EL CASTILLO
DE LOS AYERZA
No
existe la documentación que acredite quién construyó el castillo, pero
suponemos que fue José Sahores Prat, quien ateniéndose a los criterios
estéticos imperantes en la época, encargó una vivienda que respondía a los
modelos arquitectónicos europeos de las clases adineradas.
Tres
eran básicamente los ejemplos que tomaban nuestros arquitectos y constructores
a la hora de proyectar: la villa italiana, el palacio francés y la casa de
campo inglesa. Es necesario aclarar que no podemos hablar de estilos sino de
tendencias, que muchas veces fueron puramente decorativas y no estructurales.
Lo cierto es que a partir del primer cuarto del siglo XIX, se fueron imponiendo
nuevas ideas que aspiraban superar la herencia española.
La
construcción que nos ocupa tiene una clara influencia de la arquitectura
francesa, paradigma que las elites criollas tomaron y que se manifestó
especialmente en los edificios públicos. La sociedad argentina vivió una
modernización que se vio acentuada por la llegada de notables arquitectos
franceses que influyeron en el diseño urbano, la decoración de interiores y
también en el paisajismo.
De
acuerdo a los testimonios de los descendientes de Rómulo Ayerza, esta mansión
está inspirada en la casa donde falleció el padre de Santa Teresita de Jesús,
el Chateau de la Musse, cerca de Lisieux, Francia.
Las fotografías nos muestran un leve parecido en el tipo de estructura, siendo la francesa mucho más grande, y también en los colores, donde predominan el rosa subido y los marcos blancos de puertas y ventanas.
Las fotografías nos muestran un leve parecido en el tipo de estructura, siendo la francesa mucho más grande, y también en los colores, donde predominan el rosa subido y los marcos blancos de puertas y ventanas.
Transcribimos
parte de la carta que Martha Ayerza, religiosa del Sagrado Corazón, dirigió en
abril de 1992 a su hermana Sara, cuando Julio Fernández, martillero de la zona,
le pidió datos sobre los orígenes de esta propiedad. En ella, la hermana Martha
hace referencia al Diario de la esposa de Rómulo Ayerza, María Jacobé Iraola, a
quien llamaban Mamama. El 28 de octubre de 1896, ella escribe: "Hoy a las
14 horas firmamos la compra de Morón". La religiosa aclara en su carta que
la finca se compró en $45.000, que eran 15 hectáreas y que la familia se
instaló a veranear por primera vez el 11 de diciembre de ese año.
En
una larga entrevista a Esther Ayerza Bosch de Vivot, a la que se incorporó más
tarde su hermano Diego Ayerza Bosch, ambos nietos de Don Rómulo, hemos obtenido
un minucioso relato sobre la vida de la familia en la Quinta San José, entre
las décadas del 20 y el 50. En este testimonio, que enriquece la descripción
técnica del edificio, se detalla cómo era la casa, cómo estaban distribuidos
sus espacios y cuáles eran sus funciones. Esther Ayerza cuenta: "La quinta
de Morón, que era de mi abuelo, la había comprado en 1896 y lo hizo porque su
mujer María Jacobé, después su hija, y luego toda su familia, heredaron el asma
como un signo familiar. Y en ese momento se decía que Castelar era un lugar
alto, que era bueno para los pulmones. Así que, por eso fue que el abuelo
compró esa quinta."
El
terreno donde estaba ubicada la casa formaba parte de un gran lote que se extendía
de este a oeste, desde el arroyo Morón hasta la calle Zapiola, y se amplió posteriormente hasta la actual calle Avellaneda; de norte a sur iba desde la actual Avda. Sarmiento hasta las vías del Ferrocarril del Oeste. En el predio inicial había varias edificaciones, algunas incluso más antiguas que el propio Castillo. Este edificio es un típico palacete francés, antaño rodeado de amplios espacios verdes. Con una estricta simetría academicista, posee tres niveles y un subsuelo. Al "piano nóbile" se ingresaba mediante una gran escalinata central de mármol blanco, hoy modificado por escaleras paralelas a la línea de edificación, revestidas, al igual que el zócalo del subsuelo, en ladrillo visto. Dos grupos de columnas jónicas enmarcan el ingreso principal, resuelto a modo de "loggia". Molduras y dinteles en relieve destacan los amplios ventanales, todos con grandes balcones con balaustre. La cubierta está resuelta en mansarda con crestería de zinc. El acceso principal al Castillo era por el norte, hacia donde estaba orientada la escalinata de entrada de la casa. También existía otra entrada del lado de las vías del Ferrocarril, que era la que habitualmente utilizaban quienes hasta allí llegaban. Recuerda Esther Ayerza: "La entrada importante estaba sobre Sarmiento, que tenía un portón de tres puertas. Uno ancho como para autos y dos a los costados como para personas, con sus lindas rejas y las columnas que eran también coloradas como la casa. La casa siempre fue de color rosa oscuro... Siempre entrábamos por el portón que estaba al lado de la barrera que estaba al final de la calle Zapiola ...A esa altura había ahí una casilla de señales que decía Ayerza, un poquito antes de la barrera. Pero el tren no paró nunca ahí". Evocando el recorrido, Esther recuerda cómo era la llegada a la Quinta San José: "Entrabas por una calle de casuarinas que iba hasta la casa... tres o cuatro cuadras. Después llegabas y había una escalera grande de mármol. Subías, entrabas, y había un hall largo. A la derecha la primera puerta, que tenía un vitraux, era la capilla donde todos los días había misa, en época de abuelo. A la izquierda estaba, al frente el escritorio, y después estaba el dormitorio principal, que era donde dormía abuelo... Luego el gran comedor y el baño. Después el comedor tenía una especie de office grande separado por una mampara de vidrio y un monta carga por donde se bajaba o subía la comida, porque la cocina era abajo".
