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viernes, 4 de septiembre de 2015

HOTEL MARRIOTT PLAZA UN MUNDO DE GLAMOUR

 HOTEL MARRIOTT PLAZA
UN MUNDO DE GLAMOUR



 
Posado frente a la plaza San Martín (en Florida y Marcelo T. de Alvear) desde 1909, conforma una postal clásica de la ciudad con el edificio Kavanagh.  


Si bien fue remodelado varias veces desde su fundación por Ernesto Tornquist, conserva el aspecto elegante que lo caracteriza, así como los ambientes lujosos, en los que abundan refinados detalles de decoración.  

Esa impronta de distinción se manifiesta sobre todo en la suite Fundador 02, donde se alojaron célebres personalidades del mundo. 

Entre ellos, se cuentan el escritor hindú Rabindranath Tagore, Enrico Caruso (que rompió el espejo de un botiquín al ensayar un allegro vivace), el Sha de Persia, Charles De Gaulle -cuya larga talla obligó a construir una cama especial, más tarde también usada por Rock Hudson-, Theodore Roosevelt, Neil Armstrong, Indira Gandhi, Arturo Toscanini, Pelé, María Callas, Albert Sabin y Luciano Pavarotti.
 


En este hotel, donde el presidente Carlos Alvear tenía un escritorio permanente en una suite del cuarto piso, Gardel cantó "Caminito".  

En 1957 se improvisó una sesión de jazz del mejor, cuando Louis Armstrong  tocó su trompeta desde la ventana de su habitación, acompañado desde la vereda por jóvenes músicos locales.
 
Las paredes del restaurante La Brasserie conservan murales que recrean la vida social del Buenos Aires de 1900, pintadas en la época en que el lugar funcionaba como Salón para señoras.  
También permanece intacto el Plaza Bar, entre cuyas paredes de madera solía darse cita la alta sociedad porteña, para compartir copas y canapés.  
A su vez, el Plaza Grill se mantiene desde 1909 revestido con maderas traídas de Europa y mosaicos holandeses. Allí siempre llamaron la atención los ventiladores de India, un toque exótico

sábado, 29 de agosto de 2015

Curiosa construcción

Curiosa construcción



 

Esta casa corresponde al denominado "estilo Tudor" en arquitectura. Este estilo está emparentado a los castillos mediavales. J. Molinari, un arquitecto italiano, fue traído a la Argentina por la companía de electricidad Italo-argentina, para construir usinas eléctricas, la usína más emblemática que construyó con el estilo Tudor es la de Ing. White. Asimismo, estando en Argentina realizó muchos trabajos particulares, encargados por privados y por algunos municipios -Bahia Blanca-.
   Si bien no hay fecha precisa de estra construcción, los demás trabajos identificados pertenecientes a Molinari datan entre los años '30 y '50, por eso es de suponer que esta construcción corresponde a esa época.
Ubicación: José Antonio Cabrera 3070

Fuente: http://curiosidadesrhmbuenosaires.blogspot.com.ar/2010/04/curiosa-construccion.html

viernes, 28 de agosto de 2015

EL CASTILLO DE LOS AYERZA


EL CASTILLO DE LOS AYERZA



No existe la documentación que acredite quién construyó el castillo, pero suponemos que fue José Sahores Prat, quien ateniéndose a los criterios estéticos imperantes en la época, encargó una vivienda que respondía a los modelos arquitectónicos europeos de las clases adineradas.

Tres eran básicamente los ejemplos que tomaban nuestros arquitectos y constructores a la hora de proyectar: la villa italiana, el palacio francés y la casa de campo inglesa. Es necesario aclarar que no podemos hablar de estilos sino de tendencias, que muchas veces fueron puramente decorativas y no estructurales. Lo cierto es que a partir del primer cuarto del siglo XIX, se fueron imponiendo nuevas ideas que aspiraban superar la herencia española.

La construcción que nos ocupa tiene una clara influencia de la arquitectura francesa, paradigma que las elites criollas tomaron y que se manifestó especialmente en los edificios públicos. La sociedad argentina vivió una modernización que se vio acentuada por la llegada de notables arquitectos franceses que influyeron en el diseño urbano, la decoración de interiores y también en el paisajismo.

