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martes, 18 de agosto de 2015

El Estilo Gótico

El GÓTICO y LAS CATEDRALES 


En el libro de José Luis Corral, encontré datos muy interesantes sobre la arquitectura gótica y aquí les traigo un pequeño fragmento. 


En esta imagen mediática de la Edad Media, el arte románico se ha convertido en un estilo de identidad «clásica», como si los ambientes románicos fueran los genuinos y auténticos de esa época, en tanto lo gótico se reserva para una especie de Edad Media ideal e imaginaria, una suerte de futuro fantástico, aunque casi siempre calamitoso y sombrío. Así, cuando un cineasta, un ilustrador o un decorador han querido transmitir la imagen de una Edad Media real lo han hecho mediante una escenografía románica: ábsides románicos, salas con arcos de medio punto, galerías de arquerías románicas, pinturas murales de amplio colorido, y vestuario y attrezzo basados en los siglos XI y XII; por el contrario, cuando se ha querido presentar una Edad Media idealizada y ahistórica, se ha acudido a la estilización del estilo ojival, a los arcos apuntados, a las naves góticas, a los pilares fasciculados, a pináculos y gárgolas fantasiosos y a estrambóticos vestidos inspirados en las miniaturas y pinturas de ambiente cortesano de los siglos XIV y XV.

   
 
Bóvedas de crucería simple y estrellada.


Arbotantes.



Así, lo gótico se ha presentado como símbolo de lo imaginario de la Edad Media, frente a lo románico, que representa lo real de ese periodo.

La idea de arquitectura gótica

Tras el siglo de la Ilustración, marcado por una insistencia obsesiva en la idea de la Razón, el clasicismo y el orden, hacia 1820 soplaron nuevos vientos culturales que anunciaban el Romanticismo, y con ellos una vuelta hacia aquellas manifestaciones artísticas tan criticadas por el Racionalismo ilustrado.
En Francia, muchos ojos se volvieron hacia las viejas, arruinadas y alteradas catedrales medievales. En ese país, cuna del gótico, fue el arquitecto Eugène Viollet-le-Duc el principal impulsor de la recuperación del que comenzó a identificarse como el verdadero y genuino estilo nacional francés. Y para desmontar las furibundas críticas que los arquitectos neoclásicos lanzaron sobre el gótico, Viollet-le-Duc se empeñó en demostrar que la arquitectura gótica estaba basada en un sistema de valores culturales y técnicos cargados de una profunda inteligencia y una sistematización racional; incluso llegó a escribir que, en la planificación de una catedral gótica, «todo está en función de la estructura: la tribuna, el triforio, el pináculo, el gablete; en el arte gótico no existe forma arquitectónica basada en la libre fantasía».
Convertido en el gran defensor del gótico, Viollet-le-Duc realizó una inmensa labor de recuperación y difusión de este estilo, que pronto se convirtió en un referente cultural para los europeos. Despreciado desde el Renacimiento, a mediados del siglo XIX el gótico se erigió en el modelo de numerosas nuevas construcciones públicas y privadas. Así, tras el incendio que destruyó el palacio de Westminster en 1836, los británicos decidieron construir su nuevo parlamento, la imagen de su modelo social decimonónico, una mezcla imposible de parlamentarismo e imperialismo, en estilo neogótico, y lo mismo hicieron los húngaros con el suyo en 1885.
En el siglo XIX, el gótico se reivindicó como estilo artístico, pero también como concepto estilístico. Y fue entonces cuando surgieron importantes investigadores que profundizaron en la arquitectura gótica como nunca se había hecho hasta entonces, y cuyos trabajos serían fundamentales para recuperar el prestigio perdido entre finales del siglo XV y principios del XIX.
Tras más de tres siglos de condena y olvido, la atracción por el gótico se desató por todas partes. Por un lado, sus formas arquitectónicas evocaban, o así lo interpretaban al menos sus nuevos valedores, un tiempo de ensueño, de luz y de fantasía, incluso de libertad creativa, tan querida por el Romanticismo frente a la rigidez del clasicismo racionalista. Y, por otra parte, el gótico se explicaba ahora como un arte nacional que recuperaba la esencia propia de las nacionalidades europeas, basadas en las tradiciones y creencias cristianas y en la especificidad europea de este estilo, exclusivo y definitorio de la cristiandad bajomedieval.
El gótico comenzó a verse entonces como un arte cristiano y europeo, es decir, un estilo de profundas esencias atávicas y de elevados conceptos propios que definían la genuina idiosincrasia cultural de la Europa cristiana y occidental.

El historiador del arte Wilhelm Worringer (1881-1965) escribió en 1911 su importante obra Formproblem der Gotik (Problemas formales del arte gótico), en donde apuntaba interesantes reflexiones sobre la que consideraba estrecha relación entre la arquitectura gótica y el pasado legendario, e incluso la identidad de Europa, definiendo el gótico como «la expresión en piedra de la tradición celta, que simulaba con el diseño de las catedrales los bosques primigenios europeos».
 La larga centuria que se extiende entre 1140 y 1270 fue «el siglo de las catedrales». Sólo en Francia se inició la construcción de varias decenas de ellas, y otras muchas en el resto de la cristiandad europea, además de miles de iglesias, monasterios y conventos, y otros edificios de arquitectura civil y militar como castillos, fortalezas, puertas, palacios, lonjas, casas consistoriales, hospitales, albergues, puentes, fuentes, cruces conmemorativas..., y así hasta tal punto que la imagen de la Baja Edad Media está asociada de manera inseparable a la arquitectura gótica, que no sólo es un estilo artístico, sino la seña de identidad de toda una época. 

sábado, 15 de agosto de 2015

LE CORBUSIER “El Camino de los Asnos: El Camino de los Hombres”

