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martes, 28 de abril de 2015

Buenos Aires en 1780, su arquitectura

BUENOS AIRES SU ARQUITECTURA EN EL SIGLO XVIII

Casa Basabilbaso en 1782

El siglo XVIII fue de gran trasformación para la ciudad de Buenos Aires. Según el plan de reformas trazado por los reyes de la Casa de Borbón destinado a mejorar sus dominios en América con una nueva organización administrativa y legal, se creó el virreinato del Río de la Plata —con sede en Buenos Aires— y más tarde fue subdividido el vasto territorio en Intendencias. Otras creaciones de carácter institucional, como la Audiencia y el Consulado, dieron mayor jerarquía a la ciudad, mientras la sociedad porteña recibió el valioso aporte cultural de varios científicos que arribaron con motivo de las comisiones de límites hispanolusitanas, debido al término de las luchas por la Colonia del Sacramento.
El adelanto edilicio y crecimiento de la ranchería fue visible. En 1783 Francisco de Aguirre escribió: no hay uno que no se asombre de la trasformación de Buenos Aires casi de repente. El villorrio del siglo XVII fue tomando lentamente el aspecto de una ciudad, aunque desde tiempo atrás ya ostentaba ese titulo, a pesar de la ranchería que se observaba por doquier.
A mediados del siglo XVIII, el área urbana de Buenos Aires comprendía el centro, los arrabales y las quintas. La zona céntrica estaba limitada hacia el sur por el "zanjón del Hospital" o "del Alto" (actual calle Chile} y hacia el norte por el "zanjón de Matorras" o de "las Catalinas"que corría entre las actuales calles Paraguay y Córdoba. Los días lluviosos aumentaban peligrosamente el caudal de sus aguas y fueron el motivo principal que demoró por años el poblamiento de las zonas del Retiro y del Socorro. El rústico puerto ubicado al sur perdió utilidad por las basuras y resacas que arrastraban las aguas del Riachuelo, las cuales rellenaron el lugar, que se trasformó en una zona inundable. Por esta causa, los marinos buscaron lugares de mayor profundidad —denominados "pozos"— para anclar las naves y descargar pasajeros y mercancías a carretones de altas ruedas, que hacían el trasbordo hasta la tierra firme. En la zona cercana a la desembocadura del Riachuelo se levantaron los primeros depósitos y galpones, por eso con el correr del tiempo el lugar recibió el nombre de Barracas. Allí también comenzaron a funcionar hornos para fabricar tejas y ladrillos. El inconveniente de los zanjones impulsó a los vecinos a extender sus viviendas hacia el oeste y en esa dirección se amplió la zona urbana, hasta la altura de las actuales calles Lima y Cerrito. En dirección al este, el limite lo establecía la costa del río.
Las casas más destacadas de la sociedad porteña se levantaron en el barrio de Santo Domingo, el más aristocrático del siglo XVIII. Cabe mencionar en primer término la de Domingo de Basavilbaso, español que hizo fortuna en el comercio. Su vivienda puede considerarse como modelo de arquitectura civil colonial y se afirma que fue la primera en Buenos Aires que tuvo aljibe. El edificio fue construido en el año 1782 y ocupaba la esquina sudoeste de las calles Belgrano y Balcarce, esta última era en aquellas épocas el bajo o la ribera. La casa de Basavilbaso subsistió hasta no hace muchos años, aunque muy deteriorada y semihundida a causa de la nivelación de las calles. Sobre la portada podía observarse un elegante coronamiento barroco de influencia portuguesa y las ventanas con las características "rejas voladas" y una moldura curva superior.
En el interior, un corredor cubierto de tejas conducia a un patio con salida a la calle Balcarce por medio de un ancho portón. 
Fallecido Basavilbaso, el edificio pasó por herencia a la familia de Azcuénaga, la cual lo alquiló más tarde para Aduana. Cuando el último organismo se trasladó a otro local más nuevo,(la Aduana nueva construida en 1855) también se conoció a la casona con el nombre de Aduana Vieja.
Otra mansión de antaño ya desaparecida fue la casa de la Virreina vieja, cuya fachada sobre la calle Perú constaba de varias ventanas y una amplia portada de acceso, de estilo barroco, donde se congregaban las familias de la sociedad porteña en sus famosas tertulias.