De acuerdo a los testimonios de los descendientes de Rómulo Ayerza, esta mansión está inspirada en la casa donde falleció el padre de Santa Teresita de Jesús, el Chateau de la Musse, cerca de Lisieux, Francia.
Las fotografías nos muestran un leve parecido en el tipo de estructura, siendo la francesa mucho más grande, y también en los colores, donde predominan el rosa subido y los marcos blancos de puertas y ventanas.

Transcribimos parte de la carta que Martha Ayerza, religiosa del Sagrado Corazón, dirigió en abril de 1992 a su hermana Sara, cuando Julio Fernández, martillero de la zona, le pidió datos sobre los orígenes de esta propiedad. En ella, la hermana Martha hace referencia al Diario de la esposa de Rómulo Ayerza, María Jacobé Iraola, a quien llamaban Mamama. El 28 de octubre de 1896, ella escribe: "Hoy a las 14 horas firmamos la compra de Morón". La religiosa aclara en su carta que la finca se compró en $45.000, que eran 15 hectáreas y que la familia se instaló a veranear por primera vez el 11 de diciembre de ese año.

En una larga entrevista a Esther Ayerza Bosch de Vivot, a la que se incorporó más tarde su hermano Diego Ayerza Bosch, ambos nietos de Don Rómulo, hemos obtenido un minucioso relato sobre la vida de la familia en la Quinta San José, entre las décadas del 20 y el 50. En este testimonio, que enriquece la descripción técnica del edificio, se detalla cómo era la casa, cómo estaban distribuidos sus espacios y cuáles eran sus funciones. Esther Ayerza cuenta: "La quinta de Morón, que era de mi abuelo, la había comprado en 1896 y lo hizo porque su mujer María Jacobé, después su hija, y luego toda su familia, heredaron el asma como un signo familiar. Y en ese momento se decía que Castelar era un lugar alto, que era bueno para los pulmones. Así que, por eso fue que el abuelo compró esa quinta."

El terreno donde estaba ubicada la casa formaba parte de un gran lote que se extendía
de este a oeste, desde el arroyo Morón hasta la calle Zapiola, y se amplió posteriormente hasta la actual calle Avellaneda; de norte a sur iba desde la actual Avda. Sarmiento hasta las vías del Ferrocarril del Oeste. En el predio inicial había varias edificaciones, algunas incluso más antiguas que el propio Castillo. Este edificio es un típico palacete francés, antaño rodeado de amplios espacios verdes. Con una estricta simetría academicista, posee tres niveles y un subsuelo. Al "piano nóbile" se ingresaba mediante una gran escalinata central de mármol blanco, hoy modificado por escaleras paralelas a la línea de edificación, revestidas, al igual que el zócalo del subsuelo, en ladrillo visto. Dos grupos de columnas jónicas enmarcan el ingreso principal, resuelto a modo de "loggia". Molduras y dinteles en relieve destacan los amplios ventanales, todos con grandes balcones con balaustre. La cubierta está resuelta en mansarda con crestería de zinc. El acceso principal al Castillo era por el norte, hacia donde estaba orientada la escalinata de entrada de la casa. También existía otra entrada del lado de las vías del Ferrocarril, que era la que habitualmente utilizaban quienes hasta allí llegaban. Recuerda Esther Ayerza: "La entrada importante estaba sobre Sarmiento, que tenía un portón de tres puertas. Uno ancho como para autos y dos a los costados como para personas, con sus lindas rejas y las columnas que eran también coloradas como la casa. La casa siempre fue de color rosa oscuro... Siempre entrábamos por el portón que estaba al lado de la barrera que estaba al final de la calle Zapiola ...A esa altura había ahí una casilla de señales que decía Ayerza, un poquito antes de la barrera. Pero el tren no paró nunca ahí". Evocando el recorrido, Esther recuerda cómo era la llegada a la Quinta San José: "Entrabas por una calle de casuarinas que iba hasta la casa... tres o cuatro cuadras. Después llegabas y había una escalera grande de mármol. Subías, entrabas, y había un hall largo. A la derecha la primera puerta, que tenía un vitraux, era la capilla donde todos los días había misa, en época de abuelo. A la izquierda estaba, al frente el escritorio, y después estaba el dormitorio principal, que era donde dormía abuelo... Luego el gran comedor y el baño. Después el comedor tenía una especie de office grande separado por una mampara de vidrio y un monta carga por donde se bajaba o subía la comida, porque la cocina era abajo".

