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lunes, 21 de octubre de 2019

LA ARQUITECTURA RELIGIOSA


LA ARQUITECTURA RELIGIOSA


LA ARQUITECTURA RELIGIOSA

Su importancia

Las iglesias fueron las obras más destacadas de nuestro país en el período hispánico. Aunque los templos más importantes que han llegado hasta el presente comenzaron a edificarse en las primeras décadas del siglo XVIII, no puede dudarse que la arquitectura religiosa se inició mucho antes, junto con la civil.
Escribe el historiador Ismael Bucich Escobar: "Basta penetrar en las iglesias para impregnarse de un hondo perfume de antigüedad que emana de los muros, de los ábsides, de las telas centenarias y de las toscas esculturas. En las ciudades del Viejo Mundo las iglesias son, por lo general, contemporáneas del resto de la edificación. En Buenos Aires, los templos son los únicos monumentos que quedan de nuestro pasado secular, porque la edificación humilde que surgió a la par de ellos ha desaparecido y en su lugar se alzaron construcciones gigantescas".

Dentro del panorama de nuestro país en el período hispánico, los más importantes monumentos religiosos se encuentran en la provincia de Córdoba y en prueba de ello basta citar la imponente Catedral, considerada la muestra más representativa de la arquitectura colonial argentina. De acuerdo con las normas impuestas por la Corona española, el fundador de una ciudad debía señalar —próximo a la plaza principal— el terreno donde se levantaría la iglesia, labor en que se empleaban los mejores operarios que se disponían y los materiales más valiosos a su alcance.
Corresponde a los jesuitas y a los hermanos coadjutores el mérito de haber erigido los templos más destacados, labor aun más importante si tenemos en cuenta la escasez de elementos y de mano de obra competente.
Varios fueron los religiosos que sobresalieron en el difícil arte de la arquitectura, pero sobre ellos aparecen con nitidez dos grandes maestros, que se desempeñaron en la misma época, los italianos Andrés Blanqui y Juan Bautista Prímoli. El primero superó —al menos por su infatigable actividad constructiva— a su compañero de congregación .
Las iglesias jesuíticas se inspiraron en la llamada del Jesús (en Roma), obra del célebre arquitecto italiano Vignola (1507-73), que creó una nueva estructura con planta en forma de cruz latina, elevada cúpula sobre el crucero y capillas laterales. La fachada fue obra de Jacobo Della Porta. El edificio sirvió de modelo para levantar en España las primeras iglesias de estilo barroco y, luego, el arquetipo mencionado se imitó en tierras americanas.
Según las constancias documentales, en la Buenos Aires fundada por Pedro de Mendoza en 1536 se levantaron sucesivamente hasta cuatro iglesias, que fueron simples ranchos y ninguna perduró luego del incendio y destrucción del poblado en 1541.

En el interior del real construido por los conquistadores llegados con Mendoza se levantó una iglesia con paredes de adobe y techo de paja, en que rezó misa el presbítero Juan Gabriel Lezcano.
Un poco alejadas del parapeto que defendía el villorrio, se erigieron luego dos capillas. Las tres pequeñas iglesias no tardaron en desaparecer, la primera, destruida por las llamas, y las últimas, arrastradas por las aguas.
Para remplazar el templo quemado, en 1538 se construyó otro con maderas y cuyo párroco fue el presbitero Julián Carrasco. Esta iglesia, puesta bajo la advocación del Espíritu Santo, también fue destruida cuando se despobló Buenos Aires en 1541.

Al fundar Juan de Garay la ciudad de Buenos Aires en 1580, determinó los solares de los principales edificios públicos, entre ellos, la Iglesia Mayor, a la cual adjudicó el lote N° 2, en el mismo sitio que ocupa la actual Catedral.
Comúnmente, los templos de Buenos Aires se levantaron en las esquinas que formaban los ángulos de las manzanas y sólo por excepción en la mitad de una cuadra. Las fachadas se construían retiradas de la línea de edificación, para dar lugar a pequeños atrios defendidos con postes de madera dura y, más tarde, por verjas de hierro. Se llegaba al citado atrio por medio de una corta escalinata. Las iglesias pueden tener una o dos torres —se utilizan como campanario— que terminan en copulines, y también un cimborrio con cúpula sobre el crucero, es decir, donde la nave central es cortada por una trasversal. Tanto los copulines como las cúpulas están cubiertos por azulejos.

Las fachadas más antiguas eran muy simples y se caracterizaban por tener sencillas pilastras estriadas —sin capitel— al lado de la portada y, en la parte superior, una moldura horizontal. Ese aspecto presentaba la iglesia de San Nicolás a mediados del sigloXVIII. El arquitecto jesuita Andrés Blanqui diseñó fachadas inspiradas en el estilo clásico italiano del siglo XVI, con un frontispicio dividido en tres cuerpos y pilastras que dejan espacio para varios nichos u hornacinas, conforme puede observarse en la iglesia del Pilar. La aparición del estilo barroco en nuestro medio está presente en la fachada del templo de San Ignacio, con sus alerones y curvadas molduras.

Su importancia
Las iglesias fueron las obras más destacadas de nuestro país en el período hispánico. Aunque los templos más importantes que han llegado hasta el presente comenzaron a edificarse en las primeras décadas del siglo XVIII, no puede dudarse que la arquitectura religiosa se inició mucho antes, junto con la civil.
Escribe el historiador Ismael Bucich Escobar: "Basta penetrar en las iglesias para impregnarse de un hondo perfume de antigüedad que emana de los muros, de los ábsides, de las telas centenarias y de las toscas esculturas. En las ciudades del Viejo Mundo las iglesias son, por lo general, contemporáneas del resto de la edificación. En Buenos Aires, los templos son los únicos monumentos que quedan de nuestro pasado secular, porque la edificación humilde que surgió a la par de ellos ha desaparecido y en su lugar se alzaron construcciones gigantescas".

Dentro del panorama de nuestro país en el período hispánico, los más importantes monumentos religiosos se encuentran en la provincia de Córdoba y en prueba de ello basta citar la imponente Catedral, considerada la muestra más representativa de la arquitectura colonial argentina. De acuerdo con las normas impuestas por la Corona española, el fundador de una ciudad debía señalar —próximo a la plaza principal— el terreno donde se levantaría la iglesia, labor en que se empleaban los mejores operarios que se disponían y los materiales más valiosos a su alcance.
Corresponde a los jesuitas y a los hermanos coadjutores el mérito de haber erigido los templos más destacados, labor aun más importante si tenemos en cuenta la escasez de elementos y de mano de obra competente.
Varios fueron los religiosos que sobresalieron en el difícil arte de la arquitectura, pero sobre ellos aparecen con nitidez dos grandes maestros, que se desempeñaron en la misma época, los italianos Andrés Blanqui y Juan Bautista Prímoli. El primero superó —al menos por su infatigable actividad constructiva— a su compañero de congregación .
Las iglesias jesuíticas se inspiraron en la llamada del Jesús (en Roma), obra del célebre arquitecto italiano Vignola (1507-73), que creó una nueva estructura con planta en forma de cruz latina, elevada cúpula sobre el crucero y capillas laterales. La fachada fue obra de Jacobo Della Porta. El edificio sirvió de modelo para levantar en España las primeras iglesias de estilo barroco y, luego, el arquetipo mencionado se imitó en tierras americanas.
Según las constancias documentales, en la Buenos Aires fundada por Pedro de Mendoza en 1536 se levantaron sucesivamente hasta cuatro iglesias, que fueron simples ranchos y ninguna perduró luego del incendio y destrucción del poblado en 1541.

En el interior del real construido por los conquistadores llegados con Mendoza se levantó una iglesia con paredes de adobe y techo de paja, en que rezó misa el presbítero Juan Gabriel Lezcano.
Un poco alejadas del parapeto que defendía el villorrio, se erigieron luego dos capillas. Las tres pequeñas iglesias no tardaron en desaparecer, la primera, destruida por las llamas, y las últimas, arrastradas por las aguas.
Para remplazar el templo quemado, en 1538 se construyó otro con maderas y cuyo párroco fue el presbitero Julián Carrasco. Esta iglesia, puesta bajo la advocación del Espíritu Santo, también fue destruida cuando se despobló Buenos Aires en 1541.

Al fundar Juan de Garay la ciudad de Buenos Aires en 1580, determinó los solares de los principales edificios públicos, entre ellos, la Iglesia Mayor, a la cual adjudicó el lote N° 2, en el mismo sitio que ocupa la actual Catedral.
Comúnmente, los templos de Buenos Aires se levantaron en las esquinas que formaban los ángulos de las manzanas y sólo por excepción en la mitad de una cuadra. Las fachadas se construían retiradas de la línea de edificación, para dar lugar a pequeños atrios defendidos con postes de madera dura y, más tarde, por verjas de hierro. Se llegaba al citado atrio por medio de una corta escalinata. Las iglesias pueden tener una o dos torres —se utilizan como campanario— que terminan en copulines, y también un cimborrio con cúpula sobre el crucero, es decir, donde la nave central es cortada por una trasversal. Tanto los copulines como las cúpulas están cubiertos por azulejos.

Las fachadas más antiguas eran muy simples y se caracterizaban por tener sencillas pilastras estriadas —sin capitel— al lado de la portada y, en la parte superior, una moldura horizontal. Ese aspecto presentaba la iglesia de San Nicolás a mediados del sigloXVIII. El arquitecto jesuita Andrés Blanqui diseñó fachadas inspiradas en el estilo clásico italiano del siglo XVI, con un frontispicio dividido en tres cuerpos y pilastras que dejan espacio para varios nichos u hornacinas, conforme puede observarse en la iglesia del Pilar. La aparición del estilo barroco en nuestro medio está presente en la fachada del templo de San Ignacio, con sus alerones y curvadas molduras.

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