LE CORBUSIER  

“El Camino de los Asnos: El Camino de los Hombres”


El hombre camina derecho porque tiene un objetivo; sabe a dónde va, ha decidido ir a determinado sitio y camina derecho.
El asno zigzaguea, pierde el tiempo un poco, sesera esmirriada y distraída; zigzaguea para evitar los cascotes, para esquivar la pendiente, para buscar la sombra; se preocupa lo menos posible.
El hombre rige sus sentimientos con la razón; reprime sus sentimientos y sus instintos en pos del objetivo que tiene. Gobierna a la bestia con su inteligencia. Su inteligencia erige normas que son efecto de la experiencia. La experiencia nace del trabajo; el hombre trabaja para no perecer. Para producir hay que tener una línea de conducta; hay que obedecer las reglas de la experiencia.
Hay que pensar por anticipado en el resultado.
El burro no piensa en nada, en nada más que en dar vueltas.
El asno ha trazado todas las ciudades del continente, incluso París, desgraciadamente.
En las tierras que las nuevas poblaciones invadían poco a poco, la carreta pasaba así, a contento de las prominencias y de los huecos, de los guijarros o de la turba; un arroyo era un gran obstáculo. En el cruce de las rutas, al borde del agua, se construyeron las primeras chozas, las primeras casas, los primeros poblados; las casas se alinearon a lo largo de las rutas, a lo largo del camino de los asnos. Se puso alrededor un muro fortificado y un ayuntamiento en el interior. Se legisló, trabajó, vivió y respetó el camino de los asnos. Cinco siglos más tarde se construyó un segundo cerco de murallas más grande, y cinco siglos después un tercero, más grande aún. Por donde entraba el camino de los asnos, se hicieron las puertas de la ciudad y se puso a empleados de registro. El poblado es una gran capital. París, Roma, Estambul están construidas sobre el camino de los asnos.
Las capitales no tienen arterias, sólo tienen capilares; el crecimiento señala su enfermedad o su muerte. Para sobrevivirse, su existencia está desde hace largo tiempo entre las manos de los cirujanos que acuchillan sin cesar.
Los romanos eran grandes legisladores, grandes colonizadores, grandes administradores. Cuando llegaban a algún sitio, a la encrucijada de los caminos, al borde del río, tomaban la escuadra y trazaban la ciudad rectilínea, para que fuera clara y ordenada, fácil de vigilar y de asear, para que fuera fácil de orientarse en ella, para que se la recorriera cómodamente: la ciudad de trabajo (la del Imperio) como la ciudad de placer (Pompeya). La recta convenía a su dignidad de romanos.
En su casa propia, en Roma, los ojos vueltos hacia el Imperio, se dejaron sofocar por el camino de los asnos. ¡Ironía! Los ríos, entonces, se iban, lejos del caos de la ciudad, a construir las grandes villas ordenadas (villa Adriana).
Fueron, con Luis XIV, los únicos grandes urbanistas de Occidente.
La Edad Media, asustada por el año 1000, aceptó la imposición del asno y largas generaciones la sufrieron después. Luis XIV, después de haber intentado limpiar el Louvre (la Columnata), disgustado, tomó drásticas medidas: Versalles, ciudad y castillo fabricados de pies a cabeza, rectilíneos y ordenados, y el Observatorio, los Inválidos y la Explanada, las Tullerías y los Campos Elíseos, lejos del caos, fuera de la ciudad, en orden y rectilíneos.
La sofocación estaba superada. Todo prosiguió magistralmente: el Campo de Marte, la "Etoile", la avenida de Neuilly, de Vincennes, de Fontainebleau, etc. Generaciones vivirían allí.
Pero, muy suavemente, por cansancio, debilidad y anarquía, por el sistema de las responsabilidades "democráticas", recomienza la sofocación.
Más aún: se la desea; se la realiza en virtud de las leyes de la belleza. Se acaba de crear la religión del camino de los asnos.
El movimiento partió de Alemania como consecuencia de una obra de Camillo Sitte sobre el urbanismo, obra llena de arbitrariedad: glorificación de la línea curva y demostración especiosa de sus bellezas incomparables. De ello daban prueba todas las ciudades de la Edad Media; el autor confundía el pintoresquismo pictórico con las reglas de vitalidad de una ciudad. Alemania ha construido recientemente grandes barrios de ciudad basándose en esta estética (porque de estética se trataba, únicamente).
Equivocación espantosa y paradójica en los días del automóvil. "Tanto mejor, me decía un edil –uno de esos que dirigen la elaboración del plan de extensión de París- ¡los autos no podrán circular más!".
Ahora bien, una ciudad moderna vive de la recta, prácticamente: construcción de inmuebles, de desagües, de canalizaciones, de calles, de veredas, etc. La circulación exige la recta. La recta también es saludable para el alma de las ciudades. La curva es ruinosa, difícil y peligrosa: paraliza.
La recta está en toda la historia humana, en toda intención humana, en todo acto humano.
Hay que tener la valentía de contemplar con admiración las ciudades rectilíneas de América. Si el esteta hasta ahora se ha abstenido, el moralista, en cambio, puede demorarse más tiempo de lo que parece a primera vista.
La calle curva es el camino de los asnos, la calle recta es el camino de los hombres.
La calle curva es consecuencia de la arbitrariedad, del desgano, de la blandura, de la falta de contracción de la animalidad.
La recta es una reacción, una acción, una actuación, el efecto de un dominio sobre sí mismo. Es sana y noble.
Una ciudad es un centro de vida y de trabajo intensos.
Un pueblo, una sociedad, una ciudad despreocupados, que se dejan llevar por la blandura y pierden la contracción, pronto quedan disipados, vencidos, absorbidos por un pueblo, una sociedad que actúan y se controlan. Así es como mueren las ciudades y cambian las hegemonías.

