El GÓTICO y LAS CATEDRALES
En el libro de José Luis Corral, encontré datos muy interesantes sobre la arquitectura gótica y aquí les traigo un pequeño fragmento.
En esta imagen mediática de la Edad Media, el arte románico se ha
convertido en un estilo de identidad «clásica», como si los ambientes románicos
fueran los genuinos y auténticos de esa época, en tanto lo gótico se reserva
para una especie de Edad Media ideal e imaginaria, una suerte de futuro
fantástico, aunque casi siempre calamitoso y sombrío. Así, cuando un cineasta,
un ilustrador o un decorador han querido transmitir la imagen de una Edad Media
real lo han hecho mediante una escenografía románica: ábsides románicos, salas
con arcos de medio punto, galerías de arquerías románicas, pinturas murales de
amplio colorido, y vestuario y attrezzo
basados en los siglos XI y XII; por el contrario, cuando se ha querido
presentar una Edad Media idealizada y ahistórica, se ha acudido a la
estilización del estilo ojival, a los arcos apuntados, a las naves góticas, a
los pilares fasciculados, a pináculos y gárgolas fantasiosos y a estrambóticos
vestidos inspirados en las miniaturas y pinturas de ambiente cortesano de los
siglos XIV y XV.
Bóvedas de crucería simple y estrellada.
Arbotantes.
Así, lo gótico se ha presentado como símbolo de lo imaginario de la Edad
Media, frente a lo románico, que representa lo real de ese periodo.
La idea de arquitectura gótica
Tras el siglo de la Ilustración, marcado por una insistencia obsesiva en la
idea de la Razón, el clasicismo y el orden, hacia 1820 soplaron nuevos vientos
culturales que anunciaban el Romanticismo, y con ellos una vuelta hacia
aquellas manifestaciones artísticas tan criticadas por el Racionalismo
ilustrado.
En Francia, muchos ojos se volvieron hacia las viejas, arruinadas y
alteradas catedrales medievales. En ese país, cuna del gótico, fue el
arquitecto Eugène Viollet-le-Duc el principal impulsor de la recuperación del
que comenzó a identificarse como el verdadero y genuino estilo nacional
francés. Y para desmontar las furibundas críticas que los arquitectos
neoclásicos lanzaron sobre el gótico, Viollet-le-Duc se empeñó en demostrar que
la arquitectura gótica estaba basada en un sistema de valores culturales y
técnicos cargados de una profunda inteligencia y una sistematización racional;
incluso llegó a escribir que, en la planificación de una catedral gótica, «todo
está en función de la estructura: la tribuna, el triforio, el pináculo, el
gablete; en el arte gótico no existe forma arquitectónica basada en la libre fantasía».
Convertido en el gran defensor del gótico, Viollet-le-Duc realizó una
inmensa labor de recuperación y difusión de este estilo, que pronto se
convirtió en un referente cultural para los europeos. Despreciado desde el
Renacimiento, a mediados del siglo XIX el gótico se erigió en el modelo de
numerosas nuevas construcciones públicas y privadas. Así, tras el incendio que
destruyó el palacio de Westminster en 1836, los británicos decidieron construir
su nuevo parlamento, la imagen de su modelo social decimonónico, una mezcla
imposible de parlamentarismo e imperialismo, en estilo neogótico, y lo mismo
hicieron los húngaros con el suyo en 1885.
En el siglo XIX, el gótico se reivindicó como estilo artístico, pero
también como concepto estilístico. Y fue entonces cuando surgieron importantes
investigadores que profundizaron en la arquitectura gótica como nunca se había
hecho hasta entonces, y cuyos trabajos serían fundamentales para recuperar el
prestigio perdido entre finales del siglo XV y principios del XIX.
Tras más de tres siglos de condena y olvido, la atracción por el gótico se
desató por todas partes. Por un lado, sus formas arquitectónicas evocaban, o
así lo interpretaban al menos sus nuevos valedores, un tiempo de ensueño, de
luz y de fantasía, incluso de libertad creativa, tan querida por el
Romanticismo frente a la rigidez del clasicismo racionalista. Y, por otra
parte, el gótico se explicaba ahora como un arte nacional que recuperaba la
esencia propia de las nacionalidades europeas, basadas en las tradiciones y
creencias cristianas y en la especificidad europea de este estilo, exclusivo y
definitorio de la cristiandad bajomedieval.
El gótico comenzó a verse entonces como un arte cristiano y europeo, es
decir, un estilo de profundas esencias atávicas y de elevados conceptos propios
que definían la genuina idiosincrasia cultural de la Europa cristiana y
occidental.
El historiador del arte Wilhelm Worringer (1881-1965) escribió en 1911 su
importante obra Formproblem der Gotik
(Problemas formales del arte gótico),
en donde apuntaba interesantes reflexiones sobre la que consideraba estrecha
relación entre la arquitectura gótica y el pasado legendario, e incluso la
identidad de Europa, definiendo el gótico como «la expresión en piedra de la
tradición celta, que simulaba con el diseño de las catedrales los bosques
primigenios europeos».
La larga centuria que se extiende entre 1140 y 1270 fue «el siglo de las catedrales». Sólo en Francia se inició la construcción de varias decenas de ellas, y otras muchas en el resto de la cristiandad europea, además de miles de iglesias, monasterios y conventos, y otros edificios de arquitectura civil y militar como castillos, fortalezas, puertas, palacios, lonjas, casas consistoriales, hospitales, albergues, puentes, fuentes, cruces conmemorativas..., y así hasta tal punto que la imagen de la Baja Edad Media está asociada de manera inseparable a la arquitectura gótica, que no sólo es un estilo artístico, sino la seña de identidad de toda una época.
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