de este a oeste, desde el arroyo Morón hasta la calle Zapiola, y se amplió posteriormente hasta la actual calle Avellaneda; de norte a sur iba desde la actual Avda. Sarmiento hasta las vías del Ferrocarril del Oeste. En el predio inicial había varias edificaciones, algunas incluso más antiguas que el propio Castillo. Este edificio es un típico palacete francés, antaño rodeado de amplios espacios verdes. Con una estricta simetría academicista, posee tres niveles y un subsuelo. Al "piano nóbile" se ingresaba mediante una gran escalinata central de mármol blanco, hoy modificado por escaleras paralelas a la línea de edificación, revestidas, al igual que el zócalo del subsuelo, en ladrillo visto. Dos grupos de columnas jónicas enmarcan el ingreso principal, resuelto a modo de "loggia". Molduras y dinteles en relieve destacan los amplios ventanales, todos con grandes balcones con balaustre. La cubierta está resuelta en mansarda con crestería de zinc. El acceso principal al Castillo era por el norte, hacia donde estaba orientada la escalinata de entrada de la casa. También existía otra entrada del lado de las vías del Ferrocarril, que era la que habitualmente utilizaban quienes hasta allí llegaban. Recuerda Esther Ayerza: "La entrada importante estaba sobre Sarmiento, que tenía un portón de tres puertas. Uno ancho como para autos y dos a los costados como para personas, con sus lindas rejas y las columnas que eran también coloradas como la casa. La casa siempre fue de color rosa oscuro... Siempre entrábamos por el portón que estaba al lado de la barrera que estaba al final de la calle Zapiola ...A esa altura había ahí una casilla de señales que decía Ayerza, un poquito antes de la barrera. Pero el tren no paró nunca ahí". Evocando el recorrido, Esther recuerda cómo era la llegada a la Quinta San José: "Entrabas por una calle de casuarinas que iba hasta la casa... tres o cuatro cuadras. Después llegabas y había una escalera grande de mármol. Subías, entrabas, y había un hall largo. A la derecha la primera puerta, que tenía un vitraux, era la capilla donde todos los días había misa, en época de abuelo. A la izquierda estaba, al frente el escritorio, y después estaba el dormitorio principal, que era donde dormía abuelo... Luego el gran comedor y el baño. Después el comedor tenía una especie de office grande separado por una mampara de vidrio y un monta carga por donde se bajaba o subía la comida, porque la cocina era abajo".
El
amoblamiento de la casa, a pesar de que los muebles eran traídos de Europa, era
según recuerda Esther, muy sobrio. Las paredes estaban prolijamente empapeladas
con un diseño de flores: Esther recuerda, y nos muestra en medio de su relato,
unos libros forrados con ese papel. Continuando con el recorrido, subimos al
primer piso. "De la planta de entrada salía una gran escalera... que subía
a los tres pisos. Era importante, de roble, muy linda." Y continúa:
"Entonces se subía por la escalera, era altísimo... y llegabas al piso del
medio, que era el de los dormitorios. Al frente daban dos dormitorios, después
había dos más que daban uno al costado y otro al fondo, y un gran cuarto de
estar, y el baño en la torre". Y concluye Esther: "Seguías por la
escalera y llegabas a la mansarda, donde había como dos departamentos, un
cuarto de estar, un dormitorio, y un baño."
En
cuanto a los sanitarios, de acuerdo a los testimonios, existía uno solo cuando
Don Rómulo compró la casa. En 1946, su hijo Luis le agregó un baño por piso en
la torre que está ubicada en la esquina sureste. Esto hace que hoy estos
cuartos de baño nos sorprendan por su forma circular y sus coloridos vitrales.
El subsuelo de la casa estaba destinado -como era costumbre y respondiendo a
una marcada jerarquización de usos y funciones- al servicio doméstico. Según
cuenta Esther, "abajo estaba la despensa, la enorme cocina y el comedor de
servicio. Había tres dormitorios muy grandes para el personal doméstico. Y una
carbonera porque la cocina era de carbón...El lavadero estaba afuera." De
los servidores recuerda: "Había un cocinero que era el único que no vivía
en la casa, era un italiano... Después estaba el pinche de cocina con su señora
que era la lavandera... También estaba Helena Lamber, que era la mucama de
adentro de abuelo, que era irlandesa o algo por el estilo, que también era fija
porque después venía a la casa de Buenos Aires todo el año... Cuando venía mi
tía Lía, casada con Belocq, traía su mucama particular. Y después había siete
peones que eran los que se ocupaban de la quinta, que eran los que araban el
rosedal. Pero el hombre de confianza del abuelo era Pedro Lind".
Graciela
Saez
Revista
de Historia Bonaerense Nº 33
Instituto
y archivo histórico municipal de Morón