Texto publicado en el libro La Ciudad del Futuro / Ed. Infinito, Buenos Aires/1962 (Bib. de Planeamiento y Vivienda, Vol.6)


viernes, 14 de agosto de 2015

Visitar Egipto, primeras tumbas imperdibles

Imperdible en Egipto, las primeras tumbas en Hieracómpolis


En el valle del río Nilo los primeros asentamiento humanos datan desde el año 2755 a.c.. Estos primeros pobladores eran semi nómadas se ubicaron en las cercanías de las orillas del río Nilo y pasaron de se cazadores y recolectores a agricultores, dejando la evolución de su historia a través de herramientas y elementos útiles para la vida cotidiana


La tumba fue construida antes del reinado del Faraón Narmer, el fundador de la primera dinastía que unificó el Alto y el Bajo Egipto en el siglo 31 antes de Cristo, dijo el ministerio en un comunicado. La tumba fue descubierta en la región de Kom al-Ahmar, entre Luxor y Asuán, en el sitio de Hieracómpolis, la ciudad del halcón, que era el centro urbano pre-dinástica dominante y la capital del Reino de Alto Egipto. El cementerio de los primeros reyes de Hieracómpolis predinásticos [Crédito: Renée Friedman / Hieracómpolis Expedición] Los arqueólogos encontraron una estatua de marfil de un hombre con barba y la momia del dueño tomb's, que parecía haber muerto en sus últimos años de adolescencia, la dijo el ministerio. Su estado de conservación proporcionará nueva información sobre los rituales pre-dinásticos, dijo Renee Friedman, el jefe del equipo arqueológico multinacional. Las tumbas del rey Narmer y el rey Ra, un faraón pre-dinástica que allanó el camino para la unificación, fueron descubiertos previamente en Hieracómpolis. Estas primeras tumbas fueron la base de las futuras pirámides, llamadas mastabas , donde en la superficie se construía una especie de pirámide truncada baja.

Un equipo arqueológico internacional, respaldado por el Museo Británico, ha descubierto una tumba prácticamente intacta del período predinástico en el sitio de Kom el-Ahmar, conocido por su nombre griego como Hieracómpolis, donde fue descubierta a finales del siglo XIX la Paleta de Narmer, atribuida al primer faraón del Antiguo Egipto, que contiene algunas de las inscripciones jeroglíficas más antiguas de la historia. La tumba recientemente hallada data alrededor del año 3700 a.C., más de 500 años antes que la Paleta de Narmer, según un comunicado de la Expedición Hieracómpolis, dirigida por la egiptóloga norteamericana Renée Friedman.

La tumba contenía los restos momificados de su propietario, quien falleció entre los 17 y 20 años de edad, pero sus despojos se hallaban desperdigados y en mal estado como consecuencia de un acto de agresión que debió producirse en tiempos predinásticos. Su ajuar funerario está compuesto por una estatuilla de marfil de hipopótamo que mide 32 centímetros y que representa a un personaje barbado con un falo erecto que podría ser la imagen de un antiguo gobernante o un dios protector. También han aparecido diez peines de marfil y numerosas herramientas y armas. Este hallazgo aportará información muy valiosa sobre los rituales y prácticas funerarias de los tiempos predinásticos.
Fuente National Geographic España

A partir de el 3200 a. c.
Ciudad de Hieracómpolis, habría salido Narmer identificado como el primer faraón de el alto Egipto, para intentar unificar a las Dos Tierra de Egipto; aquí habría Estado un antiguo centro de duración de Horus, Dios importante al que se adoraba en las primeras dinastías y que era considerado como el principal tutelar para los monarcas.
Uno de los más importantes hallazgos que se llegaron a encontrar en esta antigua ciudad de Hieracómpolis durante distintos trabajos de excavación es la mundialmente conocida Tumba 100, la cual guarda su importancia en los diferentes grabados en sus murales, en donde se representa a la navegación y a la caza; estas escenas en los murales no se encuentran en muy buenas condiciones, pero de todas maneras se tiene una idea de lo que se quiso interpretar en las mismas.



miércoles, 12 de agosto de 2015

La Facultad de Ingeniería: Mito y realidad

La Facultad de Ingeniería: Mito y realidad


La construcción de la facultad de ingeniría de la avenida Las Heras guarda una leyenda por más intrigante, aunque muchos conocedores de la historia dicen que contrasta con la realidad

   En el barrio de la Recoleta se levantan leyendas alrededor de su cementerio, se admiran los palacetes que sobreviven a lo largo de la avenida Alvear y los paseantes disfrutan de sus amplios paseos y parques.

   Un edificio ícono del barrio se ubica en la avenida Las Heras al 2200, es el anexo de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Buenos Aires conocida como “La Catedral”. Su nombre se debe al estilo gótico o “neogótico” –como lo llaman los especialistas- de la construcción.

   El edificio es admirado por todo aquel que pasa por allí, diariamente ingresan alumnos para los cursos de la carrera de ingeniería que se dan en ese lugar como así también su sede central ubicada en la avenida Paseo Colón.

   Quien contempla la catedral realiza una primera comparación con la Catedral de Notre Dame de París; sin embargo a medida que levanta la vista se encuentra con un corte abrupto en la parte superior; pues los estilos góticos se caracterizan de altas torres y adornos que lo acompañan. El edificio de la avenida Las Heras presenta una curiosa terraza plana dejando mostrar una inconclusa construcción. Es allí donde nace la leyenda de este edificio que contrasta con la historia de la obra.

   Cerca del año 1909 el gobierno llamó a la presentación de proyectos para la construcción de la nueva sede de la facultad de derecho de la Universidad de Buenos Aires, la anterior quedaba en la calle Moreno 350 lo que es hoy el Museo Etnográfico y fue construído por el afamado arquitecto Pedro Benoit.