domingo, 26 de abril de 2015

Los cabarets de la belle epoque

Los Cabarets de la última etapa de la Belle epoque


El Chantecler

El primer Chantecler se inauguró en 1910, cambiando de nombre varis veces.
El "Chantecler" del tango de Enrique Cadícamo también fue un cabaret y estaba situado en Buenos Aires, en la calle Paraná, entre Corrientes y Lavalle. Se había inaugurado en 1924 y en él tocaron grandes y famosas orquestas.Funcionaba en un edificio afrancesado, donde los concurrentes se sentían en su adorada Francia. En ese tiempo de bonanza se tiraba manteca al techo en los lugares de diversión. Los había serios pero otros eran ámbitos de caos o desorden por obra de pícaros y en circunstancias propias de la picaresca de la noche porteña. Esto significaba la frase tirar manteca al techo. El periodista Miguel Angel Bavio Esquiú, con su personaje "Juan Mondiola", ayudó a difundir la expresión.
El "Chantecler" fue demolido en 1960 y como el autor (Enrique Cadícamo) era un asiduo concurrente compensó, de algún modo, su tristeza por la desaparición, con una letra con la que se describen mejor las vivencias de esa sala de diversión nocturna de un Buenos Aires de ayer, memorada en poemas y letras y todavía presente en la memoria y en el sentimiento de los viejos tangueros. Mi padre ya muy mayor cuando hablaba del Chantecler o del Tabaris se le iluminaban los ojitos.

El Tabaris

El Tabaris habre sus puertas en 1924, siendo el lugar de reunión de los jovenes de la clase alta de Buenos Aires.
La parte superior albergaba los palcos y reservados. Cubiertos por finos cortinados de brocados, mantenían a resguardo de inoportunas miradas, la presencia asidua de las cocottes con sus acompañantes. 
Espectáculos de diversos géneros se presentaban sobre un escenario levadizo. Entre plumas, reflectores, lentejuelas, strass y estilizados cuerpos de época, el varietté, los números vivos y acrobáticos, el music hall y el tango se manifestaban con su desenfrenada ansia de reconocimiento popular, arrastrando su cuota de melancólica frivolidad.
En esta atmósfera nace, respira y crece el Tabarís, cabaret de lujo emblemático y cosmopolita. Actuaron en él Josephine Baker –en pleno apogeo-  y la Mistinguette, haciendo gala de sus piernas sin igual. Elencos y figuras locales y extranjeros se alternaban en un vertiginoso frenesí que más tarde daría lugar a la Revista. 
La presencia de Eduardo de Windsor (Príncipe de Gales), Orson Welles, Maurice Chevalier, Luigi Pirandello, Carlos Gardel, Federico García Lorca y hasta el Maharajá de Kapurtala con sus catadores reales –entre tantos otros-, engalanaron sus noches. 
Sobre el final de la belle epoque y los estertores del régimen conservador en Argentina, nacen los cabarets como una marca de clase e imagen (Historia del Tango-José Antonio Navarro).
En 1949, el Tabarís celebró sus 25 años de vida. Andrés Trillas ofreció a los concurrentes champagne y faisán para el festejo. 

jueves, 23 de abril de 2015

Mar del Plata, historia

Fundación de la ciudad de Mar del Plata , su historia y arquitectura


Después de varias incursiones en la zona en 1865 Meyrelles , un comerciante portugués le vende sus tierras a Patricio Peralta Ramos (1814-1873) , desde que comenzó la vida comercial intensa en el lugar, saladeros y cría de ganado, surgió la idea de fundar un pueblo. Juan A. Peña, en 1864 había obtenido del gobernador Mariano Saavedra la autorización para fundar "el pueblo de la Laguna de los Padre" (donde aun se encuentra una capilla construida por los jesuitas.) que no pudo llevarse a cabo ya que para ello era preciso una ley de expropiación de las tierras de Peralta Ramos.
En 1873 Peralta Ramos presentó un escrito solicitando la fundación de la ciudad y ofreciendo gratuitamente las tierras necesarias, en su nota decía "Este pueblo posee un puerto natural sobre el Atlántico que lo pone en comunicación directa con el extranjero." Es ventajosísimo para la instalación de saladeros".
Villa Ocampo, hoy un museo

