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miércoles, 12 de agosto de 2015

La Facultad de Ingeniería: Mito y realidad

La Facultad de Ingeniería: Mito y realidad


La construcción de la facultad de ingeniría de la avenida Las Heras guarda una leyenda por más intrigante, aunque muchos conocedores de la historia dicen que contrasta con la realidad

   En el barrio de la Recoleta se levantan leyendas alrededor de su cementerio, se admiran los palacetes que sobreviven a lo largo de la avenida Alvear y los paseantes disfrutan de sus amplios paseos y parques.

   Un edificio ícono del barrio se ubica en la avenida Las Heras al 2200, es el anexo de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Buenos Aires conocida como “La Catedral”. Su nombre se debe al estilo gótico o “neogótico” –como lo llaman los especialistas- de la construcción.

   El edificio es admirado por todo aquel que pasa por allí, diariamente ingresan alumnos para los cursos de la carrera de ingeniería que se dan en ese lugar como así también su sede central ubicada en la avenida Paseo Colón.

   Quien contempla la catedral realiza una primera comparación con la Catedral de Notre Dame de París; sin embargo a medida que levanta la vista se encuentra con un corte abrupto en la parte superior; pues los estilos góticos se caracterizan de altas torres y adornos que lo acompañan. El edificio de la avenida Las Heras presenta una curiosa terraza plana dejando mostrar una inconclusa construcción. Es allí donde nace la leyenda de este edificio que contrasta con la historia de la obra.

   Cerca del año 1909 el gobierno llamó a la presentación de proyectos para la construcción de la nueva sede de la facultad de derecho de la Universidad de Buenos Aires, la anterior quedaba en la calle Moreno 350 lo que es hoy el Museo Etnográfico y fue construído por el afamado arquitecto Pedro Benoit.

   El concurso fue ganado por el ingeniero Arturo Prins, un uruguayo nacido en 1877 y radicado en Buenos Aires donde se recibió en ingeniería en 1900. Entre las obras de Prins se cuenta el Banco Nación de la avenida Santa Fe y la calle Azcuénaga y el club 20 de febrero de Salta. También construyó el palacete de Manuel Quintana, algunos rumores de la época decían que eso podría haber ayudado a ganar el concurso ya que Quintana estaba muy conforme con la construcción de su vivienda y era el Presidente de la Nación.

   El ingeniero Prins era un profesional muy reconocido en su época, era muy estricto con sus empleados y consigo mismo y muy detallista en todos los cálculos de sus obras; admiraba profundamente la perfección a tal punto que algunos decían que eso se convirtió en una obsesión.

   En el año 1912 se coloca la piedra fundamental, era el trabajo más grandilocuente de toda su carrera y no quería perder ningún detalle de la construcción. Para que los empleados no llegaran tarde, Prins construyó previamente una casa de vivienda a pocos metros de allí para los capataces.

   Los planos de la construcción constaban de algunas plantas que luego sobresalía una gran torre en el medio acompañado por dos torres en sus costados, también de estilo gótico. En 1925 se inauguran las primeras tres plantas donde empezó a funcionar la facultad de derecho; sin embargo, en el año 1938, una vez finalizado la primera etapa, se interrumpió misteriosamente la construcción.

   Sobre ese hecho surgen dos historias, una es una leyenda con tinte lírico y el otro es un relato más terrenal. La leyenda cuenta que los costos de la construcción habían superado en gran parte el presupuesto asignado para su construcción; esto fue motivado por la volatilidad de los mercados en aquellos años y el consiguiente alza de precios de los materiales.

   Sin embargo, al año siguiente, se le comunica al ingeniero Prins que se había aprobado una ampliación del presupuesto y que podía continuar con la etapa final de la construcción. Es aquí donde suceden algunos hechos que formaron parte de la leyenda de la facultad y que fue negada por historiadores de la arquitectura porteña.

   Notificado Prins de la excelente noticia, se dirigió inmediatamente a su estudio y desempolvó los planos que había guardado creyendo que nunca más los volvería a ver. Estaba preparándose para el inicio de la segunda etapa de la construcción de la facultad de ingeniería. Los relatos de aquella época dice que Prins se desencajó al ver los planos con mayor detalle, de hecho le pidió a su secretaria que nadie lo moleste hasta terminar el trabajo que se había impuesto.

   Al día siguiente, la secretaria notó que Prins no fue a dormir a su casa, y que había innovado en un precario cuarto con el sillón de su despacho. La esposa llamaba incesantemente al estudio y se le informaba que él estaba bien pero no quería ser interrumpido bajo ningún motivo, incluso ni por su llamado. Frente a la insistencia de ella, los empleados golpean la puerta para avisar de la llamada, recibiendo como respuesta un grito de Prins diciendo: “no molesten, dije que tengo que terminar este trabajo, sigan con lo suyo”.