   El concurso fue ganado por el ingeniero Arturo Prins, un uruguayo nacido en 1877 y radicado en Buenos Aires donde se recibió en ingeniería en 1900. Entre las obras de Prins se cuenta el Banco Nación de la avenida Santa Fe y la calle Azcuénaga y el club 20 de febrero de Salta. También construyó el palacete de Manuel Quintana, algunos rumores de la época decían que eso podría haber ayudado a ganar el concurso ya que Quintana estaba muy conforme con la construcción de su vivienda y era el Presidente de la Nación.

   El ingeniero Prins era un profesional muy reconocido en su época, era muy estricto con sus empleados y consigo mismo y muy detallista en todos los cálculos de sus obras; admiraba profundamente la perfección a tal punto que algunos decían que eso se convirtió en una obsesión.

   En el año 1912 se coloca la piedra fundamental, era el trabajo más grandilocuente de toda su carrera y no quería perder ningún detalle de la construcción. Para que los empleados no llegaran tarde, Prins construyó previamente una casa de vivienda a pocos metros de allí para los capataces.

   Los planos de la construcción constaban de algunas plantas que luego sobresalía una gran torre en el medio acompañado por dos torres en sus costados, también de estilo gótico. En 1925 se inauguran las primeras tres plantas donde empezó a funcionar la facultad de derecho; sin embargo, en el año 1938, una vez finalizado la primera etapa, se interrumpió misteriosamente la construcción.

   Sobre ese hecho surgen dos historias, una es una leyenda con tinte lírico y el otro es un relato más terrenal. La leyenda cuenta que los costos de la construcción habían superado en gran parte el presupuesto asignado para su construcción; esto fue motivado por la volatilidad de los mercados en aquellos años y el consiguiente alza de precios de los materiales.

   Sin embargo, al año siguiente, se le comunica al ingeniero Prins que se había aprobado una ampliación del presupuesto y que podía continuar con la etapa final de la construcción. Es aquí donde suceden algunos hechos que formaron parte de la leyenda de la facultad y que fue negada por historiadores de la arquitectura porteña.

   Notificado Prins de la excelente noticia, se dirigió inmediatamente a su estudio y desempolvó los planos que había guardado creyendo que nunca más los volvería a ver. Estaba preparándose para el inicio de la segunda etapa de la construcción de la facultad de ingeniería. Los relatos de aquella época dice que Prins se desencajó al ver los planos con mayor detalle, de hecho le pidió a su secretaria que nadie lo moleste hasta terminar el trabajo que se había impuesto.

   Al día siguiente, la secretaria notó que Prins no fue a dormir a su casa, y que había innovado en un precario cuarto con el sillón de su despacho. La esposa llamaba incesantemente al estudio y se le informaba que él estaba bien pero no quería ser interrumpido bajo ningún motivo, incluso ni por su llamado. Frente a la insistencia de ella, los empleados golpean la puerta para avisar de la llamada, recibiendo como respuesta un grito de Prins diciendo: “no molesten, dije que tengo que terminar este trabajo, sigan con lo suyo”.

   Los empleados no se animaban a contradecirlo y siguieron con su trabajo, nadie quería interrumpirlo a menos que su jefe lo solicite. Al día siguiente, Prins convoca a su despacho a dos amigos suyos, son los arquitectos Francisco Gianotti y Mario Palanti, dos profesionales italianos muy reconocidos en Buenos Aires.

   Finalmente a ellos les confiesa la causa que lo inquieta tanto, motivo por que cual se ha ausentado dos días de su casa y no ha dejado ni por dos minutos su estudio.

   En ingeniero contó a sus amigos que, mientras hacía los últimos preparativos para el inicio de la segunda etapa de la construcción de la facultad de derecho, notó un error de cálculo que no es mínimo, es tan importante que si no es corregido cuando construya las torres la estructura no aguantará y se caerá completamente el edificio.

   Gianotti y Palanti calmaron a Prins y le dijeron que esto seguramente tiene solución a lo que respondió que estuvo días buscándola y no la encontraba, es por ello que citó a sus amigos para que ayuden a arreglar ese error que daría fin al crecimiento del edificio.

   Los arquitectos tomaron los instrumentos necesarios para los cálculos matemáticos y de ingeniería y se pusieron a trabajar; luego de unas horas ambos admitieron que el error no podía ser corregido. La única manera de poder construir las torres es tirando abajo el edificio y volverla a construir con los cálculos correctos.

   Prins sabía que no había cálculo que subsane el error, pero también sabía que el gobierno le diría que no al reinicio de la obra porque eso elevaría considerablemente los costos y el presupuesto a duras penas puede sostener la segunda etapa de la construcción. Luego de que sus amigos se retiraron del despacho, Prins quedó solo ante los planos con una fuerte decepción a sí mismo, él era muy exigente y no admitía que un error dejara una trabajo suyo inconcluso, muchos menos el más importante de su carrera, el que lo coronaría en un estilo gótico en Buenos Aires.

   A la mañana siguiente la secretaria de Prins entró a la oficina como todos los días, ella es la primera en llegar para ordenar el escritorio de su jefe que siempre llega unos minutos después. Cuando ingresa al despacho del ingeniero una escena dantesca la acongoja, encontró al ingeniero muerto con una pistola en el suelo. Se había suicidado pegándose un tiro.

   Las conjeturas indican que, un hombre tan detallista y exigente como Prins no pudo admitir que un error suyo condenó a su obra a no continuar, y por ello optó por suicidarse.

   El estado le encomendó al arquitecto Palanti continuar con la obra pero éste les comunicó que solo Prins podía terminarlo; es por ello que finalmente se resolvió dejar inconcluso la facultad y construir una nueva en el predio que queda en la avenida Figueroa Alcorta, y así se llegó a la actual facultad de Derecho dejando la “Catedral” para la facultad de ingeniería.

