo las bóvedas del templo, entre ellas Juan de Lezica y Torrezuri y su esposa; Domingo Belgrano Pérez —padre del general—; el lego José de Zemborain; el general Antonio González Balcarce y otros.

LA ARQUITECTURA RELIGIOSA


LA ARQUITECTURA RELIGIOSA


LA ARQUITECTURA RELIGIOSA

Su importancia

Las iglesias fueron las obras más destacadas de nuestro país en el período hispánico. Aunque los templos más importantes que han llegado hasta el presente comenzaron a edificarse en las primeras décadas del siglo XVIII, no puede dudarse que la arquitectura religiosa se inició mucho antes, junto con la civil.
Escribe el historiador Ismael Bucich Escobar: "Basta penetrar en las iglesias para impregnarse de un hondo perfume de antigüedad que emana de los muros, de los ábsides, de las telas centenarias y de las toscas esculturas. En las ciudades del Viejo Mundo las iglesias son, por lo general, contemporáneas del resto de la edificación. En Buenos Aires, los templos son los únicos monumentos que quedan de nuestro pasado secular, porque la edificación humilde que surgió a la par de ellos ha desaparecido y en su lugar se alzaron construcciones gigantescas".

Dentro del panorama de nuestro país en el período hispánico, los más importantes monumentos religiosos se encuentran en la provincia de Córdoba y en prueba de ello basta citar la imponente Catedral, considerada la muestra más representativa de la arquitectura colonial argentina. De acuerdo con las normas impuestas por la Corona española, el fundador de una ciudad debía señalar —próximo a la plaza principal— el terreno donde se levantaría la iglesia, labor en que se empleaban los mejores operarios que se disponían y los materiales más valiosos a su alcance.
Corresponde a los jesuitas y a los hermanos coadjutores el mérito de haber erigido los templos más destacados, labor aun más importante si tenemos en cuenta la escasez de elementos y de mano de obra competente.
Varios fueron los religiosos que sobresalieron en el difícil arte de la arquitectura, pero sobre ellos aparecen con nitidez dos grandes maestros, que se desempeñaron en la misma época, los italianos Andrés Blanqui y Juan Bautista Prímoli. El primero superó —al menos por su infatigable actividad constructiva— a su compañero de congregación .
Las iglesias jesuíticas se inspiraron en la llamada del Jesús (en Roma), obra del célebre arquitecto italiano Vignola (1507-73), que creó una nueva estructura con planta en forma de cruz latina, elevada cúpula sobre el crucero y capillas laterales. La fachada fue obra de Jacobo Della Porta. El edificio sirvió de modelo para levantar en España las primeras iglesias de estilo barroco y, luego, el arquetipo mencionado se imitó en tierras americanas.
Según las constancias documentales, en la Buenos Aires fundada por Pedro de Mendoza en 1536 se levantaron sucesivamente hasta cuatro iglesias, que fueron simples ranchos y ninguna perduró luego del incendio y destrucción del poblado en 1541.

En el interior del real construido por los conquistadores llegados con Mendoza se levantó una iglesia con paredes de adobe y techo de paja, en que rezó misa el presbítero Juan Gabriel Lezcano.
Un poco alejadas del parapeto que defendía el villorrio, se erigieron luego dos capillas. Las tres pequeñas iglesias no tardaron en desaparecer, la primera, destruida por las llamas, y las últimas, arrastradas por las aguas.
Para remplazar el templo quemado, en 1538 se construyó otro con maderas y cuyo párroco fue el presbitero Julián Carrasco. Esta iglesia, puesta bajo la advocación del Espíritu Santo, también fue destruida cuando se despobló Buenos Aires en 1541.

Al fundar Juan de Garay la ciudad de Buenos Aires en 1580, determinó los solares de los principales edificios públicos, entre ellos, la Iglesia Mayor, a la cual adjudicó el lote N° 2, en el mismo sitio que ocupa la actual Catedral.
Comúnmente, los templos de Buenos Aires se levantaron en las esquinas que formaban los ángulos de las manzanas y sólo por excepción en la mitad de una cuadra. Las fachadas se construían retiradas de la línea de edificación, para dar lugar a pequeños atrios defendidos con postes de madera dura y, más tarde, por verjas de hierro. Se llegaba al citado atrio por medio de una corta escalinata. Las iglesias pueden tener una o dos torres —se utilizan como campanario— que terminan en copulines, y también un cimborrio con cúpula sobre el crucero, es decir, donde la nave central es cortada por una trasversal. Tanto los copulines como las cúpulas están cubiertos por azulejos.

Las fachadas más antiguas eran muy simples y se caracterizaban por tener sencillas pilastras estriadas —sin capitel— al lado de la portada y, en la parte superior, una moldura horizontal. Ese aspecto presentaba la iglesia de San Nicolás a mediados del sigloXVIII. El arquitecto jesuita Andrés Blanqui diseñó fachadas inspiradas en el estilo clásico italiano del siglo XVI, con un frontispicio dividido en tres cuerpos y pilastras que dejan espacio para varios nichos u hornacinas, conforme puede observarse en la iglesia del Pilar. La aparición del estilo barroco en nuestro medio está presente en la fachada del templo de San Ignacio, con sus alerones y curvadas molduras.