   Los empleados no se animaban a contradecirlo y siguieron con su trabajo, nadie quería interrumpirlo a menos que su jefe lo solicite. Al día siguiente, Prins convoca a su despacho a dos amigos suyos, son los arquitectos Francisco Gianotti y Mario Palanti, dos profesionales italianos muy reconocidos en Buenos Aires.

   Finalmente a ellos les confiesa la causa que lo inquieta tanto, motivo por que cual se ha ausentado dos días de su casa y no ha dejado ni por dos minutos su estudio.

   En ingeniero contó a sus amigos que, mientras hacía los últimos preparativos para el inicio de la segunda etapa de la construcción de la facultad de derecho, notó un error de cálculo que no es mínimo, es tan importante que si no es corregido cuando construya las torres la estructura no aguantará y se caerá completamente el edificio.

   Gianotti y Palanti calmaron a Prins y le dijeron que esto seguramente tiene solución a lo que respondió que estuvo días buscándola y no la encontraba, es por ello que citó a sus amigos para que ayuden a arreglar ese error que daría fin al crecimiento del edificio.

   Los arquitectos tomaron los instrumentos necesarios para los cálculos matemáticos y de ingeniería y se pusieron a trabajar; luego de unas horas ambos admitieron que el error no podía ser corregido. La única manera de poder construir las torres es tirando abajo el edificio y volverla a construir con los cálculos correctos.

   Prins sabía que no había cálculo que subsane el error, pero también sabía que el gobierno le diría que no al reinicio de la obra porque eso elevaría considerablemente los costos y el presupuesto a duras penas puede sostener la segunda etapa de la construcción. Luego de que sus amigos se retiraron del despacho, Prins quedó solo ante los planos con una fuerte decepción a sí mismo, él era muy exigente y no admitía que un error dejara una trabajo suyo inconcluso, muchos menos el más importante de su carrera, el que lo coronaría en un estilo gótico en Buenos Aires.

   A la mañana siguiente la secretaria de Prins entró a la oficina como todos los días, ella es la primera en llegar para ordenar el escritorio de su jefe que siempre llega unos minutos después. Cuando ingresa al despacho del ingeniero una escena dantesca la acongoja, encontró al ingeniero muerto con una pistola en el suelo. Se había suicidado pegándose un tiro.

   Las conjeturas indican que, un hombre tan detallista y exigente como Prins no pudo admitir que un error suyo condenó a su obra a no continuar, y por ello optó por suicidarse.

   El estado le encomendó al arquitecto Palanti continuar con la obra pero éste les comunicó que solo Prins podía terminarlo; es por ello que finalmente se resolvió dejar inconcluso la facultad y construir una nueva en el predio que queda en la avenida Figueroa Alcorta, y así se llegó a la actual facultad de Derecho dejando la “Catedral” para la facultad de ingeniería.

   En la historia universal otros hombres apasionados y “obsesivos” por las ciencias exactas han muerto en la búsqueda de soluciones a sus cálculos; el más conocido es el del matemático griego Arquímedes; en la primera guerra púnica cuando su ciudad fue capturada por los enemigos el matemático se encontraba en la playa dibujando números en la arena, cuando un soldado le exige presentarse ante el general enemigo, Arquímedes le responde “Que espere a que termine mis cálculos”, molesto el oficial le clava la espada en su pecho dándole muerte.

   Hasta aquí la leyenda, otra historia dice que el gobierno –por falta de presupuesto- paralizó la construcción dejándola como está actualmente, en el momento en que se aprobó un nuevo presupuesto para la Facultad de Derecho las autoridades observaron que la población estudiantil crecía exponencialmente y por ello resolvieron que, con ese dinero, se construya un edificio nuevo en la avenida Figueroa Alcorta y se entregue su sede de Las Heras a la facultad de ingeniería.

   Para darle veracidad a esta historia, sus defensores cuentan que existe una anécdota en la que un amigo de Prins se encontró con el ingeniero en el año 1939 y le contó que se estaba rumoreando sobre un suicidio suyo por el trabajo inconcluso, éste con una carcajada respondió: “Me puedo suicidar por cualquier cosa menor por no terminar un trabajo”. Ese mismo año falleció y sus descendientes iniciaron un juicio al estado reclamando una indemnización por incumplimiento del contrato, muchos años después cobraron una suma irrisoria.

   La leyenda del suicidio tiene continuidad años después. Cuentan que por los años ’50 un estudiante que siempre tenía excelentes notas y le faltaba pocas materias para recibirse de ingeniero armó una tesis para poder continuar con la obra inconclusa de Prins, a partir de allí no pudo aprobar ninguna materia más y siempre sus cálculos eran errados, finalmente el muchacho dejó la carrera y nunca pudo recibirse y matricularse para poder cumplir el objetivo que se había propuesto. Muchos años después otro estudiante avanzado quiso realizar el mismo trabajo y le cayó la misma “maldición” no pudo recibirse por más esfuerzo que hiciera en sus estudios, y tuvo que abandonar la carrera.