   En la historia universal otros hombres apasionados y “obsesivos” por las ciencias exactas han muerto en la búsqueda de soluciones a sus cálculos; el más conocido es el del matemático griego Arquímedes; en la primera guerra púnica cuando su ciudad fue capturada por los enemigos el matemático se encontraba en la playa dibujando números en la arena, cuando un soldado le exige presentarse ante el general enemigo, Arquímedes le responde “Que espere a que termine mis cálculos”, molesto el oficial le clava la espada en su pecho dándole muerte.

   Hasta aquí la leyenda, otra historia dice que el gobierno –por falta de presupuesto- paralizó la construcción dejándola como está actualmente, en el momento en que se aprobó un nuevo presupuesto para la Facultad de Derecho las autoridades observaron que la población estudiantil crecía exponencialmente y por ello resolvieron que, con ese dinero, se construya un edificio nuevo en la avenida Figueroa Alcorta y se entregue su sede de Las Heras a la facultad de ingeniería.

   Para darle veracidad a esta historia, sus defensores cuentan que existe una anécdota en la que un amigo de Prins se encontró con el ingeniero en el año 1939 y le contó que se estaba rumoreando sobre un suicidio suyo por el trabajo inconcluso, éste con una carcajada respondió: “Me puedo suicidar por cualquier cosa menor por no terminar un trabajo”. Ese mismo año falleció y sus descendientes iniciaron un juicio al estado reclamando una indemnización por incumplimiento del contrato, muchos años después cobraron una suma irrisoria.

   La leyenda del suicidio tiene continuidad años después. Cuentan que por los años ’50 un estudiante que siempre tenía excelentes notas y le faltaba pocas materias para recibirse de ingeniero armó una tesis para poder continuar con la obra inconclusa de Prins, a partir de allí no pudo aprobar ninguna materia más y siempre sus cálculos eran errados, finalmente el muchacho dejó la carrera y nunca pudo recibirse y matricularse para poder cumplir el objetivo que se había propuesto. Muchos años después otro estudiante avanzado quiso realizar el mismo trabajo y le cayó la misma “maldición” no pudo recibirse por más esfuerzo que hiciera en sus estudios, y tuvo que abandonar la carrera.

   Todos los que pasan podrán observar el corte abrupto de la terraza de la facultad de la avenida Las Heras, y ahora se sabe dos historias sobre ello, una es más banal y cotidiana en el acto administrativo de cualquier gobierno, y la otra más romántico y legendario porque habla de un hombre apasionado y de su error; un error de cálculo que terminó con la vida de Arturo Prins y que aún sigue viéndose en la Facultad de Ingeniería.

Wenceslao Wernicke en http://rhmbuenosaires.blogspot.com/2010/05/la-facultad-de-ingenieria-mito-y.html
¡GRACIAS!

LE CORBUSIER EN BUENOS AIRES

LE CORBUSIER EN BUENOS AIRES



En octubre de 1929 Le Corbusier dicta en Buenos Aires un ciclo de diez conferencias, invitado por la Asociación Amigos del Arte. Aquí se reproducen algunos fragmentos de las mismas donde reflexiona, entre otras cosas, sobre la situación actual de la ciudad, las consecuencias de la expansión industrial, la relación de la técnica con la arquitectura y el urbanismo. El presente texto fue publicado en "Le Corbusier en Buenos Aires 1929" (S.C.A. Separata del N°107, 1979)

Primera Conferencia dictada el 3 de octubre de 1929, en la sede Amigos del Arte (Florida 659)

