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viernes, 21 de agosto de 2015

Catedrales góticas historia e imagenes

El estilo gótico en las iglesias y catedrales

Muy interesante lo que cuenta José Luis Corral sobre la historia de esta arquitectura, que se elevaba al cielo buscando a Dios y hacia entrar su luz en sus naves.
Es decir, que el estilo gótico probablemente no hubiera existido sin la cosmología platónica que se estudiaba en Chartres en el siglo XII ni la espiritualidad que se concretó en monasterios como el de Claraval, tal y como reseñó hace más de medio siglo Otto von Simson. 
Como espacio monumental y trascendente, la catedral gótica fue un lugar propicio para el desarrollo de la música y el canto. Las ceremonias religiosas se adornaron con música polifónica acompañada de instrumentos cada vez más variados y complejos. 

Catedral de Colonia, Alemania

Mientras se desarrollaba la catedral gótica, a mediados del siglo XII lo hacía también la música polifónica, muy apropiada para cantarse bajo las rotundas bóvedas ojivales. El canto gregoriano se adaptaba perfectamente al ambiente cerrado y severo de los monasterios de los siglos X y XI, pero la cultura urbana de los siglos XII y XIII necesitaba otro tipo de música para ser interpretada y cantada en las catedrales góticas. Así fue como surgió una música nueva, más brillante y variada, que alcanzó su máxima expresión en la capilla de música de Nuestra Señora de París entre los siglos XII y XIV en la llamada Nova cantica, de la que el compositor Perotin fue el máximo exponente. En esa misma línea, todas las catedrales dispusieron en la Edad Media de su propia capilla de música. 
La época del origen del gótico fue un tiempo luminoso en el que creció la población, se desarrollaron las ciudades, se reactivaron el comercio y la industria artesanal, se fundaron universidades y escuelas y algunos intelectuales creyeron que una «edad de oro» era posible. 
Este periodo de la historia europea es el que corresponde a la época de las Cruzadas, una iniciativa de la cristiandad para lograr recuperar los Santos Lugares, pero también un esfuerzo por abrirse a nuevos mundos y a nuevos mercados. Y es, además, la época en la que comenzaron a dibujarse los rasgos fundamentales de lo que más tarde serán los nuevos Estados europeos y las monarquías feudales, que acabarán definiendo una sociedad y un concepto del territorio y de la nación que, pese a las notables modificaciones seculares, se han mantenido hasta comienzos del siglo XXI. 
Entre los siglos XII y XIII, los Estados cristianos de la península Ibérica acabaron imponiéndose sobre el islam andalusí, el reino de Francia logró encontrar el camino hacia la vertebración y la futura unidad territorial que andaba buscando desde los tiempos de los herederos de Carlomagno, Inglaterra se consolidó gracias a la continuidad de la dinastía instaurada por Guillermo I el Conquistador, el Sacro Imperio romano germánico se asentó en Europa central y las repúblicas italianas crearon las bases de su desarrollo económico y político. Además, la Iglesia, tras la reforma del papa Gregorio VII (1073-1085), recuperó la autoridad espiritual y terrenal que había perdido tras las crisis, cismas y escándalos que la habían azotado en siglos anteriores. 
Europa emergió de varios siglos de decadencia, invasiones, inestabilidad política, miedos atávicos y carencias de todo tipo. Los europeos vivieron a partir de entonces una época de expansión y desarrollo desconocidos desde la época del emperador romano Marco Aurelio (161-180), y fueron capaces de sentar las bases para una sociedad nueva en la que había pan para todos y se disfrutaba de una manera más alegre de entender la vida. 
Tal vez sólo lo parezca y mi visión de esta época esté deformada por la magnitud de las catedrales góticas y por el contenido en libertades de los fueros y cartas pueblas de los siglos XII y XIII, pero me da la impresión de que aquél fue un tiempo en el que se podía sentir en las calles de muchas ciudades de Europa un aire fresco en el rostro y una cierta sensación de libertad en un momento en el que nadie en las florecientes ciudades preguntaba quién eras, qué hacías ni de dónde venías.
La nueva arquitectura gótica que estaba a punto de aparecer en la primera mitad del siglo XII supuso una verdadera revolución en la arquitectura, gracias al descubrimiento de innovaciones técnicas, desconocidas hasta entonces, que cambiaron los conceptos de la construcción y la manera de concebir los grandes espacios cubiertos. 