   Todos los que pasan podrán observar el corte abrupto de la terraza de la facultad de la avenida Las Heras, y ahora se sabe dos historias sobre ello, una es más banal y cotidiana en el acto administrativo de cualquier gobierno, y la otra más romántico y legendario porque habla de un hombre apasionado y de su error; un error de cálculo que terminó con la vida de Arturo Prins y que aún sigue viéndose en la Facultad de Ingeniería.

Wenceslao Wernicke en http://rhmbuenosaires.blogspot.com/2010/05/la-facultad-de-ingenieria-mito-y.html
¡GRACIAS!

LE CORBUSIER EN BUENOS AIRES

LE CORBUSIER EN BUENOS AIRES



En octubre de 1929 Le Corbusier dicta en Buenos Aires un ciclo de diez conferencias, invitado por la Asociación Amigos del Arte. Aquí se reproducen algunos fragmentos de las mismas donde reflexiona, entre otras cosas, sobre la situación actual de la ciudad, las consecuencias de la expansión industrial, la relación de la técnica con la arquitectura y el urbanismo. El presente texto fue publicado en "Le Corbusier en Buenos Aires 1929" (S.C.A. Separata del N°107, 1979)

Primera Conferencia dictada el 3 de octubre de 1929, en la sede Amigos del Arte (Florida 659)

LIBERARSE DE TODO ESPÍRITU ACADÉMICO

He recorrido a pie numerosas calles de Buenos Aires y eso representa un kilometraje imponente, ¿no es así? He mirado, visto y comprendido…
Debo hablarles de l’ esprit nouveau, a ustedes, que están en el Nuevo Mundo. Y bien, me pregunto si tendría fundamento hacerlo.
Pues Buenos Aires es un fenómeno completo. Una unidad formidable existe aquí: un block único, homogéneo, compacto. Ninguna grieta. Sí: el interior de la casa de la señora Ocampo.
Cómo entonces, osar decirles que Buenos Aires, capital sud del nuevo mundo, aglomeración gigantesca de energía insaciable, es una ciudad que está en el error, en la paradoja, una ciudad que no tienen espíritu nuevo, ni espíritu antiguo, pero simple y únicamente, una ciudad de 1870 a 1929, donde la forma actual será pasajera, donde la estructura es indefendible, excusable pero insostenible, insostenible como todos esos inmensos barrios de ciudades nacidos en Europa bajo el signo de una súbita expansión industrial de fin de siglo XIX, en la más lamentable confusión de fines y de medios. Historia de esas activas ciudades surgidas entre martillo y yunque: Berlín, Chemnitz, Praga, Viena, Budapest, etc., o que sufren el empuje gigantesco del maquinismo: Paris.
Por lo tanto aquí, en el fondo del Estuario del Río de la Plata, existen los elementos fundamentales. Ellos son tres bases eminentes del urbanismo y de la arquitectura:
El mar y el inmenso puerto.
La vegetación magnífica del parque de Palermo.
El cielo argentino…
Pero no se los ve por así decir, ni lo uno ni lo otro, en el interior de la ciudad. La ciudad está desprovista del mar, de los árboles y del cielo. Se descubre también ésta otra realidad que cuenta para una gran ciudad y que hace augurar un destino prodigioso:
El estuario del río, gigantesca puerta por donde entran las cosas del mundo entero, la llanura que se encuentra con el mar y sobre la cual se puede elevar sin tropiezos una ciudad estremecida por lo sublime de la creación humana.
Y esos hinterland inmensos de la pampa, de planicies y de montañas con ríos gigantescos, con terrenos de cultivo, con terrenos para la cría de animales, con terrenos con minerales, con yacimientos. Todo lo que es necesario para que la industria nazca y la arquitectura produzca.
Se comprende que en países que posean semejante topografía y semejante geografía pueda tan normalmente surgir una ciudad que sea un puesto de comando.
Eso que, en el mundo entero, se ha producido al comienzo de la época maquinista no es más que el fruto de una convulsión del espíritu y el efecto de un equívoco: Yo pienso fríamente que todo eso deberá desaparecer.
La fuerza de donde han surgido los monstruos, nuestras villas llamadas modernas, esa fuerza pujante acrecentada por su propio impulso, ella sabrá pronto quitar la incoherencia, destruir esa primer herramienta utilizada y reemplazándola ella introducirá el orden, ella ahuyentará el despilfarro, ella impondrá la eficacia, ella producirá la belleza.
…¿La ciudad? ella es la suma de los cataclismos locales, ella es adición de cosas desapropiadas; ella es un equívoco. La tristeza pesa sobre ellas. ¡Golpeante melancolía en los hechos! ¡Y qué máquina admirable es el hombre que sobre tantas ruinas, que en tal precariedad busca con obstinación un nuevo equilibrio! La ciudad se ha convertido súbitamente en gigantesca: tranvías, trenes de los suburbios, autobuses, subterráneos hacen una mezcla cotidiana frenética. Qué desgaste de energía, qué despilfarro, qué falta de sentido.
He experimentado en una vida desprovista de quietud, en una vida de incesantes inquietudes la enorme dicha del "cómo" y del "por qué".
"¿Cómo?" "¿Por qué?"
Se me tacha hoy de revolucionario. Les voy a confesar que yo no he tenido más que un maestro: el pasado; y que una formación: el estudio del pasado.
Todo; desde hace tiempo; y todavía hoy: los museos, los viajes, los folklores. Inútil ampliarlo ¿verdad? Ustedes me habrán comprendido. Yo he ido por todos lados donde había obras puras –aquellas de los campesinos o de los genios- con una pregunta delante de mí: "¿Cómo?", "¿Por qué?", yo he tomado del pasado la lección de la historia, la razón de ser de las cosas. Todo acontecimiento y todo propósito son "referidos a…". Es por eso que permanezco sin opinión frente a las escuelas y que hasta aquí rechacé las cátedras de enseñanza que me proponían.
Ubicado en la evolución contemporánea fue todo muy simple (¡pero con qué obstinación, qué insistencia, que angustiosa espera!). "¿Cómo?" "¿Por qué?". No se sabrá comprender cuánto ese Cómo y ese Por qué, expuestos con toda simplicidad pero también con coraje hecho asimismo con un candor tan ingenuo como indiscreto o insolente, aportan una respuesta temeraria, insólita, que se revierte, revolucionaria. Es que las causas del problema, la razón del "Cómo" y del "Por qué" son hoy acontecimientos que trastornan mucho más de lo que se cree.
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Conferencia dictada el sábado 5 de octubre de 1929