LIBERARSE DE TODO ESPÍRITU ACADÉMICO

He recorrido a pie numerosas calles de Buenos Aires y eso representa un kilometraje imponente, ¿no es así? He mirado, visto y comprendido…
Debo hablarles de l’ esprit nouveau, a ustedes, que están en el Nuevo Mundo. Y bien, me pregunto si tendría fundamento hacerlo.
Pues Buenos Aires es un fenómeno completo. Una unidad formidable existe aquí: un block único, homogéneo, compacto. Ninguna grieta. Sí: el interior de la casa de la señora Ocampo.
Cómo entonces, osar decirles que Buenos Aires, capital sud del nuevo mundo, aglomeración gigantesca de energía insaciable, es una ciudad que está en el error, en la paradoja, una ciudad que no tienen espíritu nuevo, ni espíritu antiguo, pero simple y únicamente, una ciudad de 1870 a 1929, donde la forma actual será pasajera, donde la estructura es indefendible, excusable pero insostenible, insostenible como todos esos inmensos barrios de ciudades nacidos en Europa bajo el signo de una súbita expansión industrial de fin de siglo XIX, en la más lamentable confusión de fines y de medios. Historia de esas activas ciudades surgidas entre martillo y yunque: Berlín, Chemnitz, Praga, Viena, Budapest, etc., o que sufren el empuje gigantesco del maquinismo: Paris.
Por lo tanto aquí, en el fondo del Estuario del Río de la Plata, existen los elementos fundamentales. Ellos son tres bases eminentes del urbanismo y de la arquitectura:
El mar y el inmenso puerto.
La vegetación magnífica del parque de Palermo.
El cielo argentino…
Pero no se los ve por así decir, ni lo uno ni lo otro, en el interior de la ciudad. La ciudad está desprovista del mar, de los árboles y del cielo. Se descubre también ésta otra realidad que cuenta para una gran ciudad y que hace augurar un destino prodigioso:
El estuario del río, gigantesca puerta por donde entran las cosas del mundo entero, la llanura que se encuentra con el mar y sobre la cual se puede elevar sin tropiezos una ciudad estremecida por lo sublime de la creación humana.
Y esos hinterland inmensos de la pampa, de planicies y de montañas con ríos gigantescos, con terrenos de cultivo, con terrenos para la cría de animales, con terrenos con minerales, con yacimientos. Todo lo que es necesario para que la industria nazca y la arquitectura produzca.
Se comprende que en países que posean semejante topografía y semejante geografía pueda tan normalmente surgir una ciudad que sea un puesto de comando.
Eso que, en el mundo entero, se ha producido al comienzo de la época maquinista no es más que el fruto de una convulsión del espíritu y el efecto de un equívoco: Yo pienso fríamente que todo eso deberá desaparecer.
La fuerza de donde han surgido los monstruos, nuestras villas llamadas modernas, esa fuerza pujante acrecentada por su propio impulso, ella sabrá pronto quitar la incoherencia, destruir esa primer herramienta utilizada y reemplazándola ella introducirá el orden, ella ahuyentará el despilfarro, ella impondrá la eficacia, ella producirá la belleza.
…¿La ciudad? ella es la suma de los cataclismos locales, ella es adición de cosas desapropiadas; ella es un equívoco. La tristeza pesa sobre ellas. ¡Golpeante melancolía en los hechos! ¡Y qué máquina admirable es el hombre que sobre tantas ruinas, que en tal precariedad busca con obstinación un nuevo equilibrio! La ciudad se ha convertido súbitamente en gigantesca: tranvías, trenes de los suburbios, autobuses, subterráneos hacen una mezcla cotidiana frenética. Qué desgaste de energía, qué despilfarro, qué falta de sentido.
He experimentado en una vida desprovista de quietud, en una vida de incesantes inquietudes la enorme dicha del "cómo" y del "por qué".
"¿Cómo?" "¿Por qué?"
Se me tacha hoy de revolucionario. Les voy a confesar que yo no he tenido más que un maestro: el pasado; y que una formación: el estudio del pasado.
Todo; desde hace tiempo; y todavía hoy: los museos, los viajes, los folklores. Inútil ampliarlo ¿verdad? Ustedes me habrán comprendido. Yo he ido por todos lados donde había obras puras –aquellas de los campesinos o de los genios- con una pregunta delante de mí: "¿Cómo?", "¿Por qué?", yo he tomado del pasado la lección de la historia, la razón de ser de las cosas. Todo acontecimiento y todo propósito son "referidos a…". Es por eso que permanezco sin opinión frente a las escuelas y que hasta aquí rechacé las cátedras de enseñanza que me proponían.
Ubicado en la evolución contemporánea fue todo muy simple (¡pero con qué obstinación, qué insistencia, que angustiosa espera!). "¿Cómo?" "¿Por qué?". No se sabrá comprender cuánto ese Cómo y ese Por qué, expuestos con toda simplicidad pero también con coraje hecho asimismo con un candor tan ingenuo como indiscreto o insolente, aportan una respuesta temeraria, insólita, que se revierte, revolucionaria. Es que las causas del problema, la razón del "Cómo" y del "Por qué" son hoy acontecimientos que trastornan mucho más de lo que se cree.
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Conferencia dictada el sábado 5 de octubre de 1929

LAS TÉCNICAS SON LAS BASES DEL LIRISMO.

Ellas abren un nuevo ciclo de la arquitectura
Señoras y señores, comienzo por trazar la línea que en el proceso de nuestras percepciones, puede separar por un lado, el dominio de las cosas materiales, de los hechos cotidianos, de las tendencias razonables; y por el otro, aquello más particularmente reservado a las reacciones de orden espiritual. Bajo esa línea: lo que es; encima: lo que sentimos.
Continuando mi dibujo desde abajo, trazo, una, dos, tres hiladas. Pongo algo en cada una: en la primera: TÉCNICAS, palabra genérica que carece de precisión, pero que califico sin demora con los términos que conducen a nuestro tema: resistencia de material, física y química.
En la segunda hilada escribo: SOCIOLOGÍA, y la califico por: un nuevo plano de casa, de ciudad para una nueva época. El conocimiento de la cuestión me hace percibir a lo lejos algo así como una borrasca inquietante. Me apresuro a agregar: equilibrio social.
En la tercera hilada: ECONOMÍA. Y evoco esos hechos fatales y la hora presente que aún no han tocado el corazón de la arquitectura –y es porque ésta se encuentra enferma y el país enfermo del mal de la arquitectura-; standardización, industrialización, valorización; tres fenómenos consecutivos que rigen sin piedad la actividad contemporánea, que ni son crueles ni atroces, sino que por el contrario conducen al orden, a la perfección, a la pureza y a la libertad.
Traspongo el límite de las cosas materiales y paso al dominio de las emociones. Dibujo una pipa y su humareda. Luego un pequeño pájaro que emprende vuelo, y una hermosa nube rosa, inscribo: Lirismo. Y afirmo: lirismo-creación individual.
Y explico: eso que es drama; eso que es patético. Y agrego: He ahí valores eternos que en todos los tiempos alimentarán la llama en el corazón de los hombres.
La trayectoria ha alcanzado su meta: partiendo de elementos materiales que son el aire del tiempo y por ende móviles y efímeros, pero que no dejan de ser el trampolín de su impulso: esa trayectoria a través de anhelos humanos ha alcanzado los valores eternos: la obra de arte, que es inmortal y nos tocará a lo largo de los siglos.
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Conferencia dictada el 14 de octubre de 1929