El amoblamiento de la casa, a pesar de que los muebles eran traídos de Europa, era según recuerda Esther, muy sobrio. Las paredes estaban prolijamente empapeladas con un diseño de flores: Esther recuerda, y nos muestra en medio de su relato, unos libros forrados con ese papel. Continuando con el recorrido, subimos al primer piso. "De la planta de entrada salía una gran escalera... que subía a los tres pisos. Era importante, de roble, muy linda." Y continúa: "Entonces se subía por la escalera, era altísimo... y llegabas al piso del medio, que era el de los dormitorios. Al frente daban dos dormitorios, después había dos más que daban uno al costado y otro al fondo, y un gran cuarto de estar, y el baño en la torre". Y concluye Esther: "Seguías por la escalera y llegabas a la mansarda, donde había como dos departamentos, un cuarto de estar, un dormitorio, y un baño."

En cuanto a los sanitarios, de acuerdo a los testimonios, existía uno solo cuando Don Rómulo compró la casa. En 1946, su hijo Luis le agregó un baño por piso en la torre que está ubicada en la esquina sureste. Esto hace que hoy estos cuartos de baño nos sorprendan por su forma circular y sus coloridos vitrales. El subsuelo de la casa estaba destinado -como era costumbre y respondiendo a una marcada jerarquización de usos y funciones- al servicio doméstico. Según cuenta Esther, "abajo estaba la despensa, la enorme cocina y el comedor de servicio. Había tres dormitorios muy grandes para el personal doméstico. Y una carbonera porque la cocina era de carbón...El lavadero estaba afuera." De los servidores recuerda: "Había un cocinero que era el único que no vivía en la casa, era un italiano... Después estaba el pinche de cocina con su señora que era la lavandera... También estaba Helena Lamber, que era la mucama de adentro de abuelo, que era irlandesa o algo por el estilo, que también era fija porque después venía a la casa de Buenos Aires todo el año... Cuando venía mi tía Lía, casada con Belocq, traía su mucama particular. Y después había siete peones que eran los que se ocupaban de la quinta, que eran los que araban el rosedal. Pero el hombre de confianza del abuelo era Pedro Lind".
Graciela Saez
Revista de Historia Bonaerense Nº 33

Instituto y archivo histórico municipal de Morón

jueves, 27 de agosto de 2015

El edificio estilo Jugendstil, la versión germana del art nouveau, Otto Wolf

El edificio estilo Jugendstil, la versión germana del art nouveau, Otto Wulf



En la esquina de la avenida Belgrano y Perú se destaca un edificio que, a primer vista, se podría interpretar como una construcción esotérica o masónica; sin embargo ese edificio guarda una historia local y, a su vez, relacionada con un imperio europeo de la época de la primera guerra mundial

   El edificio Otto Wolf se encuentra ubicado en la esquina de la Av. Belgrano y Perú y fue mandado a construir por el empresario naviero y cónsul austro-húngaro Nicolás Mihanovich y por el empresario Otto Wolf para albergar la sede diplomática del imperio Autro-húngaro. El edificio también fue llamado "La casa de la vieja virreina" aludiendo a la casona que había existido en el lugar que fuera adquirida en 1801 por el octavo virrey del Río de la Plata Joaquín del Pino y Rozas para albergar a su familia (siete hijos de un primer matrimonio y nueve del segundo matrimonio). El virrey falleció en 1804 y vivió en la casa su viuda Rafaela de Vera Mujica y López Pintado que murió en 1816. Juana del Pino y Balbastro, una de las hijas del matrimonio, vivía en las proximidades de esta casa en la calle Defensa 346/356 pues desde 1809 era esposa de Bernardino Rivadavia, primer presidente argentino (1826-1827).

   La casa era una de las más importantes de la capital del virreinato del Río de la Plata, no solo porque era una de las más ostentosa sino también porque era visitada por los hombres más importantes de la ciudad de Buenos Aires de la época colonial.

   Aquella casa tenía un elaborado pretil calado y heráldica en la puerta, siendo modelo de las grandes casas patriarcales porteñas. En la parte superior había una azotea protegida con una balaustrada de mampostería, calada por aberturas, llamadas "oculus", y varios pináculos sobre la baranda. Desde allí se luchó el 5 de julio de 1807 cuando los ingleses quisieron tomar por asalto la vivienda.