El 16 de Octubre de 1879 se creó el partido de Gral. Pueyrredón, pero recién el 15 de Julio de 1907 el antiguo pueblo que hasta el momento se había llamado Balcarse fue declarada ciudad con el nombre de Mar del Plata.
Habiéndose  valorizado éstas tierras después de la campaña al sur efectuada por Roca, comenzaron a venderse las tierras en parcelas.
Desde 1857 hasta 1886, fecha en que con la llegada del ferrocarril la ciudad que había decaído con el abandono de los saladeros, adquiría nueva vida.
El centro se encontraba en la plaza América después llamada Luro., encontrándose terrenos baldíos a una cuadra de la plaza. Las primeras construcciones de casas eran de ladrillo y adobe sin revocar.
La belle époque, se la llamó de esa forma ya que el francés era el idioma universal de la época y su su comienzo puede ubicarse en 1899 en que comienza el gran auge de Mar del Plata, un año antes se había inaugurado el Bristol hotel. La dependencia de la burguesía argentina al capitalismo inglés, le permitió vivir un auge económico con sobrante de riqueza, la élite vio la posibilidad de tener una ciudad a su medida donde encontrarse a jugar y tener actividades sociales sin estar rodeados de inmigrantes y plebeyos como estaba Buenos Aires.
Posteriormente se construyo la rambla de madera , lugar de paseo y de encuentro de las familias de la oligarquía argentina.. En 191 se construyó la rambla de material.

miércoles, 22 de abril de 2015

La arquitectura jesuítica, ruinas y más

LA ARQUITECTURA JESUÍTICA



Ruinas de San Ignacio mini en Misiones

 La Compañía de Jesús, fue fundada en el año 1540 por el papa Pablo lll ésta fue la orden religiosa más importante para la Reforma Católica.
Su fundador y primer superior general, Ignacio de Loyola, no era un clásico religioso conventual, era esencialmente un militante y un militar. No iba a pensar en una orden reflexiva y contemplativa y solamente evangelizadora, sino una iglesia armada
En Perú misión jesuítica andina data año 1577

 Por eso no llama a su creación “Orden, sino “Sociedad” que se aproxima más a un objetivo comercial. Loyola no iba a mercar oro y especies. Iba a mercar almas. 
En esa época los indígenas pintaban imágenes con arcabuses
Necesitaba de un nuevo paradigma de religioso: un teólogo que defendiese la primacía de lo antológico contra lo empírico e interpretativo, según lo estatuido por el Concilio de Trento pero además, y como muy acertadamente lo define Lucia Gálvez: “Había entre los jesuitas científicos, artistas, arquitectos e intelectuales de todo tipo.
El misionero jesuita era, por necesidad un Proteo que se transformaba en mil figuras y hacia mil papeles diferentes. Era el arquitecto y el albañil, el carpintero y el tallista, el maestro de música y el que hacia y enseñaba hacer los instrumentos, tales como órganos, clavicordios, violines, etc.  Las “Cartas Armas” enviadas periódicamente por los provinciales de Tucumán, Chile y Paraguay al Superior de Roma, nos brindan testimonio no solo de su acción evangelizadora sobre españoles, tu Dios y negros, sino de sus acciones sociales, económicos y etiológicas (sobre todo los primeros años)
 Entre ellos y los “Papeles Eclesiástico de Tucumán” recopilados por Levillier, podemos tomarnos una idea de cómo fue el inicio de la influencia jesuítica”.
Completo en idea: además de dar misa y evangelizar, era maestro, médico, dentista, obstetra, sanitarista, cronista, albañiles y arquitectos.

arquitectura jesuitíca en Chiquitos Bolivia


Esa estrategia fue magistralmente  caracterizada por el General Ampe, en 1919, cuando dice: La evangelización debe vivificar a ese ser, personal y único, que es un hombre y es un hombre inserto en la cultura que el ha constituido a formar.  La evangelización, por lo tanto, ha de tener en cuenta el contexto especial y diferenciado que es propio en cada pueblo”
Pero para difundir la doctrina, acabar con la idolatría e instaurar una comunidad fehaciente, era preciso reunir al grupo aborigen, esto es, reducirlo a un estado de convivencia en el que  seria factible introducir lenta y escrupulosamente los principios deseados. La experiencia jesuita en Juli, a orillas del lago Titicaca, proveyó de suficientes ideas y estructuras  para poner en practica en Paraquaria: aislamiento mecanismos de coerción colonial (encomienda y un sistema “libre” de mercado, fatal para los indios) poblaciones exclusivamente habitadas por los aborígenes. Praxis artística, organización a ultranza de los labores. La catequesis se haría a partir de los niños, acompañada de incipientes enseñanzas: destrezas, bailes, música y en etapas posteriores, lecto-escritura. Esto conduciría a un ritmo lento de evangelización que a menudo amerito observaciones criticas sobre el proceso jesuita en el Guayra, no se trataba de las conversaciones multitudinarias que en principio eran juzgadas como exitosas.
Solo con esa filosofía de mancomunidad y hermandad se explica la serenidad con que va a la muerte. Roque González de Santa Cruz y sus compañeros o el perfecto encuadre militar de los guaraníes en   Mborore a las órdenes de Ignacio Abiaru. Para el buen desempeño de las tareas de evangelización y adoctrinamiento, eran necesarios espacios donde el sonido llegase con claridad.