El Duomo de Milán

Tal vez fuera el propio maestro de obras que hacia 1130 dirigía la fábrica románica de la abadía de Saint-Denis, o quizás alguien que llegó de quién sabe qué lugar para responder a las demandas de Suger; pero, sin duda, se trataba de un constructor (maçon en francés) genial que supo dar con la respuesta precisa al reto lanzado por el abad: construir una iglesia donde los muros no fueran de opaca piedra, sino de transparente luz.
La solución que ese arquitecto anónimo presentó al abad revolucionó la historia de la arquitectura y la cambió durante siglos. El nuevo estilo se basaba en el uso del arco de doble centro, el ojival, gracias al cual el empuje que ejercen las bóvedas se desvía hacia arriba y hacia afuera del edificio. Este tipo de arco ya había sido desarrollado por arquitectos germanos a finales del siglo XI, aunque con poco éxito, pero utilizado con el apoyo de contrafuertes que lo mantuvieran en pie se podían elevar las bóvedas de las iglesias hasta alturas imponentes y, sobre todo, abrir casi por completo los muros de piedra, al cubrir el espacio con bóvedas de crucería, que ya no necesitaban de gruesos muros para sustentarlas, sino de estilizados pilares o columnas.

Catedral de Reims Francia

Este nuevo planteamiento arquitectónico requería de la construcción de las naves de las nuevas iglesias a partir de la sucesión de tramos, entre pilar y pilar, que se deberían cubrir con bóvedas de arcos cruzados. Para ello, los extremos de los arcos, cuyos nervios transmiten el peso, se asentarían en un pilar o una columna y no en muros corridos. Quedaba por resolver el empuje hacia el exterior de los arcos, que se solucionó mediante la construcción de contrafuertes, uno por cada pilar o columna, situados hacia el exterior de las naves, y que eran los elementos destinados a soportar el empuje de las bóvedas de crucería, que en el caso de las de cañón o de aristas del románico recaían directamente sobre los muros. Con ese nuevo sistema fue posible abrir por completo los muros entre cada contrafuerte de arriba abajo, prácticamente desde el tejado hasta el suelo. 





martes, 18 de agosto de 2015

El Estilo Gótico

El GÓTICO y LAS CATEDRALES 


En el libro de José Luis Corral, encontré datos muy interesantes sobre la arquitectura gótica y aquí les traigo un pequeño fragmento. 


En esta imagen mediática de la Edad Media, el arte románico se ha convertido en un estilo de identidad «clásica», como si los ambientes románicos fueran los genuinos y auténticos de esa época, en tanto lo gótico se reserva para una especie de Edad Media ideal e imaginaria, una suerte de futuro fantástico, aunque casi siempre calamitoso y sombrío. Así, cuando un cineasta, un ilustrador o un decorador han querido transmitir la imagen de una Edad Media real lo han hecho mediante una escenografía románica: ábsides románicos, salas con arcos de medio punto, galerías de arquerías románicas, pinturas murales de amplio colorido, y vestuario y attrezzo basados en los siglos XI y XII; por el contrario, cuando se ha querido presentar una Edad Media idealizada y ahistórica, se ha acudido a la estilización del estilo ojival, a los arcos apuntados, a las naves góticas, a los pilares fasciculados, a pináculos y gárgolas fantasiosos y a estrambóticos vestidos inspirados en las miniaturas y pinturas de ambiente cortesano de los siglos XIV y XV.

   
 
Bóvedas de crucería simple y estrellada.


Arbotantes.



Así, lo gótico se ha presentado como símbolo de lo imaginario de la Edad Media, frente a lo románico, que representa lo real de ese periodo.

La idea de arquitectura gótica

Tras el siglo de la Ilustración, marcado por una insistencia obsesiva en la idea de la Razón, el clasicismo y el orden, hacia 1820 soplaron nuevos vientos culturales que anunciaban el Romanticismo, y con ellos una vuelta hacia aquellas manifestaciones artísticas tan criticadas por el Racionalismo ilustrado.
En Francia, muchos ojos se volvieron hacia las viejas, arruinadas y alteradas catedrales medievales. En ese país, cuna del gótico, fue el arquitecto Eugène Viollet-le-Duc el principal impulsor de la recuperación del que comenzó a identificarse como el verdadero y genuino estilo nacional francés. Y para desmontar las furibundas críticas que los arquitectos neoclásicos lanzaron sobre el gótico, Viollet-le-Duc se empeñó en demostrar que la arquitectura gótica estaba basada en un sistema de valores culturales y técnicos cargados de una profunda inteligencia y una sistematización racional; incluso llegó a escribir que, en la planificación de una catedral gótica, «todo está en función de la estructura: la tribuna, el triforio, el pináculo, el gablete; en el arte gótico no existe forma arquitectónica basada en la libre fantasía».
Convertido en el gran defensor del gótico, Viollet-le-Duc realizó una inmensa labor de recuperación y difusión de este estilo, que pronto se convirtió en un referente cultural para los europeos. Despreciado desde el Renacimiento, a mediados del siglo XIX el gótico se erigió en el modelo de numerosas nuevas construcciones públicas y privadas. Así, tras el incendio que destruyó el palacio de Westminster en 1836, los británicos decidieron construir su nuevo parlamento, la imagen de su modelo social decimonónico, una mezcla imposible de parlamentarismo e imperialismo, en estilo neogótico, y lo mismo hicieron los húngaros con el suyo en 1885.
En el siglo XIX, el gótico se reivindicó como estilo artístico, pero también como concepto estilístico. Y fue entonces cuando surgieron importantes investigadores que profundizaron en la arquitectura gótica como nunca se había hecho hasta entonces, y cuyos trabajos serían fundamentales para recuperar el prestigio perdido entre finales del siglo XV y principios del XIX.
Tras más de tres siglos de condena y olvido, la atracción por el gótico se desató por todas partes. Por un lado, sus formas arquitectónicas evocaban, o así lo interpretaban al menos sus nuevos valedores, un tiempo de ensueño, de luz y de fantasía, incluso de libertad creativa, tan querida por el Romanticismo frente a la rigidez del clasicismo racionalista. Y, por otra parte, el gótico se explicaba ahora como un arte nacional que recuperaba la esencia propia de las nacionalidades europeas, basadas en las tradiciones y creencias cristianas y en la especificidad europea de este estilo, exclusivo y definitorio de la cristiandad bajomedieval.
El gótico comenzó a verse entonces como un arte cristiano y europeo, es decir, un estilo de profundas esencias atávicas y de elevados conceptos propios que definían la genuina idiosincrasia cultural de la Europa cristiana y occidental.