LAS TÉCNICAS SON LAS BASES DEL LIRISMO.

Ellas abren un nuevo ciclo de la arquitectura
Señoras y señores, comienzo por trazar la línea que en el proceso de nuestras percepciones, puede separar por un lado, el dominio de las cosas materiales, de los hechos cotidianos, de las tendencias razonables; y por el otro, aquello más particularmente reservado a las reacciones de orden espiritual. Bajo esa línea: lo que es; encima: lo que sentimos.
Continuando mi dibujo desde abajo, trazo, una, dos, tres hiladas. Pongo algo en cada una: en la primera: TÉCNICAS, palabra genérica que carece de precisión, pero que califico sin demora con los términos que conducen a nuestro tema: resistencia de material, física y química.
En la segunda hilada escribo: SOCIOLOGÍA, y la califico por: un nuevo plano de casa, de ciudad para una nueva época. El conocimiento de la cuestión me hace percibir a lo lejos algo así como una borrasca inquietante. Me apresuro a agregar: equilibrio social.
En la tercera hilada: ECONOMÍA. Y evoco esos hechos fatales y la hora presente que aún no han tocado el corazón de la arquitectura –y es porque ésta se encuentra enferma y el país enfermo del mal de la arquitectura-; standardización, industrialización, valorización; tres fenómenos consecutivos que rigen sin piedad la actividad contemporánea, que ni son crueles ni atroces, sino que por el contrario conducen al orden, a la perfección, a la pureza y a la libertad.
Traspongo el límite de las cosas materiales y paso al dominio de las emociones. Dibujo una pipa y su humareda. Luego un pequeño pájaro que emprende vuelo, y una hermosa nube rosa, inscribo: Lirismo. Y afirmo: lirismo-creación individual.
Y explico: eso que es drama; eso que es patético. Y agrego: He ahí valores eternos que en todos los tiempos alimentarán la llama en el corazón de los hombres.
La trayectoria ha alcanzado su meta: partiendo de elementos materiales que son el aire del tiempo y por ende móviles y efímeros, pero que no dejan de ser el trampolín de su impulso: esa trayectoria a través de anhelos humanos ha alcanzado los valores eternos: la obra de arte, que es inmortal y nos tocará a lo largo de los siglos.
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Conferencia dictada el 14 de octubre de 1929