De allí y siendo los jesuitas, por su regla, una orden predicadora, adopto para sus iglesias, el esquema de “iglesia aula” cuyo desarrollo conllevaría la creación de una diferenciada  “manera” de encarar la arquitectura.
Dice Giovanni Sale: “El Surgimiento de la arquitectura jesuita nace en Roma, dentro del modo de construir sintético, simplificado y despojado de los oratorios e iglesias romanas, surgidas en esa ciudad entre 1530 y 1570, vale decir bajo el Pontificado de Pablo III, y durante el desarrollo del Concilio de Trento. Sale definió a esta arquitectura como “pauperismo arquitectónico”.
 Ciertamente, la Reforma Católica se alejo del extremoso culto a la belleza como lo había concebido el Renacimiento, para volver a la espiritualidad, a la rigidez moral de los orígenes del cristianismo. La Reforma, exigiendo una renovación de la catequesis a través de la predicación, creo un nuevo “programa” de la Iglesia: Nave unida en forma de aula rectangular, no muy profunda y ancha en boca, enfatizando la exigencia de concentración de la comunidad eclesial en la predicación y la Eucaristía. Aula rectangular , cielo raso plano, altar al fondo y central. Todo para favorecer la visualización y una adecuada acústica.
Estas premisas, en especial la pobreza y la funcionalidad, fue considerado a partir de modelos paleocristianos, pero su reutilización fue promovida por Antonio de Sangallo.
El vasto espacio unitario rectangular (aula), poseía usualmente dos filas de capillas interconectadas en los lados largos y un área especializada para el altar mayor al fondo, a Titulo de Capilla mayor, a veces abovedada, con funciones de presbiterio. En realidad, se prefería el techo plano, porque se había descubierto  que la bóveda, con sus reflexiones acústicas, dispersaba la voz, lo que atentaba contra la predicación.

Las Congregaciones Generales marcaron una serie de normas de cómo se debía ser el modo “nuestro” de construir. La salubridad de la implantación, y una arquitectura útil, funcional, económica en construcción y mantenimiento, lejos de los tonos pomposos de la arquitectura anterior. Naciendo así la arquitectura colonial hispana

Pulpería “La Blanqueada”

Pulpería “La Blanqueada”


(De Alberto Octavio Córdoba)