Su importancia
Las iglesias fueron las obras más destacadas de nuestro país en el período hispánico. Aunque los templos más importantes que han llegado hasta el presente comenzaron a edificarse en las primeras décadas del siglo XVIII, no puede dudarse que la arquitectura religiosa se inició mucho antes, junto con la civil.
Escribe el historiador Ismael Bucich Escobar: "Basta penetrar en las iglesias para impregnarse de un hondo perfume de antigüedad que emana de los muros, de los ábsides, de las telas centenarias y de las toscas esculturas. En las ciudades del Viejo Mundo las iglesias son, por lo general, contemporáneas del resto de la edificación. En Buenos Aires, los templos son los únicos monumentos que quedan de nuestro pasado secular, porque la edificación humilde que surgió a la par de ellos ha desaparecido y en su lugar se alzaron construcciones gigantescas".

Dentro del panorama de nuestro país en el período hispánico, los más importantes monumentos religiosos se encuentran en la provincia de Córdoba y en prueba de ello basta citar la imponente Catedral, considerada la muestra más representativa de la arquitectura colonial argentina. De acuerdo con las normas impuestas por la Corona española, el fundador de una ciudad debía señalar —próximo a la plaza principal— el terreno donde se levantaría la iglesia, labor en que se empleaban los mejores operarios que se disponían y los materiales más valiosos a su alcance.
Corresponde a los jesuitas y a los hermanos coadjutores el mérito de haber erigido los templos más destacados, labor aun más importante si tenemos en cuenta la escasez de elementos y de mano de obra competente.
Varios fueron los religiosos que sobresalieron en el difícil arte de la arquitectura, pero sobre ellos aparecen con nitidez dos grandes maestros, que se desempeñaron en la misma época, los italianos Andrés Blanqui y Juan Bautista Prímoli. El primero superó —al menos por su infatigable actividad constructiva— a su compañero de congregación .
Las iglesias jesuíticas se inspiraron en la llamada del Jesús (en Roma), obra del célebre arquitecto italiano Vignola (1507-73), que creó una nueva estructura con planta en forma de cruz latina, elevada cúpula sobre el crucero y capillas laterales. La fachada fue obra de Jacobo Della Porta. El edificio sirvió de modelo para levantar en España las primeras iglesias de estilo barroco y, luego, el arquetipo mencionado se imitó en tierras americanas.
Según las constancias documentales, en la Buenos Aires fundada por Pedro de Mendoza en 1536 se levantaron sucesivamente hasta cuatro iglesias, que fueron simples ranchos y ninguna perduró luego del incendio y destrucción del poblado en 1541.

En el interior del real construido por los conquistadores llegados con Mendoza se levantó una iglesia con paredes de adobe y techo de paja, en que rezó misa el presbítero Juan Gabriel Lezcano.
Un poco alejadas del parapeto que defendía el villorrio, se erigieron luego dos capillas. Las tres pequeñas iglesias no tardaron en desaparecer, la primera, destruida por las llamas, y las últimas, arrastradas por las aguas.
Para remplazar el templo quemado, en 1538 se construyó otro con maderas y cuyo párroco fue el presbitero Julián Carrasco. Esta iglesia, puesta bajo la advocación del Espíritu Santo, también fue destruida cuando se despobló Buenos Aires en 1541.

Al fundar Juan de Garay la ciudad de Buenos Aires en 1580, determinó los solares de los principales edificios públicos, entre ellos, la Iglesia Mayor, a la cual adjudicó el lote N° 2, en el mismo sitio que ocupa la actual Catedral.
Comúnmente, los templos de Buenos Aires se levantaron en las esquinas que formaban los ángulos de las manzanas y sólo por excepción en la mitad de una cuadra. Las fachadas se construían retiradas de la línea de edificación, para dar lugar a pequeños atrios defendidos con postes de madera dura y, más tarde, por verjas de hierro. Se llegaba al citado atrio por medio de una corta escalinata. Las iglesias pueden tener una o dos torres —se utilizan como campanario— que terminan en copulines, y también un cimborrio con cúpula sobre el crucero, es decir, donde la nave central es cortada por una trasversal. Tanto los copulines como las cúpulas están cubiertos por azulejos.

Las fachadas más antiguas eran muy simples y se caracterizaban por tener sencillas pilastras estriadas —sin capitel— al lado de la portada y, en la parte superior, una moldura horizontal. Ese aspecto presentaba la iglesia de San Nicolás a mediados del sigloXVIII. El arquitecto jesuita Andrés Blanqui diseñó fachadas inspiradas en el estilo clásico italiano del siglo XVI, con un frontispicio dividido en tres cuerpos y pilastras que dejan espacio para varios nichos u hornacinas, conforme puede observarse en la iglesia del Pilar. La aparición del estilo barroco en nuestro medio está presente en la fachada del templo de San Ignacio, con sus alerones y curvadas molduras.