   Luego el edificio perteneció al padre del obispo Medrano, quien hizo grabar su escudo de familia sobre la puerta principal y fue residencia obispal de la ciudad de Buenos Aires, vivienda del ministro de Portugal ante la Confederación y desde el 23 de mayo de 1878 sede del Montepío Municipal, (antecesor del Banco Ciudad de Buenos Aires). A fines del siglo XIX esa casa fue convertida en inquilinato.

   Finalmente vino la venta en pública subasta en la cual Mihanovich adquirió la casa en $ 60.000.- y la posterior demolición de las construcciones existentes, y su reemplazo por el edificio Otto Wolf. El arquitecto danés que diseñó el edificio, Morten F. Rönnow, antes de demoler la casa, realizó un relevamiento que entregó a la Escuela de Arquitectura.

   La legación austrohúngara tuvo allí su sede desde la inauguración del edificio hasta el derrumbe del imperio austrohúngaro al finalizar la Primera Guerra Mundial. Actualmente está dividida en 56 unidades ocupadas por oficinas comerciales y profesionales, principalmente estudios de arquitectura, siendo su entrada por la calle Perú.

   El estilo arquitectónico del edificio ha sido ubicado en el Jugendstil, la versión germana del art nouveau, pero también tiene rasgos renacentistas, del neogótico y del eclecticismo, más algunos trazos esotéricos del Palanti, principalmente los de su maravilloso edificio Barolode la avenida de Mayo.

   Una excentricidad que viene de los tiempos de la arquitectura griega consiste en reemplazar las columnas por figuras humanas, reviviendo así a las cariátides, unas mujeres que sostienen aparentemente sin esfuerzo el techo del pórtico lateral de un templo llamado Erecteión, que está en la Acrópolis de Atenas. Cuando esas figuras son masculinas se llaman atlantes. En este edificio lucen ocho atlantes, tres sobre la calle Belgrano y cinco sobre Perú, de cinco metros, en actitud de estar sosteniendo desde el segundo piso el resto de la construcción, cada uno de los cuales representa uno de los artes y oficios relacionados con ella: herrero, carpintero, albañil, forjador, aparejador, escultor, y en la ochava el jefe de obras y el arquitecto o sea el mismo Rönnow. Una curiosidad es que las figuras tienen rasgos correspondientes a la población autóctona. En el fuste, hay unas esculturas de cóndores de 5 metros de altura y también de otros ejemplares de la fauna local, tales como osos, loros, pingüinos y lechuzas. Las figuras no son de piedra sino de hormigón armado, señalando que los constructores prefirieron las técnicas más modernas.
   El edificio está rematado por dos bellas torres cupuladas, a partir del séptimo piso, cada una con un depósito de agua disponible en caso de incendio, hechas -como los atlantes- en hormigón armado, que rematan en dos altas agujas. Como una lleva el sol en su extremo y la otra una corona, (parece que perdió la luna original), que se conjeturó que representaban al emperador Francisco José y a su esposa, Isabel de Wittelsbach-Wittelsbach, conocida como Sissí que muriera en 1898 y, asimismo, a la alianza imperial entre Austria y Hungría.

   En la actualidad el edificio Otto Wolf sigue llamando la atención de los transeúntes, su imponencia en aquella esquina atestigua la opulencia de Buenos Aires en los primeros años del siglo XX.







Wenceslao Wernicke

Gracias Rincones, Historias y Mitos
Fuente: http://rhmbuenosaires.blogspot.com.ar/2010/05/el-edificio-otto-wolf.html

viernes, 21 de agosto de 2015

Catedrales góticas historia e imagenes

El estilo gótico en las iglesias y catedrales

Muy interesante lo que cuenta José Luis Corral sobre la historia de esta arquitectura, que se elevaba al cielo buscando a Dios y hacia entrar su luz en sus naves.
Es decir, que el estilo gótico probablemente no hubiera existido sin la cosmología platónica que se estudiaba en Chartres en el siglo XII ni la espiritualidad que se concretó en monasterios como el de Claraval, tal y como reseñó hace más de medio siglo Otto von Simson. 
Como espacio monumental y trascendente, la catedral gótica fue un lugar propicio para el desarrollo de la música y el canto. Las ceremonias religiosas se adornaron con música polifónica acompañada de instrumentos cada vez más variados y complejos. 