LAS CÉLULAS: UNA CIUDAD
UN HOMBRE: UNA CÉLULA

Una ciudad contemporánea de tres millones de habitantes, Buenos Aires, ¿es una ciudad moderna?
Las ciudades, las grandes ciudades del mundo se urbanizan sin doctrina. Ya he definido el fundamento temporal de una doctrina (y entiendo por ello un periodo suficiente, que puede tener la duración de una generación, o sea veinte años). Saber dónde se va, porque se sabe de dónde se viene.
El urbanismo que se practica hoy es más bien estético, de embellecimiento, de jardinería. Es jugar a los moldecitos de arena mientras la casa está en llamas.
Reemplazo la palabra urbanismo por el término equipamiento. Ya he reemplazado el término mobiliario por el de equipamiento. Tal obstinación demuestra que nosotros reclamamos pura y simplemente herramientas de trabajo pues no queremos morir de hambre delante de los parterres bordados del urbanismo estético.
Señoras y señores. ¿He llegado al tema? Es inmenso. Pero las otras conferencias aportarán su luz. Basta con unir las verdades adquiridas.
He escrito un libro sobre ese tema: realicé muchos estudios técnicos preciosos. No puedo recomenzar aquí las demostraciones ya realizadas. Pero puedo resumir todo eso en algunas ideas esenciales. Esto es lo fundamental: El urbanismo es una cuestión de equipamiento, de herramientas. Quien dice herramienta dice buen funcionamiento, rendimiento, eficiencia.
El urbanismo no es un asunto de estética que se pueda sincronizar con un asunto de organización biológica, de organización social, de organización financiera.
El urbanismo estético cuesta caro, entraña gastos enormes, es una terrible carga sobre los contribuyentes. Por lo tanto es desplazado al inconsciente, dado que no ayuda a la vida de la ciudad. El verdadero urbanismo encuentra en las técnicas modernas el medio de aportar la solución a las crisis. Encuentra en los problemas económicos que son la esencia, su propia financiación. Lo demostraré otra vez. De esa financiación automática resulta un beneficio financiero enorme que permite ajustar los gastos de los cuales depende la tranquilidad social. Para que esa financiación exista, surja, es necesaria la intervención de la autoridad suprema.(...)
Todo lo que se desprenda de mis demostraciones va en apoyo de la solución de las crisis de las ciudades. El problema bien planteado –en las células y en la aglomeración de las células- y el llamado de los nuevos medios de la época maquinista, desatan los terribles anillos del meandro, más exactamente atraviesan el meandro de parte a parte y la vida puede reiniciar su largo curso. No hay milagro. Hay liberación, madurez, hay fructificación.
¿Qué tienen que hacer aquí los pensamientos académicos o un artificioso sentimentalismo?
El urbanismo es un fenómeno sintético de composición en el suelo y por encima del suelo. Eso es lo que ha hecho abordar soluciones, es que se ha pensado en superficie y no sintéticamente en extensión y en elevación, es decir en suelo surcado por todos los artefactos de velocidad, y ocupado por cubos de construcción para llenar con hombres en las condiciones óptimas de salud y de alegría.
El ruido debe ser vencido. Una saludable doctrina del urbanismo y una doctrina de la "máquina para habitar" rechazan el ruido.
No imaginamos que nuestras vidas se quieran acostumbrar al batifondo de la vida moderna. Por otra parte no existe batifondo sino donde la solución es burda (mecánica o urbana). La tendencia de la buena mecánica no es hacia el ruido, el ruido es anormal, sus efectos son desastrosos. Pronto los millonarios ofrecerán a sus amigos horas de silencio. A menos que triunfe el urbanismo moderno aportando la paz. Se encontrará una capital que aspirará a la gloria porque se ha convertido en silenciosa.
De todo lo dicho, surge que la ciudad moderna estará cubierta de árboles. Es una necesidad para los pulmones, es una ternura en consideración a nuestros corazones, es el condimento mismo de la gran plástica geométrica introducida en la arquitectura contemporánea por el hierro y el cemento armado.
Someto esta idea a los Ministros de Instrucción Pública: un decreto obligará a todos los niños de las escuelas primarias a plantar cada uno de ellos un árbol, en cualquier lugar de la ciudad o fuera de ella. Ese árbol llevará el nombre del niño. Los gastos serán insignificantes. Pero hay que planificar. Y dentro de cincuenta o sesenta años, una acto de hermosa piedad conducirá a esos hombres y a esas mujeres, ya viejos, al pie de su gran árbol que se habrá ramificado inmensamente. Esto no es más que una pequeña idea, al pasar, para mostrar cómo juzgo indispensable para nuestros cuerpos y para nuestros corazones, la naturaleza, de la que no deberíamos jamás privarnos, la naturaleza en el corazón de nuestras ciudades inhumanas.