“Después de pasar el arroyo Maldonado por un viejo puente de madera que soportaba el tránsito a fuerza de remiendos, a la altura de la entrada donde es Belgrano –entonces los Alfalfares de Rosas– estaba ‘La Blanqueada’, una de las pulperías más viejas del camino, parada de carretas y tropas de carros y que más tarde, cuando fue de Bellocq, se transformó en una buena casa de negocio” (1).
Aquel edificio se encontraba situado, como ya lo hemos señalado, en la esquina noroeste de Cabildo y Pampa. “En 1859, refiere don Luis Fonteynes, cuando Belgrano aún estaba en pañales, mi abuelo materno adquirió la propiedad 'La Blanqueada', que todavía subsiste en las calles Cabildo y Pampa, antes 25 de Mayo y Moreno, y que, según la leyenda, fue una de las primeras construcciones de la localidad" (2). Luego, más adelante, este antiguo vecino nos hace saber que después de la muerte de su abuelo, llamado Juan Luis Artigues, ocurrida en 1870, “la consiguiente testamentaría exigió la subasta pública judicial, para facilitar la repartición entre los herederos; 'La Blanqueada' fue adquirida por su actual poseedor,  don Alejandro Caride, en la suma de cuatrocientos mil pesos moneda corriente, entonces una fortuna y hoy tan solamente diez y seis mil pesos moneda nacional”.
Cuando en 1870 se realizó la tasación de los bienes dejados por el señor Artigues, la propiedad “llamada 'La Blanqueada' situada en el Partido de Belgrano", estaba compuesta por diez habitaciones de material, un cuarto con techo de madera, cocina, pesebres, jardín, arboledas y un terreno de118 metros de frente (sobre Cabildo), por 85 metros de fondo. En la repartición que se hizo de sus bienes, “La Blanqueada” le correspondió a una de sus hijas, doña Elena Artigues de Fonteynes (3).
Todas las habitaciones de la casa daban  al exterior y los balcones estaban protegidos por rejas. La tirantería era de quebracho y la entrada se hacía por dos puertas de dos hojas cada una. El cuerpo principal de la casa estaba compuesto de cinco cuartos y una sala; los restantes ambientes eran para el personal de servicio. Después del jardín se encontraba la quinta, bien poblada de árboles frutales. A ella se entraba por un camino arbolado por 22 paraísos. Allí había 250 durazneros y perales de buena clase, 6 nísperos, 5 damascos, 3 limoneros, 4 guallabas, 2 laureles, 4 tilos, 264 varas lineales de romero y alhucema, 85 pies de parra pequeña y 12 suspiros de Venus.
Fue en ese edificio llamado “La Blanqueada”, donde se instaló don Alejandro Caride, mientras terminábase de construir la hermosa casa que el nuevo propietario había  mandado levantar en el centro mismo de la manzana, recientemente adquirida por él (4). Muchos años más tarde, en 1919, ese edificio iría a ser ocupado por las Hermanas Dominicas, funcionando en él desde aquella época, el colegio “Nuestra Señora del Rosario”. En  cuanto al edificio de “La Blanqueada”, éste se mantuvo en pie largos años. Por 1890, en ese lugar vivía una familia de apellido Buttler. Hoy en esa esquina, antigua parada de carretas y viajeros, se levanta la sucursal de una institución bancaria.
______
(1) Manuel Bilbao, Tradiciones y recuerdos de Buenos Aires. pág. 444, Buenos Aires, 1944.
(2) Luis de Fonteynes, Belgrano: antaño y ogaño, en : La Prensa de Belgrano, año XL, Nº 1738 (Capital Federal), Belgrano, enero 5 de 1913.
(3) Archivo General de la Nación, Legajo Tribunales, Nº 3601. Sucesión de Juan Luis Artigues.
(4) Ahí en esa casa nací yo, nos refería doña María Angélica Caride de Calvo, y recuerdo, agregaba, que cuando éramos chicos, una de las diversiones que teníamos, era la de seguir con la vista, desde la esquina de Pampa y Cabildo, todo el recorrido de los trenes a vapor, desde que cruzaban las barreras de Cabildo y Dorrego, hasta que llegaban a la estación Belgrano R. Así era de despoblado Belgrano en aquellos años.

Imagen: Lo que quedaba de "La B1anqueada" en el año 1912.
Texto tomado del libro: El barrio de Belgrano. Hombres y cosas de su pasado histórico. Cuadernos de Buenos Aires; Bs. As., 1968.