LAS CÉLULAS: UNA CIUDAD
UN HOMBRE: UNA CÉLULA

Una ciudad contemporánea de tres millones de habitantes, Buenos Aires, ¿es una ciudad moderna?
Las ciudades, las grandes ciudades del mundo se urbanizan sin doctrina. Ya he definido el fundamento temporal de una doctrina (y entiendo por ello un periodo suficiente, que puede tener la duración de una generación, o sea veinte años). Saber dónde se va, porque se sabe de dónde se viene.
El urbanismo que se practica hoy es más bien estético, de embellecimiento, de jardinería. Es jugar a los moldecitos de arena mientras la casa está en llamas.
Reemplazo la palabra urbanismo por el término equipamiento. Ya he reemplazado el término mobiliario por el de equipamiento. Tal obstinación demuestra que nosotros reclamamos pura y simplemente herramientas de trabajo pues no queremos morir de hambre delante de los parterres bordados del urbanismo estético.
Señoras y señores. ¿He llegado al tema? Es inmenso. Pero las otras conferencias aportarán su luz. Basta con unir las verdades adquiridas.
He escrito un libro sobre ese tema: realicé muchos estudios técnicos preciosos. No puedo recomenzar aquí las demostraciones ya realizadas. Pero puedo resumir todo eso en algunas ideas esenciales. Esto es lo fundamental: El urbanismo es una cuestión de equipamiento, de herramientas. Quien dice herramienta dice buen funcionamiento, rendimiento, eficiencia.
El urbanismo no es un asunto de estética que se pueda sincronizar con un asunto de organización biológica, de organización social, de organización financiera.
El urbanismo estético cuesta caro, entraña gastos enormes, es una terrible carga sobre los contribuyentes. Por lo tanto es desplazado al inconsciente, dado que no ayuda a la vida de la ciudad. El verdadero urbanismo encuentra en las técnicas modernas el medio de aportar la solución a las crisis. Encuentra en los problemas económicos que son la esencia, su propia financiación. Lo demostraré otra vez. De esa financiación automática resulta un beneficio financiero enorme que permite ajustar los gastos de los cuales depende la tranquilidad social. Para que esa financiación exista, surja, es necesaria la intervención de la autoridad suprema.(...)
Todo lo que se desprenda de mis demostraciones va en apoyo de la solución de las crisis de las ciudades. El problema bien planteado –en las células y en la aglomeración de las células- y el llamado de los nuevos medios de la época maquinista, desatan los terribles anillos del meandro, más exactamente atraviesan el meandro de parte a parte y la vida puede reiniciar su largo curso. No hay milagro. Hay liberación, madurez, hay fructificación.
¿Qué tienen que hacer aquí los pensamientos académicos o un artificioso sentimentalismo?
El urbanismo es un fenómeno sintético de composición en el suelo y por encima del suelo. Eso es lo que ha hecho abordar soluciones, es que se ha pensado en superficie y no sintéticamente en extensión y en elevación, es decir en suelo surcado por todos los artefactos de velocidad, y ocupado por cubos de construcción para llenar con hombres en las condiciones óptimas de salud y de alegría.
El ruido debe ser vencido. Una saludable doctrina del urbanismo y una doctrina de la "máquina para habitar" rechazan el ruido.
No imaginamos que nuestras vidas se quieran acostumbrar al batifondo de la vida moderna. Por otra parte no existe batifondo sino donde la solución es burda (mecánica o urbana). La tendencia de la buena mecánica no es hacia el ruido, el ruido es anormal, sus efectos son desastrosos. Pronto los millonarios ofrecerán a sus amigos horas de silencio. A menos que triunfe el urbanismo moderno aportando la paz. Se encontrará una capital que aspirará a la gloria porque se ha convertido en silenciosa.
De todo lo dicho, surge que la ciudad moderna estará cubierta de árboles. Es una necesidad para los pulmones, es una ternura en consideración a nuestros corazones, es el condimento mismo de la gran plástica geométrica introducida en la arquitectura contemporánea por el hierro y el cemento armado.
Someto esta idea a los Ministros de Instrucción Pública: un decreto obligará a todos los niños de las escuelas primarias a plantar cada uno de ellos un árbol, en cualquier lugar de la ciudad o fuera de ella. Ese árbol llevará el nombre del niño. Los gastos serán insignificantes. Pero hay que planificar. Y dentro de cincuenta o sesenta años, una acto de hermosa piedad conducirá a esos hombres y a esas mujeres, ya viejos, al pie de su gran árbol que se habrá ramificado inmensamente. Esto no es más que una pequeña idea, al pasar, para mostrar cómo juzgo indispensable para nuestros cuerpos y para nuestros corazones, la naturaleza, de la que no deberíamos jamás privarnos, la naturaleza en el corazón de nuestras ciudades inhumanas.