sábado, 8 de agosto de 2015

La ciudad colmena en Le Corbusier

La ciudad colmena en Le Corbusier



La doble influencia, formal y social, de la colmena, se percibe en las concepciones corbuserianas de la ciudad. En 1925, cuando publicó su libro Urbanisme, ya estaban definidas casi todas las obsesiones que aplicaría después en numerosos proyectos más o menos realizables y desarrollaría en abundantes textos teóricos. Está siempre presente esa concepción evolucionista aprendida en el L’enchainement des organismes, de Gaston Bonnier, y patente en montajes fotográficos como el que muestra un campamento en el desierto, una ciudad medieval y la imagen de un rascacielos con un avión en primer plano. La leyenda de esta última foto reza: "Ya no somos nómadas y es preciso construir las ciudades". Pero no hay voluntad de elogiar el resultado presente de esa "evolución". Al comentar más adelante otra fotografía de Nueva York, Le Corbusier muestra su rechazo estético: "Entusiasmo, admiración. ¿Belleza? Nunca. Confusión. El caos, el cataclismo, el trastorno súbito de las concepciones conmociona. Pero lo Bello se ocupa de otra cosa diferente; para empezar, está basado en el orden".
Le Corbusier piensa que es preciso corregir o superar este estado de cosas. Una diferencia importante respecto a lo existente es que sus rascacielos no serán simples bloques de oficinas (como en las ciudades americanas), sino auténticas concentraciones de viviendas. Durante toda su vida habló incansablemente de las ventajas ecológicas y económicas de esta solución frente a la multiplicación infinita de casas unifamiliares con pequeños jardincitos en los suburbios. Esa idea, que era revolucionaria a principios del siglo XX, se convirtió, muy degradada y mutilada, en una realidad universal a partir de los años cincuenta. Llamamos ahora con frecuencia a estos bloques de viviendas "hormigueros" o "colmenas" (dependiendo de los idiomas), y olvidamos que nuestra intención peyorativa es justamente la contraria de la que sirvió para justificar su aparición, según las concepciones originarias.
Los primeros esbozos urbanísticos de Le Corbusier (desatendidos por casi todos los historiadores) se encuentran en los carnets de 1914-1915 y muestran ya grandes rascacielos de viviendas, en el centro de amplias retículas ortogonales, con abundantes espacios vegetales. Algunos de estos bloques tienen una planta muy peculiar: un exágono central con otros exágonos agregados en cada uno de sus lados, como si formaran un fragmento de panal. La idea de la colmena está, pues, en el origen más remoto del rascacielos corbusierano.
De 1922 data su "Plan para una ciudad de tres millones de habitantes" y tres años más tarde hizo público el "Plan Voisin" para París. Nuestro arquitecto mostraba una evidente propensión al gigantismo y una no menor brutalidad al propugnar derribar un sector de la vieja capital francesa de Francia para construir en su lugar inmensas estructuras de planta cruciforme. El tiempo ha demostrado que muchas de sus propuestas "futuristas" eran candorosas (como la idea de hacer el aeropuerto en el centro de la ciudad) y ha descartado por completo su absoluta voluntad de regularidad y centralización. La urbe que se exhibe en estos proyectos de los años veinte es, desde el punto de vista funcional, como una inmensa colmena perfectamente regulada. Tampoco es una casualidad que las viviendas a redent que alternan con los rascacielos del "Plan Voisin" se hayan podido relacionar con los dibujos del falansterio de Fourier.
Debe mencionarse también la influencia de la idea de la ciudad-jardín, bien documentada por diversos estudiosos. Las propuestas para distribuir en el espacio sus estructuras Domino, con abundantes espacios verdes intercalados, se inspiraron en los ejemplos ofrecidos por Benoit-Lévy en La cité jardin (1911). Le Corbusier pensaba la arquitectura como si ésta fuese un ente geométrico, limpio y nítido, plantado sobre la hierba. "¡Una ciudad"!, exclama. "Es la mano del hombre puesta en la naturaleza. Es una acción humana contra la naturaleza, un organismo humano de protección y de trabajo. Es una creación". Sus declaraciones, en este mismo sentido, son innumerables.: "El fenómeno gigantesco de la gran ciudad se desarrollará en los alegres espacios verdes. La unidad en el detalle".
Este ideal de una arquitectura blanca y ortogonal, elevada sobre la naturaleza, es evidente al contemplar sus obras pero también en el modo como Le Corbusier las describe. Así, a propósito de su famosa villa Saboye, dijo: "Otra cosa: la vista es muy hermosa, la hierba es una cosa bella y el bosque también: se los tocará lo menos posible. La casa se posará en medio de la hierba como un objeto, sin molestar nada". Y más tarde, refiriéndose a La Tourette: "El convento está ‘posado’ en la naturaleza salvaje del bosque y de las praderas, que son independientes de la arquitectura propiamente dicha".

Del libro LA METÁFORA DE LA COLMENA. DE GAUDÍ A LE CORBUSIER, Juan Antonio Ramírez (Ediciones Siruela, Madrid-1998)


EL LADRILLO

EL LADRILLO



El ladrillo empezó a fabricarse, a base de la cocción del adobe, lo que implicaba
que el producto resultante adquiría unas mayores resistencias.
      
Ya en las antiguas civilizaciones de Mesopotamia y Palestina, el ladrillo constituyó el principal material en la construcción donde apenas se disponía de madera y piedras. Los habitantes de Jericó en Palestina fabricaban ladrillos desde hace unos 9.000 años. Los constructores sumerios y babilonios construyeron zigurats, palacios y ciudades amuralladas con adobes secados al sol, que recubrían con otros ladrillos cocidos en hornos, más resistentes y a menudo con esmaltes brillantes formando frisos decorativos. En sus últimos años los persas construían con ladrillos al igual que los chinos, que levantaron la gran muralla. Los romanos construyeron baños, anfiteatros y acueductos con ladrillos, a menudo recubiertos de mármol.
     
  A lo largo de la edad media, en el imperio bizantino, al norte de Italia, en los Países Bajos y en Alemania, así como en cualquier otro lugar donde escaseara la piedra, los constructores valoraban el ladrillo por sus cualidades decorativas y funcionales. Realizaron construcciones con ladrillos templados, rojos y sin brillo creando una amplia variedad de formas, como cuadros, figuras de punto de espina, de tejido de esterilla o lazos flamencos. Esta tradición continuó en el renacimiento y en la arquitectura georgiana británica, y fue llevada a América del norte por los colonos. El ladrillo ya era conocido por los indígenas americanos de las civilizaciones prehispánicas. En regiones secas construían casas de adobe secado al sol. Las grandes pirámides de los olmecas, mayas y otros pueblos fueron construidas con ladrillos revestidos de piedra. Pero fue en España donde, por influencia musulmana, el uso del ladrillo alcanzó más difusión, sobre todo en Castilla, Aragón y Andalucía. El ladrillo industrial, fabricado en enormes cantidades, sigue siendo un material de construcción muy versátil. Existen tres clases: ladrillo de fachada o exteriores, cuando es importante el aspecto; el ladrillo común, hecho de arcilla de calidad inferior destinado a la construcción; y el ladrillo refractario, que resiste temperaturas muy altas y se emplea para fabricar hornos.