El Castillo del Ombú de Barracas

El Castillo del Ombú de Barracas

"Castillo del Ombú" - Estación del Ferrocarril


El barrio de Barracas tiene sus rincones ocultos y una belleza arquitectónica muy particular que a pesar de los años aún conserva (en algunos casos en ruinosas condiciones) edificaciones de más de 180 años, que la desidia y poca importancia que le damos a nuestra historia, no ha mantenido.
Un caso es el “Castillo del Ombú” cuya construcción fue ordenada antes de las invasiones inglesas. Situado en la calle Brandsen al pie del terraplén del ferrocarril Roca, la leyenda dice que allí vivió el virrey Sobremonte y posteriormente en la época de Rosas fue cuartel de Cuitiño.
 Nos cuenta el historiador de Barracas Enrique Horacio Puccia en su libro “Barracas en la historia y en la tradición” que  la plaza Virrey Vértiz fue antiguamente quinta de verduras y el propietario de este predio, el señor Gregorini, integró la firma Gregorini- Crespo.
Esta empresa tuvo a su cargo la pavimentación de muchas calles de Barracas.
En el breve lapso que el señor Crespo ocupó la Intendencia municipal, fue secundado por dos vecinos de destacada actuación política: el coronel de intendencia don Antero Carrasco y el señor Eduardo P. Durán.
Parece ser que familiares del señor Crespo habitaron a fines de siglo “el castillo” con un enorme ombú al frente, al pie del puente del ferrocarril.
Algunas versiones expresan que tal mansión fue erigida como morada del virrey Sobremonte y su familia,  otros la ubican  como cuartel de Cuitiño durante el mandato de Rosas. Lo cierto es que la construcción fue ordenada por un acaudalado caballero de pura prosapia castellana, don Anselmo Sáenz Valiente en el año 1806, alcalde de segundo voto y miembro del Cabildo de Buenos Aires. Por aquel entonces Buenos Aires era la Capital del Virreinato del Río de la Plata y contaba con una población de 25.000 habitantes. En el año 1790 se había casado con Juana María de Pueyrredón Dogan, hermana del prócer del mismo apellido y una de las más admiradas mujeres de su época, no sólo por su belleza, sino por su distinción,  generosidad y patriotismo.
La mansión mostraba en sus muros el escudo de armas de la familia y poseía un lujoso moblaje, valiosas pinturas y delicadas ornamentaciones traídas de Francia. Fue escenario de brillantes reuniones sociales a las cuales asistían lo más destacado de la sociedad porteña (solamente se interrumpieron en la era rosista).
En los vastos terrenos de la propiedad, uno de los descendientes, el señor Bernardo Sáenz Valiente y Pueyrredón (su padre había fallecido en 1815) “guardaba sus potros chilenos de sangre árabe, los más hermosos y piafantes del Buenos Aires de un siglo atrás”, según lo expresa Adolfo Mitre.
Después de Caseros, las fiestas se reanudaron en la mansión con todo su brillo anterior.
Ya en la segunda década de este siglo, lejos de su pasado esplendoroso, “El Castillo del Ombú” como lo denominaban los vecinos, sirvió de morada a familias de humilde condición y luego a los peones del Ferrocarril del Sud, de cuya empresa pasó a ser propiedad hasta que fue demolido en abril de 1941. Pronto desapareció también el ombú,  testigo mudo de aquel brillante pasado. 
Hoy sólo queda en pie el muro que rodeaba el solar de la residencia, con una portada importante y dos puertas de rejas. Funcionaba allí la estación Sola del Ferrocarril Roca, que en el año 1880 adquirió los terrenos ubicados entre las actuales calles Suárez, Pinedo, Australia, Perdriel  hasta Vélez Sarsfield.
Se instaló una estación de cargas, compuestas de seis galpones y varios talleres destinados para pintura y reparación de vagones, que llevaba el nombre antiguo de la calle Sola. En 1886 fueron trasladadas a este lugar otras instalaciones que la empresa tenía en Avellaneda (Barracas al Sur). Cuando se construye el terraplén actual, la conexión entre el ramal principal y la estación se interrumpe y para mantener su utilidad se hace necesario el tendido de una vía que cruce el Riachuelo. Actualmente varios de los galpones son utilizados por empresas camioneras de transporte con depósito y espacio de carga y descarga. Envío y recibo de mercaderías y también almacenamiento de contenedores navieros. 
Gracias Mabel Alicia Crego
Fuentes:
Barracas en la historia y en la tradición  de Enrique Horacio Puccia  G.C.B.A.
Puentes y ferrocarriles de Barracas  de Luis O. Cortese.
La calle de los locos  de Enrique H. Puccia.

martes, 21 de abril de 2015

LA QUINTA DE LANGE

LA QUINTA DE LANGE




LA QUINTA Y EL MIRADOR DE LANGE:
ASILO, HOSPITAL, INQUILINATO, CASA DE HIDROTERAPIA
Sobre dos manzanas, entre las calles Hipólito Yrigoyen, Liniers, Moreno y Maza, se ubicaba la antigua Quinta de Lange.
El casco conservó su fisonomía a través del tiempo, en el sector comprendido entre Liniers y el pasaje Lange, (desde 1916 llamado Lucero), preservando el viejo mirador y parte de su estructura de quinta hasta 1984, cuando fueron demolidos definitivamente para dar lugar a dos edificios en torre.
Fue uno de los pocos y últimos espacios de memoria y resguardo del patrimonio existente que se perdería de aquellas quintas del antiguo Buenos Aires que proliferaron por casi cuatro siglos como un abanico verde que se abría hacia las afueras del ejido urbano.
La quinta se erigió como escenario de una parte importante de la historia porteña, de su gente y de sus instituciones. Para 1873 se transformó en asilo, en hospital de niños en 1875, en la Biblioteca “Bartolomé Mitre” en 1900, en conventillo hacia 1916.
Además se descubrió que había funcionado en el lugar uno de los primeros centros de hidroterapia de la ciudad, durante su demolición, se encontraron vestigios de esa actividad.
Y más aun, en 1960 sirvió de inspiración de la novela Sobre héroes y tumbas, la gran obra de Sábato.
Esta quinta fue confundida muchas veces con la de Santiago de Liniers que alquiló otra quinta contigua a ésta, entre Moreno y Venezuela, donde estableció una planta de pastillas de carne.
“EL ASILO DE LA POBREZA Y EL TRABAJO”
El asilo fue producto de una gestión que realizó el entonces gobernador de Buenos Aires Emilio Castro ante el dueño de la quinta, Roberto Lange. En el libro La caridad en Buenos Aires, Alberto Meyer Arana escribió, refiriéndose a la institución:“El 13 de septiembre de 1870, la Sociedad de Beneficencia nombró una comisión presidida por la señora Andrea Almagro de Sacriste (hermana de Julián Almagro), y compuesta por las señoras Isabel Armstrong de Elortondo, Dolores Lavalle de Lavalle, Jacinta Castro, Mercedes del Sar de Terry y Eulogia Lezica de Acuña, para atender la necesidad de elevar la moral de la clase pobre y desheredada por medio del trabajo y desarrollo del sentimiento religioso, creando un asilo de corrección de mujeres jóvenes y adultas, que al reconocerse culpables se precipitan al vicio…”
Este grupo se señoras de “ilustre apellido” serían las encargadas de encauzar a las ovejitas descarriadas a raíz de la pobreza, toda una concepción discriminatoria y denigrante, propia de aquellos tiempos.
Las primeras asiladas ingresaron el 7 de febrero de 1873; pero el funcionamiento en aquella casona fue efímero, ya que al poco tiempo el asilo fue trasladado a otro edificio de la Convalecencia.
EL HOSPITAL DE NIÑOS “SAN LUIS GONZAGA”
El hospital fue bautizado con el nombre del sacerdote italiano Luis Gonzaga (1568-1591), fallecido a los 23 años y canonizado en 1726, consagrado también patrono de la Juventud Católica. Tanto al mencionado asilo, como a este primer hospital de pediatría de Buenos Aires, les tocará funcionar en un lugar de precarias instalaciones, condiciones y edilicias.
Ya desde la época de Rivadavia la Sociedad de Damas de Beneficencia era el organismo llamado a regentear la medicina, si bien se alzaban voces reclamando que la salud fuera potestad del Estado y no un asunto de caridad a través del cual las clases acomodadas obraban para con las clases más humildes. También en este caso fue Dolores Lavalle de Lavalle quien ubicó en esta quinta de la calle Victoria 1179 ―después Hipólito Yrigoyen 3420― el modesto hospital. Funcionaba en dos galpones de madera hacia los fondos, con 20 camas cada uno. Al momento de la inauguración el 29 de abril de 1875, las 40 camas ya se hallaban ocupadas, lo que era lógico teniendo en cuenta el gran déficit de atención sanitaria que imperaba en Buenos Aires.
Como director interino nombraron al Dr. Rafael Herrera Vegas, luego lo reemplazó el Dr. Ricardo Gutiérrez, quien fuera un notable pediatra. Los secundaron los doctores Ignacio Pirovano, Adalberto Ramaugé y el entonces practicante José María Ramos Mejía.
El hospital apenas funcionó en este lugar poco más de un año, ya que en 1876 fue trasladado a la calle Arenales 1462. Dispuso allí de un edificio algo más amplio, confortable y de mejor acceso. En 1896 se inauguró la sede actual del Hospital de Niños, en Gallo 1330, que llevaría el nombre de Ricardo Gutiérrez, quien había dirigido la institución desde casi su fundación hasta su fallecimiento en 1896.
ERNESTO SÁBATO Y LA QUINTA
Esta misma quinta fue el sitio inspirador de la novela de Ernesto SábatoSobre héroes y tumbas; allí climatizó parte de la obra, aunque en ningún momento identifica al lugar. ¿Qué habrá visto el genial escritor en la vieja casa? Tal vez fue su predisposición por la naturaleza, las plantas, los animales, los pájaros, y el clima misterioso del vetusto caserón lo que impulsó su elección.
La descripción que realizó el maestro fue notable; se detuvo en todos los detalles del lugar. La novela consigue sin duda alguna instalar al lector en este rincón de Almagro. Comienza con el portón de hierro trabajado, sobre la calle Hipólito Yrigoyen, transita luego el frondoso jardín por un camino de baldosas que conduce a un portal central neoclásico, sostenido por columnas de hierro fundido, típico de finales del siglo XIX, con el adorno de una balaustrada.
“Se sentía un intenso perfume de jazmín del país. La verja era muy vieja y estaba abierta a medias, cubierta por una glicina. La puerta herrumbrada, se movía dificultosamente, con chirridos. En medio de la oscuridad brillaban los charcos de la reciente lluvia. Se veía una habitación iluminada, pero el silencio correspondía más bien a una casa sin habitantes.
Bordearon un jardín abandonado, cubierto de yuyos, por una veredita que había al costado de una galería lateral, sostenida por columnas de hierro. La casa era viejísima, sus ventanas daban a la galería y aún conservaba sus rejas coloniales; las grandes baldosas eran seguramente de aquel tiempo, pues se sentían hundidas, gastadas y rotas.”
“Atravesaron un estrecho pasillo entre árboles muy viejos (Martín sentía ahora un intenso perfume a magnolia) y siguieron por un sendero de ladrillo que terminaba en una escalera de caracol.”
“Bueno, de la quinta no queda nada. Antes era una manzana. Después empezaron a vender. Ahí están esa fábrica y esos galpones, todo eso pertenecía a la quinta de aquí, de este otro lado hay conventillos. Toda la parte de atrás de la casa también se vendió. Y esto que queda está hipotecado y en cualquier momento lo rematan… Alejandra intenta abrir una dificultosa cerradura, dijo ‘esto es el antiguo mirador.
–¿Mirador?
–Sí, por aquí no había más que quintas a comienzos del siglo pasado…”
LA QUINTA Y LA HIDROTERAPIA
Como si fuera poca la historia de esta quinta, en un estudio realizado por un grupo de restauradores bajo la conducción del arquitecto Daniel Scháverlzon en los subsuelos de un Buenos Aires destruido y oculto, se ubicaría tras la demolición del sitio descripto una infinidad de objetos que documentan la privacidad de quienes lo habitaron.
En el sector que corresponde a Hipólito Yrigoyen 3402 fue descubierta una pileta de hidroterapia semidestruida, con paredes de azulejos franceses. La piscina perteneció al establecimiento que habían instalado en el lugar los médicos Felipe y José Solá, hacia 1876, llamado “Establecimiento Hidroterápico de Buenos Aires”. Los folletos de publicidad lo ubicaban en la calle “Victoria 1466 del barrio Once de Septiembre”, precisamente la actual Hipólito Yrigoyen 3402, entonces terrenos de la quinta de Lange.
Se trataba de las primeras experiencias de procedimientos de salud mediante el uso del agua, tanto fría como caliente. En 1877, el Dr. Juan Lacroze instalaría un establecimiento similar en Piedad 1374 (actualmente Bartolomé Mitre 3088, hoy sitio del accidentado local Cromagñón), aunque con elementos mucho más modernos, importados de Europa.
La clínica contaba con baños de asiento, en todas sus variantes. Disponía también de duchas movibles, con lluvia fina, común y de columna, formadas por círculos superpuestos y caños perforados que liberaban agua a diferentes alturas del cuerpo. Aplicaba además una técnica que consistía en arrojar un chorro de agua dirigido desde tres metros y medio de distancia sobre el cuerpo del paciente; una modalidad que hoy solo es usada por la policía para disolver manifestaciones, y que en algún momento fue un recurso hogareño para aplacar ataques de nervios.
El establecimiento poseía un gran depósito de agua, colocado a diez metros de altura, con filtros y dispositivos para mantenerla entre 8 y 14 grados de temperatura.
BIBLIOTECA, INQUILINATO Y TORRES
No existe, en cambio, mayor información sobre la Biblioteca Bartolomé Mitre que habría funcionado allí en el año 1900; sí del conventillo y del inquilinato que se instaló en 1916 hasta la mencionada demolición, para construir las dos actuales grandes torres.
Si se transita por la calle Liniers, a la altura del antiguo mirador (a 20 metros de la esquina), se encontrará con un pedazo de pared y rejas de aproximadamente 18 metros cuadrados: son los restos del primitivo paredón de la quinta. Es lo único que se ha salvado ―hasta ahora― de la rica vida allí encerrada.
Miguel Eugenio Germino
FUENTES
-http://www.guti.gov.r/histor.htm
-Llanes, Ricardo M., “El Barrio de Almagro”, Cuadernos de Buenos Aires, 1968.
-Meyer Arana, Alberto, La caridad en Buenos Aires, Sopena, 1911.
-Periódico PRIMERA PÁGINA, nº 72, marzo de 2000.
-Rezzónico, Carlos A., Antiguas Quintas de Buenos Aires, Interjuntas, 1996.
-Schávelson, Daniel, Buenos Aires arqueológica, Ediciones Turísticas, 2002.
Agradezco la colaboración de Guillermo José Ibarra