sábado, 8 de agosto de 2015

La ciudad colmena en Le Corbusier

La ciudad colmena en Le Corbusier



La doble influencia, formal y social, de la colmena, se percibe en las concepciones corbuserianas de la ciudad. En 1925, cuando publicó su libro Urbanisme, ya estaban definidas casi todas las obsesiones que aplicaría después en numerosos proyectos más o menos realizables y desarrollaría en abundantes textos teóricos. Está siempre presente esa concepción evolucionista aprendida en el L’enchainement des organismes, de Gaston Bonnier, y patente en montajes fotográficos como el que muestra un campamento en el desierto, una ciudad medieval y la imagen de un rascacielos con un avión en primer plano. La leyenda de esta última foto reza: "Ya no somos nómadas y es preciso construir las ciudades". Pero no hay voluntad de elogiar el resultado presente de esa "evolución". Al comentar más adelante otra fotografía de Nueva York, Le Corbusier muestra su rechazo estético: "Entusiasmo, admiración. ¿Belleza? Nunca. Confusión. El caos, el cataclismo, el trastorno súbito de las concepciones conmociona. Pero lo Bello se ocupa de otra cosa diferente; para empezar, está basado en el orden".
Le Corbusier piensa que es preciso corregir o superar este estado de cosas. Una diferencia importante respecto a lo existente es que sus rascacielos no serán simples bloques de oficinas (como en las ciudades americanas), sino auténticas concentraciones de viviendas. Durante toda su vida habló incansablemente de las ventajas ecológicas y económicas de esta solución frente a la multiplicación infinita de casas unifamiliares con pequeños jardincitos en los suburbios. Esa idea, que era revolucionaria a principios del siglo XX, se convirtió, muy degradada y mutilada, en una realidad universal a partir de los años cincuenta. Llamamos ahora con frecuencia a estos bloques de viviendas "hormigueros" o "colmenas" (dependiendo de los idiomas), y olvidamos que nuestra intención peyorativa es justamente la contraria de la que sirvió para justificar su aparición, según las concepciones originarias.
Los primeros esbozos urbanísticos de Le Corbusier (desatendidos por casi todos los historiadores) se encuentran en los carnets de 1914-1915 y muestran ya grandes rascacielos de viviendas, en el centro de amplias retículas ortogonales, con abundantes espacios vegetales. Algunos de estos bloques tienen una planta muy peculiar: un exágono central con otros exágonos agregados en cada uno de sus lados, como si formaran un fragmento de panal. La idea de la colmena está, pues, en el origen más remoto del rascacielos corbusierano.
De 1922 data su "Plan para una ciudad de tres millones de habitantes" y tres años más tarde hizo público el "Plan Voisin" para París. Nuestro arquitecto mostraba una evidente propensión al gigantismo y una no menor brutalidad al propugnar derribar un sector de la vieja capital francesa de Francia para construir en su lugar inmensas estructuras de planta cruciforme. El tiempo ha demostrado que muchas de sus propuestas "futuristas" eran candorosas (como la idea de hacer el aeropuerto en el centro de la ciudad) y ha descartado por completo su absoluta voluntad de regularidad y centralización. La urbe que se exhibe en estos proyectos de los años veinte es, desde el punto de vista funcional, como una inmensa colmena perfectamente regulada. Tampoco es una casualidad que las viviendas a redent que alternan con los rascacielos del "Plan Voisin" se hayan podido relacionar con los dibujos del falansterio de Fourier.
Debe mencionarse también la influencia de la idea de la ciudad-jardín, bien documentada por diversos estudiosos. Las propuestas para distribuir en el espacio sus estructuras Domino, con abundantes espacios verdes intercalados, se inspiraron en los ejemplos ofrecidos por Benoit-Lévy en La cité jardin (1911). Le Corbusier pensaba la arquitectura como si ésta fuese un ente geométrico, limpio y nítido, plantado sobre la hierba. "¡Una ciudad"!, exclama. "Es la mano del hombre puesta en la naturaleza. Es una acción humana contra la naturaleza, un organismo humano de protección y de trabajo. Es una creación". Sus declaraciones, en este mismo sentido, son innumerables.: "El fenómeno gigantesco de la gran ciudad se desarrollará en los alegres espacios verdes. La unidad en el detalle".
Este ideal de una arquitectura blanca y ortogonal, elevada sobre la naturaleza, es evidente al contemplar sus obras pero también en el modo como Le Corbusier las describe. Así, a propósito de su famosa villa Saboye, dijo: "Otra cosa: la vista es muy hermosa, la hierba es una cosa bella y el bosque también: se los tocará lo menos posible. La casa se posará en medio de la hierba como un objeto, sin molestar nada". Y más tarde, refiriéndose a La Tourette: "El convento está ‘posado’ en la naturaleza salvaje del bosque y de las praderas, que son independientes de la arquitectura propiamente dicha".

Del libro LA METÁFORA DE LA COLMENA. DE GAUDÍ A LE CORBUSIER, Juan Antonio Ramírez (Ediciones Siruela, Madrid-1998)


EL LADRILLO

EL LADRILLO



El ladrillo empezó a fabricarse, a base de la cocción del adobe, lo que implicaba
que el producto resultante adquiría unas mayores resistencias.
      
Ya en las antiguas civilizaciones de Mesopotamia y Palestina, el ladrillo constituyó el principal material en la construcción donde apenas se disponía de madera y piedras. Los habitantes de Jericó en Palestina fabricaban ladrillos desde hace unos 9.000 años. Los constructores sumerios y babilonios construyeron zigurats, palacios y ciudades amuralladas con adobes secados al sol, que recubrían con otros ladrillos cocidos en hornos, más resistentes y a menudo con esmaltes brillantes formando frisos decorativos. En sus últimos años los persas construían con ladrillos al igual que los chinos, que levantaron la gran muralla. Los romanos construyeron baños, anfiteatros y acueductos con ladrillos, a menudo recubiertos de mármol.
     