El historiador del arte Wilhelm Worringer (1881-1965) escribió en 1911 su importante obra Formproblem der Gotik (Problemas formales del arte gótico), en donde apuntaba interesantes reflexiones sobre la que consideraba estrecha relación entre la arquitectura gótica y el pasado legendario, e incluso la identidad de Europa, definiendo el gótico como «la expresión en piedra de la tradición celta, que simulaba con el diseño de las catedrales los bosques primigenios europeos».
 La larga centuria que se extiende entre 1140 y 1270 fue «el siglo de las catedrales». Sólo en Francia se inició la construcción de varias decenas de ellas, y otras muchas en el resto de la cristiandad europea, además de miles de iglesias, monasterios y conventos, y otros edificios de arquitectura civil y militar como castillos, fortalezas, puertas, palacios, lonjas, casas consistoriales, hospitales, albergues, puentes, fuentes, cruces conmemorativas..., y así hasta tal punto que la imagen de la Baja Edad Media está asociada de manera inseparable a la arquitectura gótica, que no sólo es un estilo artístico, sino la seña de identidad de toda una época. 

sábado, 13 de junio de 2015

La Catedral de Buenos Aires, Argentina

La primer Catedral de Buenos Aires se erigió en 1622 y la construcción definitiva comenzó en 1752

Esta ubicada frente a Plaza de Mayo, en la intersección de la calle San Martín y la avenida Rivadavia, la Catedral es la principal sede de la Iglesia Católica de la Argentina. Además de estar ubicada en una zona clave de la Ciudad de Buenos Aires, guarda una larga historia de su construcción muy accidentada. El edificio actual es la sexta construcción que se realizó en este lugar desde la segunda fundación de la Ciudad de Buenos Aires.


La primera construcción, en 1593, fue una capilla de adobe. Desde aquel momento hasta estos días, hubo en este sitio seis edificios diferentes, los cuales debieron ser renovados por inundaciones, incendios, la precariedad de los materiales y defectos estructurales. La construcción definitiva comenzó en 1752 bajo la dirección del arquitecto italiano Antonio Masella y se completó en 1852, aunque su decoración concluyó recién en 1911. Su estructura final es neoclásica y tiene un perfil poco usado en las catedrales, dándole un parecido más cercano a un templo griego que al clásico edificio católico. En 1822, los franceses Próspero Catelin y Pedro Benoit diseñaron la fachada, cuyas 12 columnas simbolizan a los doce apóstoles de Jesús. El interior tiene naves, capillas laterales y un crucero que se halla bajo una impresionante cúpula que alcanza los 41 m de altura. Otro detalle de importancia es la ornamentación del frente, realizada en 1860 por el escultor francés Joseph Dubourdieu (autor de la figura que se encuentra en la cúspide de la Pirámide de Mayo) que realizó el bajorrelieve del frontispicio, que representa el encuentro de Jacob con su hijo José en Egipto. Finalmente, en 1877 el arquitecto Enrique Alberg reformó una nave lateral para dar lugar al mausoleo del general José de San Martín, obra del escultor Albert ErnestCarrier-Belleuse. Las catorce pinturas del Vía Crucis son obra del italiano Francesco Domenighini, y originalmente se encontraban en la Iglesia del Pilar. El altar mayor (dorado y de grandes proporciones) se impone en el medio como el punto más destacado del centro. En 1942, la Catedral Metropolitana fue declarada Monumento Histórico Nacional y es considerada una de las más importantes obras arquitectónicas de la época de la Colonia.
Fuente Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires