Translate

sábado, 8 de agosto de 2015

La ciudad colmena en Le Corbusier

La ciudad colmena en Le Corbusier



La doble influencia, formal y social, de la colmena, se percibe en las concepciones corbuserianas de la ciudad. En 1925, cuando publicó su libro Urbanisme, ya estaban definidas casi todas las obsesiones que aplicaría después en numerosos proyectos más o menos realizables y desarrollaría en abundantes textos teóricos. Está siempre presente esa concepción evolucionista aprendida en el L’enchainement des organismes, de Gaston Bonnier, y patente en montajes fotográficos como el que muestra un campamento en el desierto, una ciudad medieval y la imagen de un rascacielos con un avión en primer plano. La leyenda de esta última foto reza: "Ya no somos nómadas y es preciso construir las ciudades". Pero no hay voluntad de elogiar el resultado presente de esa "evolución". Al comentar más adelante otra fotografía de Nueva York, Le Corbusier muestra su rechazo estético: "Entusiasmo, admiración. ¿Belleza? Nunca. Confusión. El caos, el cataclismo, el trastorno súbito de las concepciones conmociona. Pero lo Bello se ocupa de otra cosa diferente; para empezar, está basado en el orden".
Le Corbusier piensa que es preciso corregir o superar este estado de cosas. Una diferencia importante respecto a lo existente es que sus rascacielos no serán simples bloques de oficinas (como en las ciudades americanas), sino auténticas concentraciones de viviendas. Durante toda su vida habló incansablemente de las ventajas ecológicas y económicas de esta solución frente a la multiplicación infinita de casas unifamiliares con pequeños jardincitos en los suburbios. Esa idea, que era revolucionaria a principios del siglo XX, se convirtió, muy degradada y mutilada, en una realidad universal a partir de los años cincuenta. Llamamos ahora con frecuencia a estos bloques de viviendas "hormigueros" o "colmenas" (dependiendo de los idiomas), y olvidamos que nuestra intención peyorativa es justamente la contraria de la que sirvió para justificar su aparición, según las concepciones originarias.
Los primeros esbozos urbanísticos de Le Corbusier (desatendidos por casi todos los historiadores) se encuentran en los carnets de 1914-1915 y muestran ya grandes rascacielos de viviendas, en el centro de amplias retículas ortogonales, con abundantes espacios vegetales. Algunos de estos bloques tienen una planta muy peculiar: un exágono central con otros exágonos agregados en cada uno de sus lados, como si formaran un fragmento de panal. La idea de la colmena está, pues, en el origen más remoto del rascacielos corbusierano.
De 1922 data su "Plan para una ciudad de tres millones de habitantes" y tres años más tarde hizo público el "Plan Voisin" para París. Nuestro arquitecto mostraba una evidente propensión al gigantismo y una no menor brutalidad al propugnar derribar un sector de la vieja capital francesa de Francia para construir en su lugar inmensas estructuras de planta cruciforme. El tiempo ha demostrado que muchas de sus propuestas "futuristas" eran candorosas (como la idea de hacer el aeropuerto en el centro de la ciudad) y ha descartado por completo su absoluta voluntad de regularidad y centralización. La urbe que se exhibe en estos proyectos de los años veinte es, desde el punto de vista funcional, como una inmensa colmena perfectamente regulada. Tampoco es una casualidad que las viviendas a redent que alternan con los rascacielos del "Plan Voisin" se hayan podido relacionar con los dibujos del falansterio de Fourier.
Debe mencionarse también la influencia de la idea de la ciudad-jardín, bien documentada por diversos estudiosos. Las propuestas para distribuir en el espacio sus estructuras Domino, con abundantes espacios verdes intercalados, se inspiraron en los ejemplos ofrecidos por Benoit-Lévy en La cité jardin (1911). Le Corbusier pensaba la arquitectura como si ésta fuese un ente geométrico, limpio y nítido, plantado sobre la hierba. "¡Una ciudad"!, exclama. "Es la mano del hombre puesta en la naturaleza. Es una acción humana contra la naturaleza, un organismo humano de protección y de trabajo. Es una creación". Sus declaraciones, en este mismo sentido, son innumerables.: "El fenómeno gigantesco de la gran ciudad se desarrollará en los alegres espacios verdes. La unidad en el detalle".
Este ideal de una arquitectura blanca y ortogonal, elevada sobre la naturaleza, es evidente al contemplar sus obras pero también en el modo como Le Corbusier las describe. Así, a propósito de su famosa villa Saboye, dijo: "Otra cosa: la vista es muy hermosa, la hierba es una cosa bella y el bosque también: se los tocará lo menos posible. La casa se posará en medio de la hierba como un objeto, sin molestar nada". Y más tarde, refiriéndose a La Tourette: "El convento está ‘posado’ en la naturaleza salvaje del bosque y de las praderas, que son independientes de la arquitectura propiamente dicha".

Del libro LA METÁFORA DE LA COLMENA. DE GAUDÍ A LE CORBUSIER, Juan Antonio Ramírez (Ediciones Siruela, Madrid-1998)


EL LADRILLO

EL LADRILLO



El ladrillo empezó a fabricarse, a base de la cocción del adobe, lo que implicaba
que el producto resultante adquiría unas mayores resistencias.
      
Ya en las antiguas civilizaciones de Mesopotamia y Palestina, el ladrillo constituyó el principal material en la construcción donde apenas se disponía de madera y piedras. Los habitantes de Jericó en Palestina fabricaban ladrillos desde hace unos 9.000 años. Los constructores sumerios y babilonios construyeron zigurats, palacios y ciudades amuralladas con adobes secados al sol, que recubrían con otros ladrillos cocidos en hornos, más resistentes y a menudo con esmaltes brillantes formando frisos decorativos. En sus últimos años los persas construían con ladrillos al igual que los chinos, que levantaron la gran muralla. Los romanos construyeron baños, anfiteatros y acueductos con ladrillos, a menudo recubiertos de mármol.
     
  A lo largo de la edad media, en el imperio bizantino, al norte de Italia, en los Países Bajos y en Alemania, así como en cualquier otro lugar donde escaseara la piedra, los constructores valoraban el ladrillo por sus cualidades decorativas y funcionales. Realizaron construcciones con ladrillos templados, rojos y sin brillo creando una amplia variedad de formas, como cuadros, figuras de punto de espina, de tejido de esterilla o lazos flamencos. Esta tradición continuó en el renacimiento y en la arquitectura georgiana británica, y fue llevada a América del norte por los colonos. El ladrillo ya era conocido por los indígenas americanos de las civilizaciones prehispánicas. En regiones secas construían casas de adobe secado al sol. Las grandes pirámides de los olmecas, mayas y otros pueblos fueron construidas con ladrillos revestidos de piedra. Pero fue en España donde, por influencia musulmana, el uso del ladrillo alcanzó más difusión, sobre todo en Castilla, Aragón y Andalucía. El ladrillo industrial, fabricado en enormes cantidades, sigue siendo un material de construcción muy versátil. Existen tres clases: ladrillo de fachada o exteriores, cuando es importante el aspecto; el ladrillo común, hecho de arcilla de calidad inferior destinado a la construcción; y el ladrillo refractario, que resiste temperaturas muy altas y se emplea para fabricar hornos.