  A lo largo de la edad media, en el imperio bizantino, al norte de Italia, en los Países Bajos y en Alemania, así como en cualquier otro lugar donde escaseara la piedra, los constructores valoraban el ladrillo por sus cualidades decorativas y funcionales. Realizaron construcciones con ladrillos templados, rojos y sin brillo creando una amplia variedad de formas, como cuadros, figuras de punto de espina, de tejido de esterilla o lazos flamencos. Esta tradición continuó en el renacimiento y en la arquitectura georgiana británica, y fue llevada a América del norte por los colonos. El ladrillo ya era conocido por los indígenas americanos de las civilizaciones prehispánicas. En regiones secas construían casas de adobe secado al sol. Las grandes pirámides de los olmecas, mayas y otros pueblos fueron construidas con ladrillos revestidos de piedra. Pero fue en España donde, por influencia musulmana, el uso del ladrillo alcanzó más difusión, sobre todo en Castilla, Aragón y Andalucía. El ladrillo industrial, fabricado en enormes cantidades, sigue siendo un material de construcción muy versátil. Existen tres clases: ladrillo de fachada o exteriores, cuando es importante el aspecto; el ladrillo común, hecho de arcilla de calidad inferior destinado a la construcción; y el ladrillo refractario, que resiste temperaturas muy altas y se emplea para fabricar hornos.

lunes, 3 de agosto de 2015

Los Anasazi sus ruinas en Estados Unidos

La increíble edificación de los Anasazi

Este pueblo prehistórico que ocupó el sudoeste de Estados Unidos hace aproximadamente al menos veinte mil años, coincidente con la aparición del pueblo Azteca en la zona central de América.
Este pueblo que no dejo material escrito para su estudio pero si se han encontrado diferentes objetos arqueológicos y sus increíbles ruinas. 
Su asentamiento se produjo en zonas desérticas de Colorado, Utah y Arizona y Nuevo México. Se construyeron viviendas sobre los acantilados que los protegían de la inclemencia del clima. Esta construcción que permanece hasta nuestros días fue ejecutada con bloques tallados de piedra gres o arenisca perfectamente superpuestos.
Al principio la construcción fue hecha de una planta y luego se elevo hasta llegar a los cinco pisos como se puede apreciar en el pueblo de Bonito.
Foto revista de Arte

Como hicieron para llevar estos bloques hasta esa altura sin conocer la rueda ni tener animales de carga. Se han encontrado herramientas de trabajo de piedra, sabían tejer y hacer canastos, se ayudaban con objetos de piedra o hueso, también fabricaban piezas de cerámica para uso domestico.Sabían de cosecha y riego artificial, se han encontrado dibujos que lo demuestran.
Como sus contemporáneos los Maya estudiaban astronomía y tenían un especie de observatorio para determinar cual era el día más largo del año.
El hombre prehistórico demuestra su inteligencia a través de semejantes muestras.Esta civilización se pierde alrededor del 1300 desconociendo el motivo de su desaparición, creo que todavía la ciencia tiene mucho por descubrir en la historia de la humanidad, que pasó con esta gente, con los Mayas y otros pueblos de los que sabemos muy poco aún.


domingo, 2 de agosto de 2015

IGLESIA DE SAN IGNACIO DE LOYOLA

IGLESIA DE SAN IGNACIO DE LOYOLA


 Durante el gobierno de Hernandarias llegan los primeros Jesuitas a Buenos Aires (1608).  Su primera iglesia y colegio se levantan en la hoy Plaza de Mayo, en un solar que les dona el Cabildo, en el cuarto N. E.  Esta construcción era de adobe con techos de junco, método constructivo empleado en la primitiva Buenos Aires al no existir en la zona ni madera ni piedra y hasta la aparición de los primeros hornos de ladrillo.  Nació bajo la advocación de Nuestra Señora de Loreto pero más tarde, al ser beatificado Ignacio de Loyola, toma el nombre de San Ignacio (1610).
Allí permanecen algo más de 50 años.  En 1661, por razones de seguridad y defensa del Fuerte, los jesuitas deben abandonar la construcción de Plaza de Mayo.  Es entonces que Doña Isabel Carvajal, viuda de Gonzalo Martel de Guzmán y sin hijos, dona a la Compañía de Jesús el solar delimitado por las actuales calles Perú, Bolívar, Alsina y Moreno.
En este lugar se construye una segunda iglesita, también de adobe, terminada en 1675, fecha que puede leerse en el trozo de mármol hallado en remodelaciones del s. XIX y que fue colocado en el claustro parroquial.
Al lado de la iglesia, sobre la calle Bolívar, los padres construyeron el Colegio San Ignacio o Colegio Grande, llamado Real Colegio de San Carlos después de la expulsión de los jesuitas, y más tarde (1863) Colegio Nacional Buenos Aires.
En 1710 el Superior de la Compañía encarga al arquitecto jesuita Juan Krauss la construcción de un nuevo templo.  La planta es diseñada tomando como modelo la iglesia del Gesú de Roma.  Se organiza con una nave cubierta por bóveda, flanqueada por cinco capillas laterales comunicadas a través de arcadas sobre las que corre una galería alta, detalle poco común, que no se repite en la Buenos Aires del siglo XVIII y que daba a San Ignacio una doble capacidad que era necesaria para recibir al alumnado del Colegio y fue aprovechada para realizar en el templo numerosos actos y celebraciones, incluso Cabildos Abiertos.
Colaboran con Krauss los maestros Pedro Weger (sobre todo en la herrería) y Juan Wolf.  La terminación de las obras se debe a los hermanos arquitectos Andrés Bianchi y Juan Bautista Prímoli.  En 1722 la iglesia es inaugurada aunque aun no estaba terminada. En 1734, un 7 de Octubre, es consagrada.
En el año 1767 se produce la expulsión de los Jesuitas por orden del rey Carlos III.  Sus bienes pasan a ser administrados por la Junta de Temporalidades y el templo permaneció cerrado por tres años.
Entre 1775 y 1791 San Ignacio funciona como catedral provisoria por las obras de reparación que necesitaba la iglesia matriz.
El 31 de diciembre de 1806 se celebra en San Ignacio una Misa de acción de gracias por la Reconquista de la ciudad, con la presencia del Cabildo y otras autoridades.  En 1807 las tropas invasoras inglesas intentan tomar el templo, como lo habían hecho con otros de la ciudad pero son rechazados por los defensores.  Terminada la Defensa se realizan allí unas solemnes exequias por los muertos en estos episodios.
En 1821 se realizó en el templo la inauguración de la Universidad de Buenos Aires y en 1823, la de la Sociedad de Beneficencia. Hasta 1830 se entregaron aquí los premios a la Virtud, que otorgaba esta última.
1823 San Ignacio volvió a ser Catedral Provisional y a partir de 1830 comenzó a funcionar como parroquia al haberse dividido la de Catedral en Catedral al Norte y Catedral al Sud.
En 1836 los Jesuitas volvieron a Buenos Aires para ser nuevamente expulsados en 1843.  Durante ese período ocuparon esta Iglesia, compartiendo las dependencias con el Obispo y con la Curia Eclesiástica que se encontraban allí por el mal estado del edificio de la Catedral.
Unos 20 años más tarde el ingeniero italiano Felipe Senillosa agregó la torre Norte que hasta entonces no existía.
El 21 de Mayo de 1942 San Ignacio fue declarada Monumento Histórico Nacional por decreto Nº 120.412.


En el año 1955 varias iglesias del centro porteño sufrieron incendios intencionales.  En esa ocasión varias imágenes originales se quemaron y diversos objetos fueron saqueados.  Fueron destruidos por las llamas los altares, muebles y reliquias como la mayor parte de su estructura interior más todos los archivos con su acervo histórico.  La imagen del arcángel San Rafael con Tobías muestra las consecuencias del vandálico suceso del 16 de junio de 1955 incendio de la iglesia.  Se guarda intacta, preservada por un vidrio como testimonio de ese período.  Las imágenes de San José y Santiago fueron “decapitadas” y mutiladas las manos.
La planta de San Ignacio tiene un parentesco indudable con las iglesias de los jesuitas en Madrid (San Isidro) y Toledo, obras ambas del Hermano Francisco Bautista, sobre todo en el pórtico de entrada y en la presencia cúbica y alargada del presbiterio y las sacristías.
Fuente
Portal www.revisionistas.com.ar
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jueves, 30 de julio de 2015

LA CONSTRUCCIÓN COLLA O KOLLA

Como era la construcción Colla

Si bien no se sabe cuando se originó esta comunidad se tiene noticias de esta desde el siglo XVII, se originó en las orillas del lago Titicaca en la actual Bolivia, los collas provienen de la fusión de varios grupos éticos como los Omaguaca, Calchaqui y Atacameña, sumando además algunas tribus Incas.

Habitaron y aun lo hacen sus descendientes la zona del noroeste Argentino, norte de Chile y Bolivia hasta Perú. Sus viviendas de piedra con pocas y chicas aberturas los protegían de la gran amplitud  térmica de la zona. A estas muros pétreos se los llamó pirca, en general eran construidas con piedras no tan grandes lo que favorecía su traslado.

Como originarios de la zona montañosa sus viviendas fueron hechas con el material imperante en la zona que es la piedra, la usaban para sus casas, templos y efectuar zonas aterrazadas para sus cultivos, como la papa andina, la quinoa y el maíz. Eran ganaderos, de llamas y vicuñas con cuya lana hacen hermosos tejidos.

Estas son las ruinas de Quilmes, un poblado que quedó abandonado hace muchisimo tiempo. En cambio en Jujuy Purmamarca, Maimará y Humahuaca el pueblo originario ha ido adquiriendo los hábitos de los conquistadores sin perder su historia y cultura.

En esta se puede ver los techados de ramas  cubiertos con adobe.