Catedral de Colonia, Alemania

Mientras se desarrollaba la catedral gótica, a mediados del siglo XII lo hacía también la música polifónica, muy apropiada para cantarse bajo las rotundas bóvedas ojivales. El canto gregoriano se adaptaba perfectamente al ambiente cerrado y severo de los monasterios de los siglos X y XI, pero la cultura urbana de los siglos XII y XIII necesitaba otro tipo de música para ser interpretada y cantada en las catedrales góticas. Así fue como surgió una música nueva, más brillante y variada, que alcanzó su máxima expresión en la capilla de música de Nuestra Señora de París entre los siglos XII y XIV en la llamada Nova cantica, de la que el compositor Perotin fue el máximo exponente. En esa misma línea, todas las catedrales dispusieron en la Edad Media de su propia capilla de música. 
La época del origen del gótico fue un tiempo luminoso en el que creció la población, se desarrollaron las ciudades, se reactivaron el comercio y la industria artesanal, se fundaron universidades y escuelas y algunos intelectuales creyeron que una «edad de oro» era posible. 
Este periodo de la historia europea es el que corresponde a la época de las Cruzadas, una iniciativa de la cristiandad para lograr recuperar los Santos Lugares, pero también un esfuerzo por abrirse a nuevos mundos y a nuevos mercados. Y es, además, la época en la que comenzaron a dibujarse los rasgos fundamentales de lo que más tarde serán los nuevos Estados europeos y las monarquías feudales, que acabarán definiendo una sociedad y un concepto del territorio y de la nación que, pese a las notables modificaciones seculares, se han mantenido hasta comienzos del siglo XXI. 
Entre los siglos XII y XIII, los Estados cristianos de la península Ibérica acabaron imponiéndose sobre el islam andalusí, el reino de Francia logró encontrar el camino hacia la vertebración y la futura unidad territorial que andaba buscando desde los tiempos de los herederos de Carlomagno, Inglaterra se consolidó gracias a la continuidad de la dinastía instaurada por Guillermo I el Conquistador, el Sacro Imperio romano germánico se asentó en Europa central y las repúblicas italianas crearon las bases de su desarrollo económico y político. Además, la Iglesia, tras la reforma del papa Gregorio VII (1073-1085), recuperó la autoridad espiritual y terrenal que había perdido tras las crisis, cismas y escándalos que la habían azotado en siglos anteriores. 
Europa emergió de varios siglos de decadencia, invasiones, inestabilidad política, miedos atávicos y carencias de todo tipo. Los europeos vivieron a partir de entonces una época de expansión y desarrollo desconocidos desde la época del emperador romano Marco Aurelio (161-180), y fueron capaces de sentar las bases para una sociedad nueva en la que había pan para todos y se disfrutaba de una manera más alegre de entender la vida. 
Tal vez sólo lo parezca y mi visión de esta época esté deformada por la magnitud de las catedrales góticas y por el contenido en libertades de los fueros y cartas pueblas de los siglos XII y XIII, pero me da la impresión de que aquél fue un tiempo en el que se podía sentir en las calles de muchas ciudades de Europa un aire fresco en el rostro y una cierta sensación de libertad en un momento en el que nadie en las florecientes ciudades preguntaba quién eras, qué hacías ni de dónde venías.
La nueva arquitectura gótica que estaba a punto de aparecer en la primera mitad del siglo XII supuso una verdadera revolución en la arquitectura, gracias al descubrimiento de innovaciones técnicas, desconocidas hasta entonces, que cambiaron los conceptos de la construcción y la manera de concebir los grandes espacios cubiertos. 

El Duomo de Milán

Tal vez fuera el propio maestro de obras que hacia 1130 dirigía la fábrica románica de la abadía de Saint-Denis, o quizás alguien que llegó de quién sabe qué lugar para responder a las demandas de Suger; pero, sin duda, se trataba de un constructor (maçon en francés) genial que supo dar con la respuesta precisa al reto lanzado por el abad: construir una iglesia donde los muros no fueran de opaca piedra, sino de transparente luz.
La solución que ese arquitecto anónimo presentó al abad revolucionó la historia de la arquitectura y la cambió durante siglos. El nuevo estilo se basaba en el uso del arco de doble centro, el ojival, gracias al cual el empuje que ejercen las bóvedas se desvía hacia arriba y hacia afuera del edificio. Este tipo de arco ya había sido desarrollado por arquitectos germanos a finales del siglo XI, aunque con poco éxito, pero utilizado con el apoyo de contrafuertes que lo mantuvieran en pie se podían elevar las bóvedas de las iglesias hasta alturas imponentes y, sobre todo, abrir casi por completo los muros de piedra, al cubrir el espacio con bóvedas de crucería, que ya no necesitaban de gruesos muros para sustentarlas, sino de estilizados pilares o columnas.

Catedral de Reims Francia

Este nuevo planteamiento arquitectónico requería de la construcción de las naves de las nuevas iglesias a partir de la sucesión de tramos, entre pilar y pilar, que se deberían cubrir con bóvedas de arcos cruzados. Para ello, los extremos de los arcos, cuyos nervios transmiten el peso, se asentarían en un pilar o una columna y no en muros corridos. Quedaba por resolver el empuje hacia el exterior de los arcos, que se solucionó mediante la construcción de contrafuertes, uno por cada pilar o columna, situados hacia el exterior de las naves, y que eran los elementos destinados a soportar el empuje de las bóvedas de crucería, que en el caso de las de cañón o de aristas del románico recaían directamente sobre los muros. Con ese nuevo sistema fue posible abrir por completo los muros entre cada contrafuerte de arriba abajo, prácticamente desde el tejado hasta el suelo. 





martes, 18 de agosto de 2015

El Estilo Gótico

El GÓTICO y LAS CATEDRALES 


En el libro de José Luis Corral, encontré datos muy interesantes sobre la arquitectura gótica y aquí les traigo un pequeño fragmento. 


En esta imagen mediática de la Edad Media, el arte románico se ha convertido en un estilo de identidad «clásica», como si los ambientes románicos fueran los genuinos y auténticos de esa época, en tanto lo gótico se reserva para una especie de Edad Media ideal e imaginaria, una suerte de futuro fantástico, aunque casi siempre calamitoso y sombrío. Así, cuando un cineasta, un ilustrador o un decorador han querido transmitir la imagen de una Edad Media real lo han hecho mediante una escenografía románica: ábsides románicos, salas con arcos de medio punto, galerías de arquerías románicas, pinturas murales de amplio colorido, y vestuario y attrezzo basados en los siglos XI y XII; por el contrario, cuando se ha querido presentar una Edad Media idealizada y ahistórica, se ha acudido a la estilización del estilo ojival, a los arcos apuntados, a las naves góticas, a los pilares fasciculados, a pináculos y gárgolas fantasiosos y a estrambóticos vestidos inspirados en las miniaturas y pinturas de ambiente cortesano de los siglos XIV y XV.

   
 
Bóvedas de crucería simple y estrellada.


Arbotantes.



Así, lo gótico se ha presentado como símbolo de lo imaginario de la Edad Media, frente a lo románico, que representa lo real de ese periodo.

La idea de arquitectura gótica

Tras el siglo de la Ilustración, marcado por una insistencia obsesiva en la idea de la Razón, el clasicismo y el orden, hacia 1820 soplaron nuevos vientos culturales que anunciaban el Romanticismo, y con ellos una vuelta hacia aquellas manifestaciones artísticas tan criticadas por el Racionalismo ilustrado.
En Francia, muchos ojos se volvieron hacia las viejas, arruinadas y alteradas catedrales medievales. En ese país, cuna del gótico, fue el arquitecto Eugène Viollet-le-Duc el principal impulsor de la recuperación del que comenzó a identificarse como el verdadero y genuino estilo nacional francés. Y para desmontar las furibundas críticas que los arquitectos neoclásicos lanzaron sobre el gótico, Viollet-le-Duc se empeñó en demostrar que la arquitectura gótica estaba basada en un sistema de valores culturales y técnicos cargados de una profunda inteligencia y una sistematización racional; incluso llegó a escribir que, en la planificación de una catedral gótica, «todo está en función de la estructura: la tribuna, el triforio, el pináculo, el gablete; en el arte gótico no existe forma arquitectónica basada en la libre fantasía».
Convertido en el gran defensor del gótico, Viollet-le-Duc realizó una inmensa labor de recuperación y difusión de este estilo, que pronto se convirtió en un referente cultural para los europeos. Despreciado desde el Renacimiento, a mediados del siglo XIX el gótico se erigió en el modelo de numerosas nuevas construcciones públicas y privadas. Así, tras el incendio que destruyó el palacio de Westminster en 1836, los británicos decidieron construir su nuevo parlamento, la imagen de su modelo social decimonónico, una mezcla imposible de parlamentarismo e imperialismo, en estilo neogótico, y lo mismo hicieron los húngaros con el suyo en 1885.
En el siglo XIX, el gótico se reivindicó como estilo artístico, pero también como concepto estilístico. Y fue entonces cuando surgieron importantes investigadores que profundizaron en la arquitectura gótica como nunca se había hecho hasta entonces, y cuyos trabajos serían fundamentales para recuperar el prestigio perdido entre finales del siglo XV y principios del XIX.
Tras más de tres siglos de condena y olvido, la atracción por el gótico se desató por todas partes. Por un lado, sus formas arquitectónicas evocaban, o así lo interpretaban al menos sus nuevos valedores, un tiempo de ensueño, de luz y de fantasía, incluso de libertad creativa, tan querida por el Romanticismo frente a la rigidez del clasicismo racionalista. Y, por otra parte, el gótico se explicaba ahora como un arte nacional que recuperaba la esencia propia de las nacionalidades europeas, basadas en las tradiciones y creencias cristianas y en la especificidad europea de este estilo, exclusivo y definitorio de la cristiandad bajomedieval.
El gótico comenzó a verse entonces como un arte cristiano y europeo, es decir, un estilo de profundas esencias atávicas y de elevados conceptos propios que definían la genuina idiosincrasia cultural de la Europa cristiana y occidental.

El historiador del arte Wilhelm Worringer (1881-1965) escribió en 1911 su importante obra Formproblem der Gotik (Problemas formales del arte gótico), en donde apuntaba interesantes reflexiones sobre la que consideraba estrecha relación entre la arquitectura gótica y el pasado legendario, e incluso la identidad de Europa, definiendo el gótico como «la expresión en piedra de la tradición celta, que simulaba con el diseño de las catedrales los bosques primigenios europeos».
 La larga centuria que se extiende entre 1140 y 1270 fue «el siglo de las catedrales». Sólo en Francia se inició la construcción de varias decenas de ellas, y otras muchas en el resto de la cristiandad europea, además de miles de iglesias, monasterios y conventos, y otros edificios de arquitectura civil y militar como castillos, fortalezas, puertas, palacios, lonjas, casas consistoriales, hospitales, albergues, puentes, fuentes, cruces conmemorativas..., y así hasta tal punto que la imagen de la Baja Edad Media está asociada de manera inseparable a la arquitectura gótica, que no sólo es un estilo artístico, sino la seña de identidad de toda una época. 

sábado, 15 de agosto de 2015

LE CORBUSIER “El Camino de los Asnos: El Camino de los Hombres”

LE CORBUSIER  

“El Camino de los Asnos: El Camino de los Hombres”


El hombre camina derecho porque tiene un objetivo; sabe a dónde va, ha decidido ir a determinado sitio y camina derecho.
El asno zigzaguea, pierde el tiempo un poco, sesera esmirriada y distraída; zigzaguea para evitar los cascotes, para esquivar la pendiente, para buscar la sombra; se preocupa lo menos posible.
El hombre rige sus sentimientos con la razón; reprime sus sentimientos y sus instintos en pos del objetivo que tiene. Gobierna a la bestia con su inteligencia. Su inteligencia erige normas que son efecto de la experiencia. La experiencia nace del trabajo; el hombre trabaja para no perecer. Para producir hay que tener una línea de conducta; hay que obedecer las reglas de la experiencia.
Hay que pensar por anticipado en el resultado.
El burro no piensa en nada, en nada más que en dar vueltas.
El asno ha trazado todas las ciudades del continente, incluso París, desgraciadamente.
En las tierras que las nuevas poblaciones invadían poco a poco, la carreta pasaba así, a contento de las prominencias y de los huecos, de los guijarros o de la turba; un arroyo era un gran obstáculo. En el cruce de las rutas, al borde del agua, se construyeron las primeras chozas, las primeras casas, los primeros poblados; las casas se alinearon a lo largo de las rutas, a lo largo del camino de los asnos. Se puso alrededor un muro fortificado y un ayuntamiento en el interior. Se legisló, trabajó, vivió y respetó el camino de los asnos. Cinco siglos más tarde se construyó un segundo cerco de murallas más grande, y cinco siglos después un tercero, más grande aún. Por donde entraba el camino de los asnos, se hicieron las puertas de la ciudad y se puso a empleados de registro. El poblado es una gran capital. París, Roma, Estambul están construidas sobre el camino de los asnos.
Las capitales no tienen arterias, sólo tienen capilares; el crecimiento señala su enfermedad o su muerte. Para sobrevivirse, su existencia está desde hace largo tiempo entre las manos de los cirujanos que acuchillan sin cesar.
Los romanos eran grandes legisladores, grandes colonizadores, grandes administradores. Cuando llegaban a algún sitio, a la encrucijada de los caminos, al borde del río, tomaban la escuadra y trazaban la ciudad rectilínea, para que fuera clara y ordenada, fácil de vigilar y de asear, para que fuera fácil de orientarse en ella, para que se la recorriera cómodamente: la ciudad de trabajo (la del Imperio) como la ciudad de placer (Pompeya). La recta convenía a su dignidad de romanos.
En su casa propia, en Roma, los ojos vueltos hacia el Imperio, se dejaron sofocar por el camino de los asnos. ¡Ironía! Los ríos, entonces, se iban, lejos del caos de la ciudad, a construir las grandes villas ordenadas (villa Adriana).
Fueron, con Luis XIV, los únicos grandes urbanistas de Occidente.
La Edad Media, asustada por el año 1000, aceptó la imposición del asno y largas generaciones la sufrieron después. Luis XIV, después de haber intentado limpiar el Louvre (la Columnata), disgustado, tomó drásticas medidas: Versalles, ciudad y castillo fabricados de pies a cabeza, rectilíneos y ordenados, y el Observatorio, los Inválidos y la Explanada, las Tullerías y los Campos Elíseos, lejos del caos, fuera de la ciudad, en orden y rectilíneos.
La sofocación estaba superada. Todo prosiguió magistralmente: el Campo de Marte, la "Etoile", la avenida de Neuilly, de Vincennes, de Fontainebleau, etc. Generaciones vivirían allí.
Pero, muy suavemente, por cansancio, debilidad y anarquía, por el sistema de las responsabilidades "democráticas", recomienza la sofocación.
Más aún: se la desea; se la realiza en virtud de las leyes de la belleza. Se acaba de crear la religión del camino de los asnos.
El movimiento partió de Alemania como consecuencia de una obra de Camillo Sitte sobre el urbanismo, obra llena de arbitrariedad: glorificación de la línea curva y demostración especiosa de sus bellezas incomparables. De ello daban prueba todas las ciudades de la Edad Media; el autor confundía el pintoresquismo pictórico con las reglas de vitalidad de una ciudad. Alemania ha construido recientemente grandes barrios de ciudad basándose en esta estética (porque de estética se trataba, únicamente).
Equivocación espantosa y paradójica en los días del automóvil. "Tanto mejor, me decía un edil –uno de esos que dirigen la elaboración del plan de extensión de París- ¡los autos no podrán circular más!".
Ahora bien, una ciudad moderna vive de la recta, prácticamente: construcción de inmuebles, de desagües, de canalizaciones, de calles, de veredas, etc. La circulación exige la recta. La recta también es saludable para el alma de las ciudades. La curva es ruinosa, difícil y peligrosa: paraliza.
La recta está en toda la historia humana, en toda intención humana, en todo acto humano.
Hay que tener la valentía de contemplar con admiración las ciudades rectilíneas de América. Si el esteta hasta ahora se ha abstenido, el moralista, en cambio, puede demorarse más tiempo de lo que parece a primera vista.
La calle curva es el camino de los asnos, la calle recta es el camino de los hombres.
La calle curva es consecuencia de la arbitrariedad, del desgano, de la blandura, de la falta de contracción de la animalidad.
La recta es una reacción, una acción, una actuación, el efecto de un dominio sobre sí mismo. Es sana y noble.
Una ciudad es un centro de vida y de trabajo intensos.
Un pueblo, una sociedad, una ciudad despreocupados, que se dejan llevar por la blandura y pierden la contracción, pronto quedan disipados, vencidos, absorbidos por un pueblo, una sociedad que actúan y se controlan. Así es como mueren las ciudades y cambian las hegemonías.

Texto publicado en el libro La Ciudad del Futuro / Ed. Infinito, Buenos Aires/1962 (Bib. de Planeamiento y Vivienda, Vol.6)